sábado, 22 de mayo de 2010

Martín Fierro, Roca y un país sonámbulo

(159) 22 de Mayo de 2010
Buscar el camino de nuestra historia nacional en este bicentenario, significa aprender a leer las huellas de nuestras contradicciones. El llamado principio de no contradicción, será un mojón obligado para quien intente iniciarse en las cuestiones filosóficas básicas. Según él, una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. La filosofía tradicional, en sus enunciados fundantes se mueve en un mar de obviedades y evidencias. La realidad sin embargo se encarga de mostrarnos la cara de la paradoja.
Somos un país que históricamente ha festejado los aniversarios del genocidio de nuestros antepasados. Algo increíble. Ningún francés, a quien muchos de nuestros patriotas gustaban parecérsele, celebró la llegada de Julio César a las Galias. Pero nosotros sí. Somos tan plurales. Tenemos, por ejemplo, un magnífico monumento a Roca, general racista y genocida como pocos. Alguien podrá pensar, y con razón, que esto no significa ninguna contradicción, que sencillamente estamos ante la vieja lógica de la historia escrita por los ganadores, y que en definitiva la matriz de nuestra historia nacional es eurocéntrica, mira a su amo con admiración. Esto es así. Sin embargo, nuestras páginas nacionales están plagadas de auténticas contradicciones. Chivilcoy, sin ir más lejos, tiene su espacio dedicado a los pueblos originarios. Muchas veces quienes discursean acerca de los derechos de los aborígenes, son los mismos que el 12 de octubre llevan su ofrenda floral al monumento de Colón. ¿Veletismo ideológico?, ¿Esquizofrenia? ¿Distracción? Las contradicciones en nuestra historia parecen haberse escapado de un cuento de Kafka.
Existe una particularmente potente como idea, que me parece reveladora de algo que nos pasa: nuestro fervor por el Martín Fierro junto a la glorificación de los que fueron sus perseguidores. Proclamamos nuestro amor por la historia de un gaucho que pasa gran parte de su vida como un ilegal, exiliado, conviviendo con los indios, y casi al unísono exaltamos la llamada civilización que exterminó a cuanto indio se le cruzó por el camino y despreció al gaucho como ícono oscuro de la barbarie. Roca, además de la “hazaña” de matar indios, inaugurará el dominio del latifundio con el reparto de 41 millones de hectáreas a 1843 terratenientes. Al presidente de la Sociedad Rural se le entregarán nada menos que 2.500.000 hectáreas. Lindo nene para un monumento.
Hernández Arregui nos alentó a que repensemos y redefinamos nuestra cultura desde sus orígenes, denunciando la mistificación de cierto intelectualismo autoproclamado progresista que se santiguó ante los crímenes de la llamada civilización: “En la escuela le enseñaron a preferir el inmigrante al nativo, en el colegio nacional que el capital extranjero es civilizador, en la Universidad que la Constitución ha hecho la grandeza de la Nación o que la inestabilidad política del país es la recidiva de la montonera o de la molicie del criollo. Este estado de espíritu, fomentado sutilmente por la clase alta aliada al imperialismo, distorsiona la conciencia de estos grupos, cuyo escepticismo frente al país favorece el pasivo sometimiento espiritual”.
Para Arregui, el Martín Fierro expresa la conciencia de una clase social sojuzgada y desplazada por la misma cultura de cuyos valores parte Borges para enjuiciarlo. Borges no sólo odia a Martín Fierro –después de todo un fantasma literario- sino todo aquello que tenga sabor a gaucho.
Valen las posiciones. Siempre será bueno elegir, aun a riesgo de equivocarnos. Valen también las contradicciones. Hablan de nuestros límites, nos desnudan, rompen rigideces, quiebran dogmatismos estériles, nos humanizan. Las contradicciones sirven cuando nos cambian, y operan sobre nosotros auténticas transformaciones, poniéndonos en la encrucijada de elegir. Sartre decía que una vida libre es una experiencia metafísica peculiar. Al menos es una peculiar solución al complicado problema y desafío de existir humanamente.
Pero cuando la contradicción se vuelve crónica y se naturaliza, deja de interpelarnos. Entonces comenzamos a tranzar con ella, a vivir cómodamente divididos, situados en una cultura del vale todo. Un discurso aquí, otra placa allá, y un camino largo que baja y se pierde…Imposible la pretensión de construir identidades colectivas, instalados en la cultura de la esquizofrenia.
¿Es posible que convivan en un paraíso de armonías Roca con el gaucho Fierro? ¿Porqué extraña razón no terminamos de ver que cada uno de ellos simboliza y representa modelos diametralmente opuestos, antagonismos insalvables? ¿Qué lógica nos habilita a pensar que la brutalidad y la sangre si es con traje civilizado funda la patria? ¿Por qué nos cuesta tanto repudiar el genocidio patriótico y occidental? ¿Qué situaciones de nuestro presente reeditan, renuevan, estas viejas historias? ¿Qué significa exactamente ese slogan del bicentenario que propone hacer una patria de hermanos y para todos? ¿Hermanos entre quienes y para qué? “Mentira que la patria pertenece a todos los que nacimos en ella, decía el mexicano Librado Rivera. Pertenece a una pequeñísima minoría de acaparadores de la tierra y de las riquezas del suelo. Pertenece a los terratenientes, grandes negociantes y banqueros”.
La historia será siempre territorio de disputas, confrontaciones, enfrentamientos continuos. Es sencillamente así. Nos guste o no. La trampa es negarlo. Lo dañino y perturbador es esa tilingada irreflexiva que frecuentemente recorre las aulas de nuestras escuelas, habita discursos, o llena páginas enteras hablándonos de un país inexistente, con una asepsia y pretendida neutralidad que es vomitiva. En la vida hay que elegir, hay que posicionarse, definirse. Martín Fierro nunca le cebará un mate a Roca.
La patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanía de nadie,
decía José Martí. Un país para todos no se hace negando las contradicciones, tirando la basura debajo de la alfombra, o fabricando frases bonitas a diestra y siniestra. Es necesario confrontar, discutir, que en definitiva ese es el verdadero sentido de la política.
Hay un país sonámbulo. Tiene los ojos abiertos pero está dormido. Por miedo a la pesadilla ha renunciado a soñar y camina guiado por una historia extraviada que nunca termina de despertarlo.
Ya lo sabemos, hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador. Y siempre habrá una maestra distraída, boleada, o cínica, arreglándoselas para elogiar al gaucho mientras reparte flores a sus asesinos.

