domingo, 27 de septiembre de 2009

Lo que dicen y ocultan los censos y las estadísticas.

(138) Sábado 26 de setiembre de 2009
Los diarios locales lo anuncian con grandes titulares. ¡A peinarse para la foto y ponerse perfume para que huelan los amigos del INDEC! De eso se trata: Un censo experimental se realizará en nuestra ciudad el 14 de noviembre, por eso el mismo director de Metodología Estadística del organismo, Roberto Muiños se hizo presente en Chivilcoy manifestando que el gobierno nacional decidió hacer este precenso en nuestro partido y en la localidad de Tolhuin, en Tierra del Fuego. “Es un censo en chiquito, aseguró, se prueba todo lo que después debe funcionar eficientemente”. Días atrás también había estado la mismísima directora del INDEC, Ana María Edwuin quien aseguró que se trata del “último ensayo del Censo del Bicentenario”.
La noticia en si intrascendente, ni buena ni mala, en pocas horas ganó los titulares locales a falta de asaltos o alguna que otra noticia más o menos espectacular. Nada cambiará ni antes ni después del censo. Nos calcularán, nos contarán, nos medirán, para después interpretarnos, analizarnos, descifrarnos, examinarnos, compararnos.
Ciertamente siempre habrá que cuidarse de los errores técnicos de medición y las posibles falsas interpretaciones. Sin ir más lejos el ex secretario de Gobierno Municipal, Walter Larrea, informó que según resultados del último censo se desprendía que en nuestra ciudad había alrededor de 85.000 habitantes. En realidad se le desprendió demasiado, ya que el número de habitantes solo alcanzaba a 73.855 personas. Le erró por nada menos que 11.145. Un papelón. Error técnico dirán algunos. Está bien. Errar es humano, pero no hay que olvidar que mentir es divino. Hay hombres que utilizan la Estadística de la misma manera que un borracho utiliza un farol: más para apoyarse que para iluminarse. El INDEC ha dado sobradas muestras de manipulación informativa.
Los censos, sin embargo, son necesarios. No descubrimos nada al decir esto. Lo preocupante es esa pretensión de que una serie de datos se convierta en la última palabra acerca de la lectura de la realidad. Hay una cultura que entroniza a los números como verdad única e infalible. “El maestro lo dice”, era el argumento de autoridad por excelencia en otros tiempos. Después vinieron días en que se volvió necesario satirizar para poder tragar la realidad y dijimos cosas como “el que sabe, sabe, y el que no, es jefe”. Jefe de cualquier cosa, también del INDEC. El que sabe, sabe, y el que no, hace encuestas o censos y arroja números. Y el maestro, ¿qué dice? El maestro no dice nada, calla, esperando ver qué dicen las cifras.
La realidad son los números predican los nuevos hechiceros de la modernidad, convertidos en maestros o filósofos. Los números no mienten. Dos más dos es siempre cuatro, y acá no hay verso posible. Los números están de moda y toda argumentación que pretenda ser categórica no podrá omitirlos. Sin porcentajes o estadísticas el pastel huele mal y las verdades pierden todo sabor, tornándose sospechosas.
No importan las ideas, marche un censo para pensar, con cifras para especular, porcentajes y estadísticas para decir generalmente más de lo mismo y que nada cambie.
Decía Marx, “Los filósofos hasta hoy se han dedicado a interpretar de una u otra manera el mundo, cuando de lo que se trata es de transformarlo”. Ayer nomás queríamos el mundo para transformarlo. Hoy nos dicen, sí, al mundo lo queremos, y ya, pero no para transformarlo, sino para tragárnoslo con números y estadísticas.
Pensemos: las cifras, ¿son siempre verdad objetiva, indiscutible, neutral, desinteresada?, lo que los números muestran, ¿es inequívoco? ¿Admite una sola lectura o desciframiento?, ¿Qué esconden los números?, ¿qué hay detrás de tantas cifras?, ¿Qué verdad puede ocultar un censo?
