viernes, 31 de julio de 2009

“Llegó con tres heridas”

“Llegó con tres heridas”
(130) 1 de Agosto de 2009

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida…
Con tres heridas yo…
Así escribía el cautivante Miguel Hernández
Freud también pensaba que los hombres tenemos tres heridas, tres lastimaduras que lesionaron, no la piel, sino una zona más profunda, la del amor propio. Injurias narcisísticas las llamó, en clara alusión al mito de Narciso, aquel bello joven de quien el oráculo había dicho: "El niño tendrá larga vida si nunca se observa a sí mismo”. Y por más que su madre evitó los espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado no pudo prever que la sed de Narciso lo llevaría hasta un riachuelo. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Esto lo perturbó para siempre. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza y no pudo ver más que eso, su propia belleza. Entonces permaneció sin mundo y sin los otros, descentrado, encerrado en su ego. Algunos cuentan que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado de su imagen murió ahogado tras lanzarse a las aguas.
Tres injurias narcisísticas, afirma Freud. Es decir, tres agravios, ultrajes, ofensas infligidas al orgullo y a la vanidad de los hombres, y en circunstancias históricas diversas. Toda herida, puede ofrecernos la ocasión de ser más verdaderos, más nosotros mismos. También puede ser el principio del sucumbir.
La primera injuria podríamos llamarla geográfica. Alude a ese descubrimiento por el cual la tierra deja de ser concebida como el centro del sistema solar. Fue Nicolás Copérnico y después Galileo quien desplazó la mirada geocéntrica que postulaba que la tierra es el centro del universo, y la reemplazó por la heliocéntrica: el centro sobre el cual se desplazan los planetas es el sol. La Tierra pasó a ser tan sólo un planeta más entre tantos otros. Cómo habrá sido la herida que a Galileo le costó la prisión y el quedar a merced de la Inquisición. Primera injuria.
La segunda herida podríamos llamarla biológica, y la provoca Darwin al demostrar que el hombre, al igual que los demás animales y el resto de la naturaleza, es el producto de la evolución. También aquí el choque será con arraigados dogmas religiosos, particularmente la equivocada concepción teológica de la creación que veía como incompatible con la fe un proceso evolutivo. Las demostraciones del científico inglés revelaban que no habría una discontinuidad absoluta entre el reino animal y el humano. Hasta Darwin se pensaba que existía una brecha rígida y estricta entre el reino animal y la especie humana. Gran herida: no somos seres especiales, ya no los reyes de la creación. Tampoco constituimos un reino aparte; existe un lazo incuestionable entre la conformación biológica del homo sapiens y la del reino animal. Somos parientes de los antropoides. Segunda injuria narcisística.
La tercera fue provocada por el mismo Freud. Herida psicológica. El hombre no es dueño absoluto de sus conductas. El psiquismo humano tiene una extrema complejidad, y desentrañarlo nos lleva al descubrimiento de que existe una zona que no gobernamos, más aún, frecuentemente nos gobierna a nosotros. Según el médico vienés, la mayor parte de los fenómenos psíquicos pertenecen a una zona no conocida, es decir son inconscientes y, por lo tanto, resultan inaccesibles a la simple mirada. El psicoanálisis conmociona en el centro del yo. No siempre somos señores de nuestras decisiones, nuestras libertades son relativas.
Copérnico, Darwin y Freud, de diferentes maneras, sacaron al hombre del lugar de privilegio en el que estaba. Los hombres, como Narciso descubrimos nuestro límite en el arroyo de la historia y quedamos heridos en el alma, sin paraíso, pero paradójicamente con puertas abiertas a nuevas verdades acerca de nosotros mismos.
Este inquietante análisis de Freud deja la posibilidad de que otros descubrimientos, otras concepciones científicas, o situaciones existenciales, provoquen nuevas heridas a nuestro siempre frágil amor propio para volver a sacarnos de ese supuesto centro inamovible.
¿Existe una cuarta herida narcisística? ¿Por qué no? Descubrirla, reconocerla, nos puede ayudar a intentar caminos de libertad. Pensemos.
Sin esperar momentos espectaculares, tal vez estemos siendo testigos de nuevos descentramientos y estrategias de resistencia a los cambios que nuevas miradas imponen.
Intentemos tan solo dibujar algunas posibles heridas a modo de preguntas:
¿No será una nueva herida esta idea del varón que durante siglos pensó a la mujer como hombre frustrado? Este dominio de los hombres tan metido en nuestra cultura que se sigue resistiendo a descubrir en la mujer a su semejante, ¿no es la muestra de un macho herido contemplándose en el arroyo?
¿No es otra llaga esta idea de querer encontrar una felicidad sin límites en el tener? Tener bienes, fama, prestigio. Tener, eso importa, no ser. La fantasía de pensar que la felicidad nos la proporciona un proceso de acumulación de cosas. El fetichismo de la mercancía, diría Marx, el olvido del ser, para Heidegger, y el consiguiente apego a los entes.
El mismo Freud nos advertía de este peligro, pero también pensaba en una oportunidad: “El que ama, se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo”.
Renunciar al narcisismo, dejar que la realidad y los otros nos hablen, digan su palabra y nos modifiquen. No dejar renacer a Narciso.
Una versión del mito cuenta que el joven terminó sus días transformado en una planta que da unas flores muy bellas, pero de olor nauseabundo. Sí, en las personas que se cierran a la realidad y solo miran su ombligo, a pesar de su apariencia, hay algo que huele mal, muy mal…

1 comentario:

madreselva dijo...

muy interesante tu "diálogo" esa sensación me produjo, la de diálogo.
Salir del envolvente y soporífero estado donde todos hablan, acompañado de inautenticidad. Y en verdad están tan intensamente atrapados en el "hacer" para "tener".
entré buscando las heridas que planteaba Freud,
Te dejo mis saludos.