sábado, 15 de mayo de 2010

El bicentenario y la mentira encuadernada

(158) 15 de Mayo de 2010
Ya pisamos el mes del Bicentenario. Se vienen los festejos. El clima está alborotado: propagandas que invitan a la celebración, arengas para todos los gustos, ciclos, conferencias, presentaciones de libros, suplementos especiales, maestras entre alteradas y eufóricas en las escuelas armando ese numerito capaz de superar la ya agotada escena de los vendedores ambulantes.
La cifra es redonda y grande: doscientos años. Toda una tentación. También una buena ocasión para la memoria, que siempre es selectiva, que elige un hecho para callar otros y tomar partido. ¿Qué historia viene a nuestro encuentro en este bicentenario? ¿Quién nos la contó? ¿Con qué intereses? Enrique Jardiel Poncela definió a la Historia como "la mentira encuadernada". ¿Qué podemos hacer para desencuadernar cierta historia oficial y comenzar a construir otras miradas? Algunos relatos de nuestra historia me hacen acordar al paisano aquel del cuento que era tan pero tan mentiroso, que cuando decía una verdad pedía perdón.
Perdónennos, entonces, que achiquemos el trecho de este bicentenario y pongamos el señalador del libro de la historia en la Página que dice 1910: Año del Centenario.
El país se prepara para la histórica celebración: grandes desfiles, autoridades invitadas de todo el mundo, la patria tirada por la ventana. Hay que demostrar los progresos de la reina del Plata. Las hazañas de sus negocios con Inglaterra, y su cultura afrancesada. Argentina quiere ser París. Y se le parece bastante. Al menos a eso aspira la elite porteña. Después de todo, la ciudad es tan bonita que hasta tiene sus equivalentes a los palacios franceses. Sus mismas oligarquías se asemejan: ambas pueden exhibir con orgullo sus finos modales como su arrogancia, sus formas “cultas”, como su espíritu represor. Las dos también pensarán que Europa es el centro del mundo, el punto de partida y de llegada de cualquier camino. Francia por sed de conquista y ansias de dominación, Argentina por extravío histórico. La elite porteña celebra la hazaña de haber logrado al fin un país para los triunfadores. Los victoriosos festejaban sus cien años de luchas, de masacres, con guerras siniestras y genocidios escrupulosamente silenciados. Desde 1880 habían consolidado un país a su antojo y manera, reflejo de su clase, ornamento formidable de su intacta estirpe. Eso simbolizaba el majestuoso Teatro Colón como centro y símbolo de la cultura del Poder, orgullo nacional, diseñado originalmente para ellos, los elegidos.
Era la civilización quien recibía a la nieta del rey español, la infanta Isabel. Eran los hombres de bien quienes abrazaban a Vicente Blasco Ibáñez y Georges Clemenceau. Hasta el cielo parecía bendecir aquellos días enviando al cometa Halley. Prolijamente se multiplicaron placas y monumentos erigidos en honor a los primeros patriotas. Desde el bronce aquellos hombres miraban un país que con orgullo se autoproclamaba granero del mundo.
Pero un país no es un granero, ni Argentina es Francia. El progreso indefinido de la historia que pregonaba la dirigencia con sus intelectuales de turno, tendría su límite, como lo tuvo el Titanic. Nuestra dirigencia no supo ver el iceberg contra el cual se estrellaba. Los necios no alcanzan a ver ni siquiera lo obvio. Nadie imaginó un país para todos, con industrias, con trabajadores viviendo dignamente. Estas ideas les eran por completo ajenas a su perspectiva. Pensaban siempre vivir de la abundancia fácil, del goce heredado como un derecho de clase, exclusivo y excluyente.
Todo estaba perfectamente calculado, medido, estudiado. La gran fiesta, el despilfarro, la farra, podía comenzar. Entonces el presidente Figueroa Alcorta con voz solemne se dirige a su pueblo. Pero, ¿qué sucede? Se escuchan estruendos. Un anarquista se ata con cadenas a las rejas de la Sociedad Rural. Tardan en desatarlo. Una vergüenza. Otra vez la barbarie. Esto es impresentable. ¿Qué va a decir la prensa extranjera? Para muchos quedará descubierto un dramático decorado, una torpe fachada. Entonces cae la falsa escenografía montada y aparecen los actores de esa otra Argentina profunda. El mundo se entera que la Federación Obrera Regional Argentina había lanzado una huelga general para la semana de mayo realizando una manifestación que reuniría a 70.000 personas. Solo pedían condiciones de trabajo digno y libertad para los presos sociales, entre ellos, Simón Radowitzky, aquel joven anarquista ruso que había asesinado al coronel Ramón Lorenzo Falcón responsable de la matanza de once trabajadores y 105 heridos en la dramática "Semana Roja" de mayo de 1909. Lo cierto es que aquel 13 de mayo de 1910 en el corazón del Centenario se implanta el estado de sitio. Queda en vigencia la pena de muerte para los activistas sindicales, se limita seriamente la acción gremial, se prohíbe explícitamente la propaganda anarquista y el ingreso de extranjeros que hubieran sufrido condenas por motivos políticos.
Así transcurrió aquel "maravilloso" centenario, con la prensa obrera incendiada, censurada, acallada, dos mil trabajadores detenidos, cien deportados y otros cien enterrados en el infierno del penal de Ushuaia.
¿Hace falta decir que somos muchos los que deseamos un bicentenario que sea la contracara de éste?, ¿Qué se piensa festejar? ¿El bicentenario de qué? Todas las fuerzas retrógradas que hicieron del primer centenario un festín triunfal de las clases dirigentes, hoy siguen tratando de acallar voces, reclamos, urgentes reivindicaciones. ¿Es necesario repetir que solo seremos un país cuando haya trabajo, producción, consumo, mercado interno, salud y educación como derecho inalienable y para todos?
Creemos que vale la pena este regreso por la historia para regar de preguntas que dinamicen nuestro presente. Tenemos que elegir qué queremos celebrar. Decía Chesterton que “uno de los extremos más necesarios y más olvidados en relación con esa novela llamada Historia, es el hecho de que no está acabada”.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ley de medios: verdades que caben en el ala de un colibrí