Para Carl Jung, “La falacia del cuadro estadístico estriba en que es unilateral, en la medida en que representa sólo el aspecto promedio de la realidad y excluye el cuadro total. La concepción estadística del mundo es una mera abstracción, y es incluso falaz, en particular cuando atañe a la psicología del hombre”.
Un censo, una encuesta, con los resultados estadísticos que de allí se extraigan, son solo una herramienta, un martillo, que hay que saber usar tanto en su aspecto técnico, como ético.
Permítannos la ironía. Imaginemos un juego de interpretación estadístico en donde saquemos algunas curiosas conclusiones:
-El 33 % de los accidentes mortales involucran a alguien que ha bebido. Por tanto, el 67 % restante ha sido causado por alguien que no había bebido. Conclusión: la forma más segura de conducir es ir borracho y a toda velocidad.
-En los accidentes ferroviarios, el mayor número de víctimas estadísticamente está en el último vagón. Retirar el último vagón de cada tren, ¿no sería una forma de salvar vidas?
-El 20 por ciento de las personas muere a causa del tabaco. Consiguientemente, el 80 por ciento de las personas muere por no fumar. De lo que se sigue que no fumar es peor que fumar.
-La estadística, nos dice Alphonse Allaisha, ha demostrado que la mortalidad de los militares aumenta perceptiblemente durante tiempos de guerra.
-¿Y qué tal si agregáramos que el 97.3% de las estadísticas han sido claramente inventadas?
La cuestión es que los amigos del INDEC ya están con sus números en nuestra ciudad. Mientras tanto, la realidad pasa delante de nuestros ojos repleta de preguntas, susurrando dolores, pasiones, odios y amores, pero claro, de eso el censo, nunca hablará

domingo, 20 de septiembre de 2009

¿Ideas o titulares?

(137) Sábado 19 de Septiembre de 2009

En una de sus primeras entrevistas como presidente de España, Rodríguez Zapatero declaró: "yo creí que gobernar era hablar de ideas, pero me dicen que lo que tengo que dar son titulares".
Dar titulares, aparecer en los grandes medios de comunicación de masas, eso parece ser lo que vale, lo que cuenta. Figuro en los medios, luego existo. La realidad no es más que esa suma de noticias (o peor, de titulares) que muestran los medios y que nos hacen vivir en un continuo sobresalto, llenos de adrenalina, en estado de alerta ante hechos excepcionales que nos amenazan, despreciando lo cotidiano, lo que transcurre sencillamente a nuestro alrededor.
Hace unos años una historieta presentaba a un reportero que llegaba agitado trayendo una noticia a su jefe de redacción. “En Lomas de Zamora inauguraron una escuela”, le decía. Entonces el jefe preguntaba: “¿Cuántos muertos?” Esa era la noticia extraordinaria, la que nos sacaba de la rutina, la que valía la pena: Cuántos muertos se podían contar. El fundar una escuela, en cambio no significaba demasiado, no era de ningún modo una realidad excitante.
Dar titulares o hablar de ideas, esa parece ser la cuestión.
Botón de muestra de la coyuntura política: todos los titulares de los grandes medios de comunicación por estos días nos advierten de la totalitaria y demoníaca Ley K. pero pocos se atreven a discutir seriamente y en profundidad una legislación que no es propiedad de ningún gobierno y tiene el trabajo y la firma de autores anónimos y colectivos que vienen luchando por un cambio en el escenario mediático desde hace mucho tiempo. Pero claro, los titulares valen más.
Cuando se cae en la trampa de aceptar que comprender la realidad es engullirse lo que masticaron los medios, la receta para quienes controlan y manipulan dicha realidad se torna fácil: naturalizar aquello que no se quiere cambiar y convertir en relevante y objeto de atención todo aquello que conviene poner sobre el tapete. Ni más ni menos que el axioma de Goebbels: una mentira cien veces repetida termina convirtiéndose en verdad. Así, por ejemplo, es natural y no afecta demasiado que en el mundo mueran cientos de pibes de hambre por día, y es noticia, y nos pone los pelos de punta, ese asalto a una joyería de Palermo.
