Destitución de la infancia
(130) 8 de Agosto de 2009
Mañana es el día del niño. ¿Podemos imaginar una sociedad sin ellos? ¿Cómo vivir sin esos locos bajitos capaces de sacarnos lo mejor y peor de nosotros mismos? Sin embargo, la niñez, lo mismo que la adolescencia y la adultez no son períodos “naturales”, sino construcciones sociales e históricas en permanente estado de movimiento y transformación, que requieren nuestra atenta mirada.
En 1984 el sociólogo norteamericano Neil Postman presentó el libro "La desaparición de la infancia", en donde desarrollaba una tesis inquietante. El autor afirmaba que en el mundo ya no hay niños. Las tecnologías modernas, fundamentalmente la televisión, estarían acabando con los secretos del mundo adulto, y sin secretos, la inocencia desaparece y sin ella no puede haber niñez.
De hecho, la gran diferencia entre adulto y niño históricamente se basó en el conocimiento. El adulto tenía unos conocimientos de la vida, con sus dolores, alegrías y misterios que caracterizan su mundo. El niño no tenía estos conocimientos porque el adulto había decidido que aún no era el tiempo de habitar ese saber. Postman afirma que al tener acceso a la fruta prohibida de la información adulta, los niños fueron expulsados del jardín de la infancia. Por eso la sociedad moderna no distingue claramente entre el mundo del niño y el del adulto.
Recuerdo un exitoso programa de T.V., “Agrandaditos” que presentaba a chicos que dialogaban con Dady Brieva, haciendo alarde de su desenvoltura y desfachatez. El éxito de la propuesta, a mi entender, consistía en presentar niños sin desparpajos, especies de enanos despojados de niñez, sin secretos. Seguramente esos chicos, con escasos rasgos de inocencia, habrían accedido al mundo adulto muy tempranamente, copiando sus conceptos, imitando sus gestos, calcando su manera de vestir. En uno de los programas llegué a ver a una nena de no más de 4 años desafiando y hasta amenazando a camarógrafos y equipo de producción. Lo preocupante era que la risa tapaba el fondo de un problema: la nena estaba reproduciendo lo peor del mundo adulto, y encima era alentada y celebrada por los mayores. Ese era el secreto del programa, tener enfrente un adulto con aspecto de niño, un hombre o una mujer en miniatura. Casi un monstruo.
Sin secretos, no hay inocencia, y sin inocencia, la niñez queda destituida.
Algo nos va saliendo mal. Tal vez estemos retrocediendo como el cangrejo y volviendo a tiempos aparentemente superados. De hecho, en la edad media, aunque suene extraño, no existía el término niño, porque precisamente no había ninguna percepción de la realidad humana que permitiera registrar a un humano como tal, como niño. Solo se referían a los adultos, y a lo que hoy llamamos niños los concebían como un pequeño adulto. Esta situación cambiará en el siglo XVI. La invención de la imprenta obligaría a la sociedad a reorganizarse y a distinguir entre los adultos que pueden leer y los niños que tienen que aprender lentamente. Así y todo, los siglos XV y XVIII, dejan ver como una constante en sus pinturas a niños disfrazados de adultos. Un grabado de Durero representa a un niño pobre con un traje de adulto y los rasgos de un anciano. Algo impresionante.
Será la modernidad quien proponga una idea de niño como figura a ser cuidada. La niñez reclamando asistencia y resguardo, es creación de ese momento histórico, en donde aparecen espacios e instituciones dedicados a la infancia.
Es fundamental entender las razones de este desplazamiento que hoy puede estar sufriendo la niñez. A mi entender hay dos factores que se citan. Postman, insiste en la tecnología que se ha convertido en algo tan poderoso que ha cambiado el modo en que nos relacionamos los unos con los otros. Para el autor, ella lo domina todo, por eso ya no podemos controlar el mundo que nos rodea. Vida sin secretos ni misterios significa quedarse con niños, pero sin niñez.
La idea es clara, pero a mi entender existe otra razón, como caras de una misma moneda. El señorío del mercado neoliberal con su expansión de la pobreza y la exclusión social como práctica naturalizada, constituyen una sociedad desamparante, que puede convertirse en amenazadora, ya que las necesidades de protección son satisfechas por cada vez menos grupos e instituciones. Si son destituidas las instituciones que sostenían la infancia solo quedan chicos frágiles, en un mundo adulto también frágil. Por eso equiparar el niño con el adulto no es un juego inocente ya que tiende a descartar la fragilidad infantil y a dejar de lado la cuestión de la responsabilidad de los mayores. El niño de hoy se integra en distintas redes sociales y tempranamente se expone a estímulos de enorme diversidad, entre los cuales sin duda la tecnología, y particularmente la televisión juegan un papel decisivo. A simple vista ese niño parece capaz de autoabastecerse en muchos aspectos; se lo percibe como poco necesitado de los otros. Los chicos deben echar alas, decimos, casi sin darnos cuenta que frecuentemente terminamos escondiendo auténticas formas de abandono y desprotección que ni siquiera son percibidas como tales. La misma escuela, una de las pocas instituciones que sigue empecinada en ese esfuerzo de mirar al niño como niño, está exenta de estos riesgos. Precozmente los chicos deben vivir el pasaje del mundo del juego al del “trabajo”. Hace poco escuché decir a una maestra, dirigiéndose a chicos de 6 y 7 años: Aquí venimos atrabajar, a estudiar, no a jugar.
Vista así, la cuestión tecnológica que planteaba Postman, sin dejar de ser clave, parece ser solo una pieza de este proyecto moderno más vasto que camina por la cornisa de la deshumanización.
Niños frágiles con apariencia de adultos, en una sociedad aniñada, distraída y miope. Una humanidad que se ríe de los “agrandaditos” y celebra lo que debiera empezar a quitarle el sueño.
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