(157) sábado 8 de mayo de 2010
La búsqueda de la verdad ha sido una de las obsesiones de los hombres de todos los tiempos. Conocer la verdad, acceder a ella, poseerla. Ser su dueño. Los grandes medios de comunicación se jactaron de decir la verdad, de ser sus servidores y garantes. Vamos a intentar entrarle por este costado a la polémica acerca de la actual ley de medios en nuestro país.
Pregunta básica: ¿Qué es la verdad? Hagamos un viaje a vuelo de pájaro por la historia de las ideas. Miremos a Sócrates para quien la auténtica verdad pasa por el axioma “Conócete a ti mismo”. Platón, sin negar a su maestro, prefiere insistir con que la verdad existía eternamente y que el hombre en la tierra solo la reconoce porque él las recuerda de una existencia previa en la que vivió con ellas. Aristóteles dirá:”Amo a Platón pero más a la verdad”, y concebirá a ésta como algo más terreno. Verdad es la correspondencia entre pensamiento y realidad, la adecuación entre el entendimiento y la cosa. Los medievales, por su parte, pondrán a Dios como fuente de toda verdad. Buscar la verdad que encierra la Santa Biblia, el Santo Grial, el o el Santo Sepulcro. Todo santo, aunque los medios para alcanzar esas verdades no lo fueran tanto.
¿Qué es la verdad? Le había preguntado Pilato a Jesús pocas horas antes de su muerte, y este mantuvo un inquietante silencio.
La modernidad, con su revolución democrática, significará un cambio de modelo o paradigma acerca de lo que es la verdad. A partir de entonces, y por caminos diversos y progresivos, se llegará al convencimiento de que no hay una sola verdad ni una única mirada de las cosas. Hay verdades, e interpretaciones subjetivas de la realidad que percibimos. Por eso es necesario concertar, ponerse de acuerdo, y en todo caso disputar en el terreno de lo político. Esta lógica mata al rey, hace rodar su cabeza, para dar paso a la república como sistema que aspira a la búsqueda de aquellas verdades que sirvan para todos.
Veamos, sin embargo, cómo ésta idea de verdad que propone la modernidad se complejiza en un mundo hipermediatizado por los grandes medios de comunicación y nos enfrenta a desafíos fundamentales. Para Foucault, tal vez el más grande estudioso de la verdad en su relación con el poder, la verdad es justamente aquello que dice el poder. O sea, quien lleva el arma dice la verdad. Si el tipo mide 1 metro 90, y te supera con 60 kilos de puro músculo y tiene tu cuello entre sus manos, dice la verdad. La impone. También quien sale en la televisión, más aún si ganó algún Martín Fierro.
Cualquiera de las construcciones colectivas de sentido estará puesta en jaque por el hecho del manejo del poder, de quién lo detenta y en qué proporción lo maneja.
Aquí está el nudo de la cuestión. Nuestra lectura de cualquier aspecto de la realidad en condición de simples ciudadanos ocupará un espacio de poder mínimo en esa construcción colectiva de interpretaciones. No tendrá ninguna relación nuestra mirada, por ejemplo, con la que brinde Tinelli o con la creación de consenso que pueda generar el Grupo Clarín o La Nación.
Es torpe o miope, entonces, pensar que el actual problema del manejo de la comunicación en Argentina es solo un enfrentamiento caprichoso entre Clarín y los Kirchner. Lo que se está discutiendo en realidad es qué modelo de democracia estamos eligiendo. Si repartimos el poder de los grandes medios, para garantizar cierto acceso a otras voces o seguimos en el camino de las grandes concentraciones monopólicas. Se está poniendo en juego el permiso para difundir las diversas interpretaciones de la realidad o el retorno disfrazado de democracia de aquella vieja idea de los dueños de la verdad que sustentaba la edad media.
Pensemos, ¿Es posible construir otra mirada que no sea la hegemónica, esa que hace décadas imponen los grandes grupos económicos mediáticos?
¿Podemos imaginar la realidad desde nuevos ángulos, y ser capaces de generar visiones alternativas? ¿No es curioso que sean las grandes corporaciones mediáticas quienes hablen de que el periodismo está amordazado?
¿Qué puede discutírsele, con honestidad y sinceridad al hecho de que dos tercios del espectro de radio y televisión puedan quedar en manos del sector público, de organizaciones sociales, de universidades, de cooperativas, de sindicatos? Díganme, ¿Cómo hay que hacer para no estar en contra de que un diario, una radio, un canal abierto, de cable, y lo que se les ocurra, tengan un único dueño? Quien no se oponga a eso, o es el propietario del medio, o participa de la rosca o es un tarado sin solución. ¿Cómo no celebrar de algún modo que el fútbol haya dejado de ser el privilegio de un gueto que ve por que paga, manejado por una corporación de delincuentes? ¿Podemos caer en la torpeza de pensar que apoyar la nueva ley de medios es hacerle el juego al oficialismo y desperdiciar que queden favorecidas nuevas condiciones objetivas de ocupación de espacios?
Existe en América Latina una oposición de derecha cuya dirección ideológica, e incluso política, proviene de los medios de comunicación concentrados de origen privado. Muchos gobiernos cuestionan su oscura legitimidad de origen, la posición dominante que tienen en el mercado y la intencionalidad política mal camuflada por el mentiroso barniz de la “independencia”. Decir que aquí hay una lucha contra la “libertad de prensa” se parece más bien a una joda. No es serio. César Jaroslavsky en los ’80 haciendo referencia a Clarín, decía: “Hay que cuidarse de ese diario. Ataca como partido político y si uno le contesta, se defiende con la libertad de prensa”.
En pocas palabras, la verdad que nosotros intentamos enunciar es casi elemental, cabe en el ala de un colibrí, como diría José Martí: consiste en la necesidad de afirmar la supervivencia de la política como espacio de la sociedad –y no de las corporaciones– para decidir el destino de todos.