Hablar de ideas es otra cosa. Supone el esfuerzo de pensar, de interpretar la realidad. También exige cierta madurez e inteligencia como para rechazar que todavía algunos pretendan darnos de comer en la boca una realidad cocinada en la trituradora mediática. Ser inteligente significa exactamente eso, intus legere, leer por dentro. La realidad no es una niña dócil que viene y dice aquí estoy, mírenme, esta soy yo. Pensar la realidad exige desciframientos, requiere esquemas de interpretación y un esfuerzo siempre continuado por encontrar aquellas palabras que mejor expresen lo que algo es. Wittgenstein decía que la filosofía es el conjunto de los chichones que nos hacemos al golpearnos contra los límites del lenguaje.
La cultura neoliberal justamente viene a salvarnos de esos benditos chichones, pero no lo hace gratuitamente. Su invariable voracidad no le permite regalar nada, y por eso viene a persuadirnos de que pretender ver la realidad nos vuelve autoritarios. Se instala la sospecha ante cualquier pretensión de verdad. No hay criterio de coherencia válido. Solo existen partes, fragmentos aislados, con actores azarosos que entran y salen según libretos que nunca se vinculan. La realidad como azar, como algo que nos viene dado y es inmodificable. “Qué le vas a hacer, estos viven pobres y aquellos podridos en guita. Caprichos del destino, cosas que tiene la vida. Selección de la naturaleza”. Algunos nacen con suerte y otros en Argentina, este país generoso y miope que no termina de ver y que antes de ayer, obnubilado por estas recetas, votó a Macri, y hace unas horas nomás a De Narvaez, Solá y lo que venga. Desconexión de sucesos: no podemos ver que Macri es el tipo que se enriqueció con las políticas de los 90; que Solá trabajó para Menem, Dualdhe, Kirchner y todos los que él ahora critica. “Haz cambiado con el tiempo”, le dicen a un dirigente. Y éste contesta, “No, yo nunca cambié, siempre quise ser el alcalde del pueblo”. ¿Y el pueblo? El pueblo hoy por hoy se olvida, dormita en una especie de amnesia, mientras se alimenta de los titulares del diario o la tele y piensa la realidad como flash, aislando todo acontecimiento.
Nuestra derrota cultural consiste en gran medida en tragar sin digerir sucesos, en desligar lo que nació unido, en no visualizar la direccionalidad de los hechos.
Que viva la separación, la fragmentación, lo efímero, lo fugaz, eso que nos convierte en hombres modernos y pragmáticos. Carta de defunción a toda ideología que intente dar cuenta del mundo. Los grandes metarrelatos, los saberes totalizadores y los discursos legitimadores tienen sabor a rancio; desde la caída del muro tienen fecha de vencimiento. Gloria y apoteosis de lo light, fin de la "Era de la Representación". Toda pretensión de representar lo real será criticada, o ni siquiera tenida en cuenta.
El profesor de Sociología Joseba Arregi decía: "No es la peor definición del posmodernismo la que dice que priva a los habitantes de ese su mundo de un mapa cognitivo suficiente para orientarse en él. Es como si el mundo posmoderno llevara a sus habitantes a una ciudad nueva, enorme, en la que no habían estado nunca, y los soltara por sus calles sin un plano. A lo que habría que añadir que esa ciudad se caracteriza por su falta total de planeamiento, por no contar con una estructura perceptible, lo cual aumenta y da profundidad a la desorientación de las personas en el mundo actual".
