viernes, 31 de julio de 2009

Lo perverso, ayer y hoy. ¿De qué nos reímos?

Lo perverso, ayer y hoy. ¿De qué nos reímos?
(123) 13 de Junio de 2009

Por estos días escuché decir a un periodista que la campaña electoral en la Argentina era perversa. Después de semejante afirmación me quedé esperando en vano el por qué, las razones, o al menos el dibujo que marcara algunas líneas acerca de su idea de lo perverso, para ver después si era apropiado atribuir este concepto al escenario montado para estos comicios.
¿Qué es lo perverso? Tato Bores en un histórico reportaje televisivo sin desperdicios, hace un repaso de su vida, y en uno de sus momentos más altos sugiere algo que me parece un componente esencial de lo perverso. Allí dice: “pude hacer humor con toda la historia del país, pero nunca con los desaparecidos”. El discurso es claro, inequívoco: Nadie hace humor con lo inicuo o lo siniestro. La crueldad o lo perverso no admite ningún costado gracioso, ni esa descompresión de lo serio. Lo perverso no se disuelve, no puede ser rebajado, o suavizado, tampoco admite la ironía.
Vikki Bell, profesora de una Universidad de Londres, en visita por nuestro país, nos señala que “el horror de la desaparición de personas instituido por el Estado dictatorial funda un perverso sucedáneo en democracia: la invisibilización de sectores sociales marginados”. Observemos atentamente la idea: habla de “un perverso sucedáneo de la desaparición de personas en democracia” para referirse a esta brutalidad de hacer invisibles a los excluidos del sistema. Incluso alcanza a decir que la experiencia argentina, con el fracaso de las tentativas de abolir lo ocurrido bajo el terrorismo estatal mediante indultos y leyes de impunidad, revela que “no podemos controlar el pasado” porque la sociedad tiene “la necesidad de permitir su retorno”. ¿El retorno de qué? De lo perverso. De las desapariciones ayer, de los excluidos hoy.
Aquí, dicen ellos, no hay más pobres, ni gente sin trabajo, ni pibes con sus vidas destrozadas, o si los hay, son cada vez menos. Si alguien se refiere a ellos, a los expulsados, lo hace en medio de miserables discursos proselitistas de campaña, tan poco creíbles como sus voces confundidas con las risas del Gran Cuñado, ese aquelarre en dónde se desdibujan las fronteras de la ficción y la realidad, y las imitaciones de los candidatos terminan siendo más reales que la realidad, mientras pasean por sus bocas verdades que no dan risa, y risas que esconden verdades. Un discurso político perverso disfrazado de humor para referir una situación que también tiene mucho de eso, de perversa. Sí, todos ríen al ritmo de Tinelli, ya no hay ricos ni pobres, ni explotadores ni explotados. Somos la gran hermandad mediática que se caga de risa de todo. Y venga otra vuelta de tuerca más de este universo maravilloso en el que todo vale, porque todo da lo mismo, porque todos terminan siendo lo mismo.
El problema es que Tinelli, como tantos otros hijos del neoliberalismo y de la caída del muro de Berlín, forma parte de una operatoria cultural que en los 90 planteó el fin de las ideologías, de las disputas de clase, de las derechas y las izquierdas, precisamente como principios disolventes de todo sentido de conciencia crítica sobre la realidad. Ese no lugar en realidad terminó siendo “el lugar” propicio para desplegar sus intereses y llevar aguas para su molino. Así, el tipo que se enriqueció con aquellas políticas, es el mismo que hoy pretende hacernos reír con los despojos que quedaron de nuestros dirigentes. Tal vez baste decir que quienes hacen humor con lo perverso no hacen más que revelar su propia perversión.
Es que de eso hablamos, de lo perverso, y si la actual campaña política lo es. Entonces escuchemos las otras voces, la del Movimiento de los Chicos del Pueblo, por ejemplo, que nos grita que las cifras del hambre no han bajado. Y nos cuentan que casi el 70 por ciento de niños vive bajo el nivel de pobreza. En el 2001 llegamos a tener ocho de cada diez pibes bajo el nivel de pobreza. “Estamos mal pero vamos bien”, decía Duhalde. Nosotros decimos “Estábamos peor, pero vamos mal”.
Morchiatti, coordinador del grupo Chicos del Pueblo, dice: “a ese pibe le sacás la escuela, no lo alimentás, nunca come lo que le gusta, nadie le guarda su dientito de leche, nadie lo acaricia, no tiene su primera foto... ¿Qué estás haciendo con ese pibe? Se lo estás sacando todo. ¿Y después qué querés?, ¿qué te acaricie? Te va a sacar los ojos...¿El hambre es un crimen, entonces?, pregunta casi ingenuo el periodista. Y Morchiatti le contesta: “Si un pibe se muere al lado de una pila de comida... ese pibe muere asesinado. Por eso el hambre es un crimen. Es mentira que el capitalismo tiene un rostro humano, no tiene ninguno. Haber inventado el hambre en la Argentina es lo más perverso que pasó en este país”
Lo perverso ayer: la desaparición de personas. Lo perverso hoy: la invisibilización de sectores sociales marginados. Y claro que la campaña política entonces es perversa, porque oculta con sigilo oportunista lo que debiera denunciar e intenta mostrar que la solución del país pasa por discutir banalmente tal o cual candidato de turno.
Con lo perverso no se jode ni se juega nos había enseñado aquel maestro del humor.
"!!Qué país! ¡Qué país! -decía Tato en uno de sus inolvidables monólogos-. ¡No me explico por qué nos despelotamos tanto... si éramos multimillonarios!
Usted iba, y tiraba un granito de maíz y ¡paf!, le crecían diez hectáreas... Sembraba una semillita de trigo y ¡ñácate!, una cosecha que había que tirar la mitad al río porque no teníamos donde meterla.
Compraba una vaquita, la dejaba sola en medio del campo y al año se le formaba un harén de vacas.
Créame... lo malo de esta fertilidad es que una vez, hace años, un hijo de puta sembró un almácigo de boludos y la plaga no la pudimos parar ni con DDT. Aunque la verdad es que no me acuerdo si fue un hijo de puta que sembró un almácigo de boludos, o un boludo que sembró un almácigo de hijos de puta."

Para Tato lo perverso nunca pudo alimentar su humor. Para algunos, mucho de lo que pasa en el país hace rato que dejó de darnos risa.

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