1 de Mayo:Estrategias de lucha de los trabajadores a través de los tiempos

(156) Sábado 1 de Mayo de 2010
La esclavitud no se abolió, decía Les Luthiers, se cambió a ocho horas diarias.
Les proponemos en este 1 de Mayo que hagamos una especie de viaje imaginario por el tiempo tomando un muestreo de las principales estrategias de lucha, de resistencia de los trabajadores. Al fin y al cabo este es el sentido profundo de este día.
Abramos el telón.
Escena 1: Año 1810. España. Mi padre era un viejo artesano del telar. Nuestro hogar fue un verdadero taller donde una decena de trabajadores mantenían sus familias con su trabajo. Solo bastaba una pequeña herramienta y el milagro de nuestras manos. Sin embargo por el final de sus días mi padre entró en una ruina que lo llevó a perder su sueño y su única fuente de trabajo. Nunca olvidaré el rostro de impotencia de los viejos dueños de telares a la hora de competir con las pujantes fábricas que iban naciendo.
Con mis hermanos intentamos sacar adelante el taller. Entonces advertimos que la causa del desastre había sido el hecho de la implantación de la máquina de hilar y las máquinas de vapor que paulatinamente fueron haciendo disminuir la necesidad de mano de obra. El milagro de las manos no tuvo más alternativa que abrir el paso a la maldición de la máquina. Se llegó a tal punto que los trabajadores fuimos sustituidos por máquinas. ¿Qué podíamos hacer? Secretamente habíamos escuchado que existía un medio de lucha que consistía en la destrucción de las máquinas. Ludismo, llamaban algunos a ese movimiento obrero de resistencia. La cuestión era expulsar a la máquina moderna del proceso productivo. Supe que estas acciones contra las máquinas fueron el precedente de otras dirigidas, no contra las máquinas, sino contra sus propietarios.
Escena 2: Año 1850. Alemania. Tuvimos que emigrar del campo a la ciudad en condiciones miserables. Vendimos nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario. No tuvimos alternativa, había que dar pan a nuestros hijos. En la ciudad, el dueño del capital determinaba la cantidad de productos a fabricar y se apropiaba de él. Perdimos todo control sobre la producción. Así, de a poco, el patrón se fue haciendo también dueño de nuestras vidas y nuestro destino.
¿Qué hacer para no terminar de entregar lo poco que nos quedaba? Un día descubrimos que teníamos un arma para hacer valer nuestras vidas y nuestro trabajo. Había que aprender a usarla, medir riesgos, organizarse: el boicot.
Escena 3: Estados Unidos de América. Año 1913. Obreros reunidos en una fábrica. Uno de sus dirigentes se dirige a ellos: “El patrón tiene una estrategia clara. Quiere que hagamos más cosas en menos tiempo para ganar más plata. Por eso se propone eliminar lo que considera movimientos inútiles y someternos al indigno control de un cronómetro que mida el tiempo necesario para realizar cada tarea específica. Si perdemos el saber seremos simples repetidores mecánicos de nuestro trabajo. ¿Son conscientes de que de esta manera perdemos poder? A esto ellos le llaman “Organización científica del trabajo”. En realidad solo buscan bajar costos de producción, disminuir salarios, para acrecentar sus ganancias. No entremos en el falso juego de supervisar el trabajo de nuestros compañeros. Si dejamos de mandarnos nosotros mismos

en poco tiempo nos mandará el mercado. ¿Qué tenemos que hacer?, se preguntarán ustedes. Defendamos nuestro trabajo y si es necesario vayamos a la huelga.
Escena 4: Año 1990. Argentina. Provincia de Buenos Aires.
Un diputado de la Nación ante el Congreso reunido expone las razones que fundamentan las nuevas leyes de flexibilización laboral (puede ser peronista o radical, para el caso da lo mismo):“Tenemos que insertarnos definitivamente en el primer mundo. Para eso necesitamos un estado moderno y eficaz que sea capaz de atraer los capitales de los países poderosos y así incentivar nuestra economía. Para eso es necesario, entre otras medidas, flexibilizar tantas leyes laborales obsoletas que solo sirven de obstáculo para la radicación de tales empresas”.
Escena 5. Argentina 1995. Córdoba. Un dirigente sindical de los obreros de la construcción habla a sus compañeros: “Las leyes de flexibilización laboral significan para nosotros, los trabajadores, un claro retroceso en todas las conquistas históricas alcanzadas, precarización de los contratos, supresión de indemnizaciones por despido, salarios con menos básico y más premios por producción, mayor tarea en cada puesto de trabajo, modificación en horario, y hasta reducción en los mismos tiempos de vacaciones. La gravedad de nuestra situación personal se suma al peligroso derrumbe del trabajo industrial. La economía del país quedó en manos de tecnócratas neoliberales y empresas multinacionales. Los sindicatos hemos perdido fuerza organizativa. Muchos se han vendido y negociado con las empresas a espaldas de los compañeros y los pocos que intentan hacer algo están atados por las leyes de flexibilización. ¿Qué podemos hacer?