"Yo creí que gobernar era hablar de ideas, decía Zapatero desilusionado, pero me dicen que lo que tengo que dar son titulares". Y así estamos, inundados de titulares, en un mundo escaso de ideas, que ha extraviado o escondido su mapa y no puede descifrar una realidad que se le escurre como el agua de las manos, dejándonos- y miren qué paradoja- tan hartos como vacíos.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Acerca de la nueva ley de medios audiovisuales: Defender la ley para que no nos hagan la trampa (136)

sábado 12 de septiembre de 2009
La batalla por la ley de medios estalló en estos días robando el centro de nuestro escenario político. Con más estruendos y chicanas que reflexiones, el tema se venía calentando con la estatización de las transmisiones de los partidos de fútbol de primera división, y entró al horno con el envío al Congreso del proyecto de dicha ley. Es predecible tal clima de tensión si se tiene en cuenta que entre otros fines, el proyecto amenaza nada menos que los intereses monopólicos del Grupo Clarín.
A ojo de buen cubero ciertas bondades de la ley son indiscutibles, hablan por sí mismas: En pleno siglo XXI tenemos en Argentina una ley que lleva las marcas imborrables del autoritarismo procesista y la desvergüenza privatista del menemismo, que saqueó el patrimonio público. Borrar la firma de Videla, Harguindeguy, Martínez de Hoz y Menem, tiene un valor más que simbólico. Esta anacrónica y rancia ley, inspirada en la doctrina de la seguridad nacional, y profundizada al fragor de las políticas neoliberales transformó a los medios en un espacio brutal de concentración económica. En la actualidad existen dos grupos que son dueños de casi todos los medios de comunicación, Telefónica Argentina y el Grupo Clarín. Una vergüenza que sean ellos quienes pretendan darnos clases de democracia participativa y quienes hablen de violación de derechos.
Bondades de la ley. También es justo reconocer que este proyecto fue discutido en cientos de foros, y ya se cumplieron cinco años de la presentación de los célebres 21 puntos, una declaración de principio progresista y de auténtico contenido democrático. Pocas leyes llegaron al Congreso con tanto trabajo y apoyo de base.
Más bondades: una fundamentación desacostumbrada por estos territorios. No es poca cosa que se diga que el derecho a la información y a la comunicación no pueden ser un simple negocio comercial, son derechos humanos y por lo tanto “inviolables”, “inalienables” e “irrenunciables”. La radiodifusión es un servicio de carácter esencial para el desarrollo social, cultural y educativo de la población. Por eso asegura que si unos pocos controlan la información no es posible la democracia y propone que se adopten políticas efectivas para evitar la concentración de la propiedad de los medios de comunicación.
Linduras de esta ley, costados virtuosos de una legislación que en principio apuntaría a garantizar derechos, desmonopolizar, democratizar, distribuir poder…
Todo este marco hacía suponer un debate de calidad, de confrontación de ideas. Nada más lejano. El presente encuentra a varios partidos opositores preocupados en dilatar la discusión y votación de la ley, para hacerlo en el escenario más propicio para sus chances a partir de diciembre, mientras no cesan de acusar a la ley de ser un calco diabólico del chavismo. Algunos comienzan a dibujar algunas críticas valiosas que merecen atención: que el órgano o autoridad de aplicación no dependa del Ejecutivo; establecer una reglamentación más dura para el ingreso de las telefónicas; extender el debate al interior para que el proyecto sea más federal. Sin embargo, el tono general de la oposición prefiere las rimbombancias y la victimización como parte de una estrategia más dirigida a defender sus intereses que en argumentar razones serias orientadas a la transformación de la realidad de los medios.
A tono con esa oposición, y desandando caminos, el oficialismo aparece contagiado por ese clima que en mucho se parece a un partido de truco. En vez de profundizar en las razones del juego y pararse en un debate de ideas aparece más preocupado en buscar un verso para cantar flor, apurar la partida para que la votación sea ya, y la oposición no tenga más remedio que irse al mazo.
El problema así planteado tal vez oculte una cuestión fundamental: la comunicación masiva no es un problema meramente técnico comunicacional, es un desafío eminentemente político. Sería ingenuo plantear que si se derogara esta o aquella ley las personas gozarían plena y mágicamente de su "derecho a la información". Ciertamente las leyes que regulen la concentración económica son necesarias como dique para contenerla y en cierta medida evitarla. Pero si la dinámica y la lógica del capital es cada vez mayor, una ley podrá retrasar el proceso pero nunca revertirlo o darlo vuelta.