Se preguntaba Jaques Prevert
“A donde va toda esta sangre derramada
la sangre de los apaleados...
la de los humillados...
la de los suicidas...la de los fusilados...
la de los condenados...”

Hasta aquí llegamos. ¿Qué les parece? ¿Solo nos queda cerrar el telón?

Capaces de imaginar la felicidad

(155) Sábado 24 de abril de 2010
Todas las culturas tuvieron sus sueños e imaginaron sus propias utopías. Desde Sócrates y Platón a los renacentistas Moro y Campanella, hasta los "socialistas utópicos".
Mediante retratos de un mundo ideal, desarrollaron un pensamiento social crítico respecto al orden social existente, un conjunto de ideas sobre la sociedad perfecta tomando distancia del presente para iluminarlo. A veces con dios, otras sin él, toda utopía, a pesar de sus posibles sentidos diversos, implica siempre una visión mediante la cual se aspira a una totalidad superadora de las contradicciones humanas. No en vano utopía significa ningún lugar. Utopía como sublimación de un tiempo final, como protesta que grita que es posible dar un sentido a la existencia humana y dotarla de una justificación que trascienda la propia vida personal
Por eso lo utópico es teleológico, es decir señala un a dónde ir, pretendiendo llenar de sentido la vida.
La simple idea de existir sin proyectar, sin imaginar un futuro mejor, a muchos nos resulta asfixiante. Sin utopía “la vida sería un ensayo para la muerte”, canta Serrat. Y expresa la razón de su amor por ella: “te quiero por que les alborotas el gallinero”. Sí, la utopía desacomoda, revuelve la vida, desarma el presente criticándolo y proponiendo que otro mundo mejor es posible.
Sin embargo, para muchos lo esencial en la vida es ser pragmático, y ajustarse a las exigencias de las circunstancias. Entonces aceptan una cultura que concibe la vida como breves flashes inconexos, sucesión de fragmentos sin direccionalidad preestablecida. Así piensa el mundo el neoliberalismo: murieron las ideologías, solo vale y cuenta este presente, este bloque monolítico intocable, en el cual hay que aprender a desenvolverse con eficacia y habilidad. “La única verdad es la realidad”, podrán decir, disolviendo cualquier intento de vuelo imaginativo que ose interpelar la idea única.
Con utopías o sin ellas, esa es la cuestión. Sin embargo, el riesgo de cualquier utopía, en razón de su mirada totalizadora, es devenir dogmática, y petrificar y sacrificar todo en nombre de ese paraíso, aquella sociedad sin clase, o el otro sueño dorado. “No hay nada más peligroso que una idea cuando se tiene una sola”, decía Alain. La relación entre utopía y totalitarismo es una cuestión importante que necesitamos repensar.
Tal vez lo peculiar y específico del siglo del siglo XX haya sido su locura destructiva: las dos grandes guerras, los campos de exterminio nazis, las terribles hambrunas africanas en el siglo de la abundancia, el genocidio silencioso y permanente del Tercer Mundo… Sería poco menos que absurdo hacer responsable de esto a las cosmovisiones utópicas. Sin embargo es prudente advertir cómo detrás del pensamiento utópico puede aparecer el sueño reaccionario del cierre completo de lo histórico y la creencia en el advenimiento de una sociedad ideal. La utopía puede conectar con el totalitarismo en su tutela de lo homogéneo, lo puro, la estabilidad final; en la creencia de un orden definitivo, en su intento de fijar el futuro. Para eso nada mejor que un líder salvador, especie de mesías que anuncia la llegada del Gran Reino.
¿Cuál es la grandeza de la utopía? Su mirada totalizadora. ¿Cuál es su riesgo y su miseria? Justamente su mirada totalizadora. Por algo decía Adorno “el problema es la totalidad”.
Feinmann en su libro Escritos imprudentes, escribe un último capítulo a modo de conclusión titulado “El horizonte y el abismo”. Allí distingue entre lo que él llama la manoseada utopía para proponer en su reemplazo la idea de horizonte. “La utopía-dice-es una certeza cálida, mansa, desmovilizadora: existía estaba allí, pasara lo que pasase estaría aguardando, solo teníamos que dar los pasos necesarios para acercarnos a ella. El horizonte no es la utopía. El horizonte significa que la praxis de los hombres ha abierto un agujero en el muro del poder, que siempre busca bloquear la historia, congelarla en la modalidad de la dominación. El horizonte no es garantista, la utopía sí”.
Sucede entonces que si el horizonte no otorga seguridades, lo mejor no vendrá si no lo decidimos desde nuestra libertad. Pensar en términos de horizonte significa aceptar la provisoriedad de que no existe ninguna garantía de que el final terminará perfectamente. El futuro no tiene una necesidad interna de concluir bien, lo hará si lo hacemos. No hay seguridades metafísicas ni un curso prefijado de las cosas. El contenido del horizonte no está asegurado. Su final es un final abierto, y por eso Feinmann habla de la posibilidad del abismo.
A esto se refiere Toni Negri cuando dice "Todo encantamiento ha terminado: con ello el reino de la posibilidad reside por entero en nuestras comunes y potentes manos". Pero no ha terminado como querían los neoliberales anunciando el fin de la historia, la derrota de las ideologías y la muerte de los sueños, para mantener este orden de mundo injusto.
El horizonte es transformador, nos orienta hacia lo posible, abre la dimensión de lo nuevo invitándonos a producir más que a reproducir, a caminar lo incierto, más que lo previsible, a singularizar más que a generalizar, a enfrentar la contingencia y no movernos en un mundo de verdades absolutas y a priori, a inventar en vez de tomar lo dado, a historizar en lugar de naturalizar.
De este modo no existe un futuro único, sino futuros posibles, algunos probables, otros deseables, algunos terribles. No se trata entonces de recrear una nueva utopía, ni mucho menos de intentar sostener antiguas ilusiones, sino de atreverse a andar avizorando horizontes y abriendo grietas en el muro del poder.
“Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, decía Gabriel García Marquez, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad”.

“Nos hacen zonzos para que no nos vengamos grande”.

(154) Sábado, 17 de Abril de 2010
Desde que Arturo Jauretche escribiera su célebre Manual de zonceras Argentinas sobran las plumas que intentan agregar la zoncera propia. Medias verdades, o a veces mentiras enteras siempre funcionales a las relaciones de poder en vigencia. “Descubrir las zonceras, que llevamos dentro es un acto de liberación, decía don Arturo; es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la digestión alimenticia y la intelectual. Es algo así como confesarse o someterse al psicoanálisis -que son modos de vomitar entripados- siendo uno mismo el propio confesor o psicoanalista. Para hacerlo sólo se requiere no ser zonzo por naturaleza; simplemente estar solamente azonzado, que así viene a ser cosa transitoria, como lo señala el verbo”. ¿Será cierto aquello que decía Jauretche de que “En cuanto el zonzo analiza la zoncera deja de ser zonzo”? Por si acaso, vale la pena el intento.
El discurso de la derecha a través de una operación mediática de enormes dimensiones viene asegurando que los males de la Argentina se deben a su dirigencia política. Acusación en bloque, sin distinciones. Estamos así de jodidos por nuestros políticos, dicen ellos, todos son corruptos, viven de las coimas y las prebendas. La operatoria cultural que engendró este discurso se ha extendido a tal punto que gran parte de la población, en gran medida adhiere a él.
Analicemos la parte de verdad y falsedad que encierra recordando aquello de que existe algo peor que hallar un gusano adentro de una manzana: encontrar medio.
Decíamos que el discurso tradicional de la derecha asegura que el problema del país es la corrupción de la clase política. Según esta mirada, el problema no sería la vigencia de un orden estructural injusto, inequitativo. Las grandes empresas, por ejemplo, que ganan fortunas incalculables quedarían libres de cualquier cargo. El problema son los políticos, y lo que roban con sus salarios y corruptelas, dicen. No vamos a negar que es moneda corriente la deshonestidad en el manejo de los fondos públicos, la existencia de comisiones non sanctas y favores variados; tampoco podemos hacer la vista gorda a los 'lavados' y 'fugas' de dinero y tantos etcéteras.
Sin embargo, consideramos que esta es una media verdad porque deja oculta la otra verdad que entendemos más profunda. Aleja la responsabilidad del campo de la empresa capitalista, de los 'hombres de negocios', que constituyen el central desequilibrio y el principal factor de injusticia social. Cuando dicen que el problema son los políticos caen en una especie de honestismo y reducen todo a un problema de 'ejecución', de manejo limpio. Por eso viene Macri y dice que lo importante es gestionar. Que los baches de las calles de capital no son ni de derecha ni de izquierda, y le sigue Carrió para quien el mal argentino es la deshonestidad. No cabe duda que la honestidad es un bien tan escaso como necesario, pero para nada suficiente. A nadie se le ocurre subir a un colectivo y preguntarle al chofer si es honesto. La pregunta clave es hacia dónde nos lleva. Una vez que determinamos esta cuestión esencial, y solo recién, tiene sentido pensar en la honestidad del chofer.
Lo que nuestra zoncera oculta son los intereses que animan la política, sus razones de ser más profundas. De esta manera se 'desideologiza' el rol de la dirigencia política. No se los acusa por su tarea de ser meros administradores de una relación de fuerzas sociales injustas, sino por su falta de pericia, destreza, u honestidad para realizar esa administración. Dicen algo así como “El orden social es bueno, el pensamiento neoliberal no está mal, lo que sucede es que ha caído en manos de gente inadecuada". Inadecuada por inoperante y por inmoral. He ahí el gran problema nacional.
Esta manera de ver no es más que un 'antipoliticismo' producido por el establishment, con pretensión de expandirlo en todas las direcciones posibles. Es decir, la política vaciada justamente de política.
Sin embargo nos parece importante observar cómo en Argentina ha comenzado un cuestionamiento que se extiende a otras dirigencias. Escrache a los bancos y a los medios de prensa, cacerolazo a la Corte Suprema, a dirigentes sindicales desentendidos de los problemas de los trabajadores, “desafiliaciones” a la Iglesia Católica…
Este nuevo cuadro sumado al hecho histórico de que la derecha nacional ya no gobierna por los golpes y ha devenido extrañamente democrática puede producir un cambio de significado. ¿No puede empezar a tener un sentido más profundo la crítica a nuestros políticos si ella, la crítica, se dirige a denunciar la subordinación absoluta de la política a los deseos del gran capital? ¿No es esperanzador ese puente por el que pasamos de la crítica anecdótica más o menos accidental, a esa otra mirada más estructural que comienza a ver más allá del títere y sus hilos?
La zoncera de que la culpa de todo la tienen los políticos sirve de cobertura a los mayores responsables, a los dueños del gran capital económico, ideológico y comunicacional. Es preciso progresar en una dirección capaz de hacer un cuestionamiento básico a las obediencias 'naturalizadas' por un orden social injusto como el que seguimos viviendo.
Decía Jauretche que “el humorismo popular ha acuñado aquello de ‘¡Mama, haceme grande que zonzo me vengo solo!’. Pero esta es otra zoncera, porque ocurre a la inversa: nos hacen zonzos para que no nos vengamos grande”.

“La Espiral del silencio” o el rey desnudo.