Aquí nos parece necesario recordar cómo desde su llegada al gobierno, el kirchnerismo ha continuado con la política de concentración de medios que hoy tanto critica.
Desde el 2003 una sucesión de medidas erráticas favorecieron a las grandes corporaciones económicas: el decreto que permitía la prolongación de la fecha de habilitación de licencias facultó a los multimedios para que ampliaran el plazo de pago de las millonarias deudas contraídas con el Estado; el permitir negocios multimillonarios a personajes como Hadad y el mismo De Narvaez favoreció la concentración de poderes que profundizaron el control del mercado mediático; recientemente el permiso para fusionar Multicanal y Cablevisión no hizo más que acrecentar el monopolio del Grupo Clarín. ¿Casualidades, paradojas, contradicciones?
Sabemos que al decir esto corremos el riesgo de que algunos lleven agua para su molino. La derecha está viva como siempre en la Argentina. Encima disfrazada de democrática. Ya lo advertía Bertolt Brecht después de la guerra: “Señores, no estén tan contentos con la derrota [de Hitler]. Porque aunque el mundo se haya puesto de pie y haya detenido al Bastardo, la Puta que lo parió está caliente de nuevo”. Sí, están calientes. Por eso no queremos entrar en su lógica y mantener la cabeza fría. Tan fría como para preguntarnos con el mismo Brecht: “¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo que se condena si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo”.
De todas maneras, bienvenida ley, necesaria pero insuficiente, en un tablero donde las principales piezas se mueven al ritmo de las economías concentradas. El protagonismo y la participación popular serán la principal garantía de que una vez hecha la ley, no nos hagan la trampa.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Ese gran ojo que nos mira

(135) 5 de setiembre de 2009

Un gran ojo nos mira, nos observa, nos desnuda y sobre todo nos controla y disciplina. No es el ojo de Dios, pero se le parece. La genial novela “1984” de George Orwell narra la historia de una sociedad sometida a un control extremo por el Gran Hermano, responsable de vigilar los espacios públicos y privados mediante circuitos de videocámaras.
Ya hace rato que la realidad viene superando a la ficción. Recientemente nuestro municipio firmó un convenio con la empresa Ecom Chaco, para dotar a nuestra ciudad de equipos de telecomunicaciones, fundamentalmente destinados a la seguridad. Instalar cámaras en lugares estratégicos de la ciudad es una de las acciones claves. Según el Secretario de Seguridad, se trata de “tener la ciudad controlada en puntos conflictivos, como son los lugares de nocturnidad, las plazas, los accesos a la ciudad, el Parque Industrial y determinados espacios públicos donde la seguridad se puede ver más comprometida”.
Sonría, lo estamos filmando, y que viva el progreso. ¡Ya parecemos Europa!, anuncia eufórico el diario La Razón. Estamos en la vanguardia. Pero eso sí, no olvide que el control y la vigilancia se habrán colado en nuestra vida cotidiana haciéndose simpática y peligrosamente invisibles.
Las cámaras y su promesa de seguridad dentro de sí encierran “nudos” que nos hablan de vigilancia y control permanente (y no por casualidad) dentro de fuerzas en manos del Estado, ¡y cómo no, también del mercado!
Foucault desarrolla una idea inquietante acerca del panoptismo, que es una construcción que permite controlarlo todo desde lo alto de una torre. El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer puntualmente. Quedamos así inmersos en una trampa: El sujeto “es visto, pero él no ve; es objeto de una información, pero jamás sujeto de una comunicación”. Se trata de controlar “desde lejos”, desde un lugar donde nos miran pero donde nosotros no podemos mirar. La disociación de la pareja ver/ser visto establece un vínculo perverso. No sabemos en qué momento podemos estar siendo observados, pero somos conscientes de que constantemente somos “vigilados” y fundamentalmente, registrados: cada acción, cada paso, con cada persona, en cada minuto y segundo.