(153) 10 de Abril de 2010

El rey estaba desnudo, dice aquel cuento que paradójicamente lleva por título el traje del emperador. La historia que hoy les proponemos es en realidad un relato fantástico que hizo famoso el danés Hans Christian Andersen, hace más de 170 años, probablemente inspirado en un relato del libro del Conde Lucanor que viene del siglo XIV.
La cosa es más o menos así: dos charlatanes se presentaban como sastres ante el mismísimo rey, asegurando ser capaces de fabricar las mejores telas, vestidos y capas que ojos humanos pudieran ver. Para realizar tal tarea sólo exigen que se les entregue el dinero necesario para comprar el material a confeccionar. Los sastres, después de disfrutar un buen tiempo los beneficios que le brinda la vida en la corte, comunican que han confeccionado para el Rey el traje invisible más hermoso del mundo, tan perfecto que “sólo los tontos no pueden verlo”. Entonces le quitan la ropa al Rey y mediante pomposos ademanes le colocan el nuevo traje invisible. El Rey se ve desnudo, pero no lo reconoce porque no quiere aparecer como un tonto frente a tan famosísimos sastres. Toda la corte afirma que el traje es el “más hermoso del mundo”. De esta manera el rey se pasea desnudo por su palacio luciendo maravilloso traje invisible.
Pero un día el rey decide que su pueblo también merece disfrutar la hermosura de su traje y sale del palacio para recorrer su reino. Es allí cuando todo el pueblo lo ve desnudo, pero por temor a contradecirlo, se llama a silencio, y repite como todos su elogio a tan estupendo traje. Entonces un inocente niño irrumpe en la escena y grita: “¡El Rey está desnudo!”.
Seamos cuidadosos con la moraleja. No caigamos en la chicana fácil o la obviedad de acusar al rey o reina de turno de estar desnudo. El tiro por elevación, el rodeo malintencionado, la interpretación antojadiza para después pegar, son recursos arteros y miserables que sobreabundan en el medio.
El traje del rey nos parece más bien el símbolo de una realidad inventada, e impuesta como verdad a fuerza de miedo. Miren lo inquietante de la idea: Nadie es capaz de ver lo obvio: el rey está desnudo, pero todos elogian su traje. Es maravilloso el poder de significado y profundidad de esta alegoría. Freud decía que nunca fue a ningún lado al que antes no haya llegado un artista. Y digo esto porque Andersen con su cuento se adelantó a esa teoría llamada “La Espiral del silencio”, una hipótesis de las ciencias políticas y de comunicación propuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. La teoría propone que es menos probable que un individuo dé su opinión sobre un determinado tema entre un grupo de personas si siente que es parte de la minoría, por miedo a la represión o aislamiento por parte de la mayoría. Pareciera que cuando hay una creencia o una toma de posición generalizada en una sociedad, un discurso único, todos quieren subirse al carro vencedor e inclusive los que manifiestan dudas permanecen en silencio. Entonces, sentirse minoritario irá creando un proceso en espiral: las personas de convicciones menos firmes o más indecisas irán adoptando con más facilidad "las tesis de moda" y la opinión minoritaria será cada vez más escasa". La principal preocupación de esta socióloga es identificar cómo se forma la opinión pública en el marco de una sociedad que castiga a los individuos que "no piensan como la mayoría". La “creación de consenso” es ese medio mediante el cual se martillea a un grupo con una idea que se considera mayoritaria (lo sea o no) y se intenta transmitir la impresión de que tal idea es asumida como válida unánimemente.
Cuanto más se difunde una opinión dominante, más se silencian, las individuales voces minoritarias en disidencia, con lo cual, se acelera el efecto de las opiniones mayoritarias construyendo un proceso de retroalimentación ascendente”. ¿Les suena?
Viene a mi mente la enorme y contradictoria figura de Heidegger, quien en Ser y tiempo hablando de la existencia inauténtica plantea que el sujeto no habla, es hablado; no piensa, es pensado; no interpreta, es interpretado; no ve, es visto. Todos son el otro, ninguno es el mismo, y por eso no ven ni siquiera lo elemental, que el rey no tiene ningún traje.
Estoy advertido que sobre esta teoría se han formulado innumerables críticas: el no tomar en consideración las diferencias interculturales, no dar cuenta de todos los comportamientos, ya que la espiral de silencio queda automáticamente rota cuando un hombre libre se atreve a dar una opinión contraria a la mayoría. Interesante ruptura de la teoría: el hechizo del dominador se cae a pedazos cuando alguien se anima a gritar que el rey está desnudo. Más aún, existen personalidades que precisamente cuando saben que sus opiniones son minoritarias sienten un incentivo, un acicate que los impulsa a manifestarlas.
Así y todo, la teoría en buena medida arroja luz sobre una de las grandes preocupaciones de este tiempo: como somos sujetados por los grandes medios de comunicación. El poder de los medios para sujetar a los sujetos fue una fórmula de Foucault, el gran teórico del poder en el siglo XX. Para él, la verdad no existe. La verdad es una creación de los medios. Es necesario controlar o aniquilar o inmaterializar toda verdad que provenga del sector no hegemónico. La verdad debe tener un solo polo, el del poder. De este modo, la mentira convertida en verdad se introduce en las subjetividades de los pasivos receptores. No hay posible vereda de enfrente o voz discordante. Al unísono con el Imperio que a veces es bélico porque somete por las armas, pero también es comunicacional porque somete por los medios.
La revolución que tanto proclamó la izquierda terminó haciéndola la derecha, claro que no aquella revolución de la justicia y la libertad, sino la revolución comunicacional que ha desarrollado un dispositivo tan poderoso capaz de aprisionar nuestras conciencias en todos los territorios posibles. Colonizando la subjetividad, la conquista continúa como poder de penetración de una ideología a través de lo mediático.
¿Cuáles son las desnudeces que hoy ocultan nuestros medios? ¿Cuál es ese traje irreal, inexistente, que todos elogiamos? ¿Cómo hacer para empezar a ser aunque más no sea esa voz que en medio de las multitudes se anima a gritar que el rey está desnudo? ¿Qué pasos agregar para que ese grito se vuelva colectivo, plural?
¿Nos ayudan a pensarlo?

Insurrección de las conciencias

3 de Abril de 2010
Si supiéramos a ciencia cierta el camino que hay que seguir para repensar nuestra realidad, no estaríamos otra vez caminando esta vereda con ustedes. Si las certezas fueran más que las preguntas, y las recetas abundaran por sobre las dudas, no sonarían nuevamente nuestra voces. Tal vez en buena parte, por eso esta sintonía con ustedes, oyentes, convertidos en hablantes, cómplices de este caminar por nuevas veredas.
Con Ezequiel estuvimos tentados de hacer un paseo por los acontecimientos más importantes de este tiempo en que no nos encontramos. Nos desalentó tal idea convencidos de aquello que expresaba Baudelaire: lo nuevo siempre nuevo, lo nuevo siempre igual. La historia vuelve a repetirse decía Cadícamo. Cambian los roles, algunas variantes secundarias en el juego, pero en el fondo la microhistoria, entregada al mismo, el mismo loco afán. Es que en nuestra coyuntura política varían los nombres de los actores pero el libreto en lo esencial parece un calco.
Sin duda en los últimos meses se ha acentuado el enfrentamiento entre el gobierno y la oposición quedando montado un escenario maniqueo. La oposición al gobierno se ha vuelto tan grotesca, tan torpemente previsible, tan miserable, tan a la derecha de la derecha, que se hace difícil criticar algunas acciones del gobierno, o la ausencia de ellas, por miedo a quedar pegado, aunque sea por un instante, al discurso y práctica de esta oposición.
¿Es posible imaginar algo más burdo y canalla que Duhalde pidiendo que los militares garanticen la seguridad ciudadana y reclamando vivir en un país donde haya lugar para la gente que quiere a Videla y la que no lo quiere? ¿Hace falta a esta altura recordar que Videla es un criminal condenado por delitos de lesa humanidad?, ¿Y qué decir de Macri, pidiendo a los legisladores porteños que voten “algo inteligente y moderno” para referirse al inminente proyecto que busca prohibir los cuidacoches y limpiavidrios en las esquinas, y las manifestaciones con encapuchados? ¿Qué puede tener de inteligente o moderno el viejo truco de criminalizar la pobreza o creer que eliminando un síntoma se cura la enfermedad que precisamente ellos mismos producen con sus políticas de exclusión y sus propios grupos mafiosos? ¿Sirve de algo, vale la pena, apelar a categorías políticas para analizar a Carrió con sus penúltimos pronósticos de apocalipsis? ¿No son más adecuadas aquí las consideraciones psicológico psiquiátricas?
No los une el amor sino el espanto. El espanto de ser ellos mismos. El espanto de no tener la honestidad y el coraje de decir aunque sea media palabra en torno a la apropiación de la viuda de Noble. El espanto de ser los responsables de que en el senado el único acuerdo sea el desacuerdo, sistemático, gorila y porque sí.
¿Cómo es posible que ni un guiño, ni media palabra haya surgido de sus bocas ante el crimen de Silvia Suppo, ex detenida-desaparecida, testigo en el juicio contra el ex juez Brusa? Doce puñaladas para una víctima de la dictadura y la dirigencia política, salvo excepciones, y los grandes medios, ni siquiera dejan abierta la sospecha de un crimen político.
¿No resulta curioso que el acento de la crítica opositora se dirija precisamente a aquellas acciones del gobierno que apuntan a temas que tienen que ver con la equidad, la distribución de la riqueza? O sea, critican lo que está bien y se debería profundizar. ¿Por qué, por solo dar un ejemplo, no dicen nada acerca de los cinco millones de hectáreas en el norte y centro del país y las 600 mil personas afectadas por el llamado proceso de modernización de las agroempresas y la minería? ¿Nadie ve que los desplazados son campesinos pobres y pueblos originarios que resisten solos y como pueden los desalojos de sus tierras ancestrales?
Sin duda resultan conceptualmente preocupantes las afirmaciones del ministro Florencio Randazzo, declarando para en TN que si bien todos sabemos que el 70 por ciento o el 80 por ciento de la deuda es ilegal, debe pagarse. Pero, ¿qué lógica autoriza a esta oposición a tomar partido en un tema en el que históricamente fueron funcionales al saqueo y expoliación de un pueblo entero? Ciertamente, investigar la deuda fraudulenta, sería una forma más de reconstruir la memoria y revertir la filosofía de la dictadura y del desastre de los 90, del cual buena parte del gobierno y la mayoría de la oposición formó parte.

El adentro y el arriba están contaminados, los percibimos rancios. Son lugares viciosos que terminan haciéndonos reproducir lo mismo que pretendíamos rechazar. No hay otra, la realidad se transforma de abajo hacia arriba y del centro a la periferia. Transformar la realidad desde arriba y por el centro es como dar vueltas en una calesita: nos movemos, creemos que avanzamos, pero permanecemos en el mismo sitio. Los latinos llamaban idiota justamente a aquel que no podía dejar de dar vueltas sobre sí mismo. A eso parecen jugar muchos de nuestros dirigentes. Es necesario aprender a pensar de nuevo, a sentir diferente, para comenzar a ver la realidad desde ese otro lugar. Decía Einstein “La mente que se abre a una nueva idea, jamás vuelve a su tamaño original”.
Hoy por hoy, en estos tiempos de crisis del capitalismo global, la coyuntura de nuestra historia nos desafía a defender lo público como ese espacio de todos, y a pensar el Estado como la herramienta al servicio de la defensa de los derechos colectivos. La derecha nacional esquiva por origen y destino este desafío, y el oficialismo solo concreta parcialmente, omite o cacarea, en vez de profundizar y avanzar en tantos cambios necesarios.
Por eso apostamos a la “insurrección de las conciencias” como primer paso hacia la transformación de la realidad; despertar de la larga siesta del modernismo, aceptar el reto de aquella sentencia de Marx que nos desafía diciéndonos que “Un revolucionario debe ser capaz de oír crecer el pasto”.
A esto los invitamos en este nuevo ciclo de La Vereda que hoy comenzamos. Y es una alegría y una esperanza retomar una y otra vez, y todas las veces que sea necesario, este camino.