Se podrá decir que las cámaras de seguridad son utilizadas como pruebas en muchos juicios, que han colaborado y servido de ayuda para esclarecer diversos hechos delictivos. Pero al mismo tiempo pueden llegar a jugar en contra de derechos y garantías de las personas. El derecho a la privacidad e intimidad quedan seriamente amenazados, y en nombre de nuestra “integridad”, y el de las grandes empresas, estos derechos y garantías son sustituidos por el cordial cartelito que una y otra vez nos advierte, “Sonría, lo estamos filmando”.
Seguramente pocos adviertan que estas cámaras son en sí mismas mecanismos de control, de censura y de poder, que han logrado ser habilitados mediante el consenso de la mayoría de la población. Esto se ha debido a diferentes motivos pero fundamentalmente al que se refiere a la problemática de la inseguridad. Aceptamos ser “observados” en todo momento y lugar como trueque de “sentirnos protegidos”. No faltará quien asegure que al menos él no tiene nada que ocultar, por lo que prefiere ser vigilado si con ello el Estado lo protege y le hace sentirse más seguro. Punto nodal de nuestras jóvenes democracias: cuánta libertad estamos dispuestos a ceder a cambio de una supuesta seguridad.
Existen dos maneras de pensar la ética: la mirada disciplinadora centra la energía en normas externas y medios también externos que obligan a obrar de tal manera. Esta es la ética heterónoma. La mirada humanista pretende que sea desde la profundidad del ser, desde la interioridad, desde el propio ejercicio de su libertad de dónde surjan las acciones humanas. Esta es la ética autónoma. Evalúen ustedes a dónde nos estamos parando con este proyecto de llenar la ciudad de ojos. Las cámaras de seguridad reflejan y expresan lo que somos, lo que nos pasa. Somos las máquinas que creamos y elegimos.
En razón de lo dicho entendemos que tenemos el derecho a hacernos algunas preguntas: ¿hasta qué punto es ético que las sociedades de control puedan hacer uso de estos mecanismos para registrar las acciones de las personas? ¿Necesitamos recordar cómo estas cámaras han sido usadas en el mundo para control y represión política de marchas y manifestaciones populares? ¿Existe algún tipo de límite o control para los que tienen el poder de registrar estas informaciones? ¿Quién va a controlar a los que controlan? ¿Qué participación o rol exacto tendrá la policía, institución que hoy por hoy, más que garantizar seguridad, es parte de su agravamiento? ¿No estaremos ante una solución que termina siendo un problema? ¿Qué conductas considera distorsivas o disvaliosas, nuestro Secretario de Seguridad? ¿A qué conductas se refiere exactamente? La comunidad de Chivilcoy, ¿no tiene una palabra que decir acerca de los límites éticos de estas cámaras?
En el fondo de toda esta cuestión subyace oculto un tema central: Este sistema político a pesar de parciales logros, en su esencia, no puede dejar de ser una máquina de fabricar excluidos, de establecer las más brutales y canallescas inequidades. Entonces, los habitantes de ese inframundo o los que se asomen a él, necesitarán una vigilancia permanente, exhaustiva, omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volver invisible al mismo responsable de tamaña atrocidad.
Las cámaras más allá de su eficacia como instrumento de seguridad revelan un costado hipócrita. Decimos “todos somos nosotros”; pero seguimos viendo a muchos como los otros. Les tememos; pero están entre nosotros. No están con nosotros, sí entre nosotros. Y entonces los miramos de lejos. No queremos acercarnos. Primero los desenfocamos para que después alguien los mire desde lo alto y de paso nos mire a todos. Pero especialmente a ellos, los otros, como imágenes borrosas de vidas borradas. El gran ojo es el resultado de ese desenfoque, la negación misma de la política como esfuerzo de integración. Ya lo decía Bauman, “Desde los albores de la modernidad, cada generación sucesiva ha dejado a sus náufragos abandonados en el vacío social: las ´víctimas colaterales´ del progreso”.