Chocolate
6 de Junio de 2009 (122)
Puede parecerle extraña esta editorial, incluso trivial. ¡Con los tiempos que corren comentar una película! Sin embargo, creemos que vale la pena. Juzgue usted.
Invierno de 1959. La historia, que se parece más bien a un cuento, comienza en un conservador y pequeño pueblito francés. Allí la vida no ha cambiado demasiado en los últimos cien años. La monotonía y la rutina parecen mostrar una ciudad tranquila. Un pueblo blanco, como diría Serrat, sin emociones, durmiendo colgado de un barranco, un pueblo que se olvidó de llorar y de reír.
Pero cierto día el Viento del Norte parece traer consigo a la viajera Vianne, una mujer sin vueltas, quien con su hija decide abrir una inusual chocolatería. No es casual que corra el tiempo de cuaresma y que la casa de dulces se instale justamente frente a la iglesia. Tampoco es casual que Vianne sea una madura madre soltera, de zapatos rojos en un mundo pálido. Muy pronto quedará claro que sus manjares son capaces de causar extraños efectos en quienes los comen. La singular mujer posee un don mágico para percibir los deseos privados de los lugareños y satisfacerlos con el dulce exacto. Así seduce lentamente a unos cuantos, que se abandonan a las tentaciones. Es entonces cuando los poderes locales deciden tomar cartas en el asunto. El Conde de Reynaud, un aristócrata, símbolo de moral, rectitud y decencia, lidera una auténtica cruzada. La chocolatería y su dueña constituyen un peligro para la "estabilidad" emocional y espiritual de la población. El magnífico chocolate de Vianne hará estragos en la aldea y socavará el estricto código de moralidad. Por eso, todos aquellos que osen deleitarse del placer que provoca el dulce serán condenados por pecaminosos. En la aldea queda terminantemente prohibido gozar.
Así se provoca una confrontación entre los partidarios de mantener la vida como hasta ahora y aquellos que prueben el sabor de la trasgresión. Y ahí quedan retratados los que prefieren lo tradicional del pasado, lo establecido, lo normado, y aquellos que se lanzan hacia lo nuevo y al gusto del placer y la libertad.
Estoy hablando de la película Chocolate, una sencilla fábula acerca de cómo puede cambiar una persona, una relación, una ciudad, tan sólo con probar un poco los placeres de la vida.
Quisimos elegirla con Ezequiel para hablar de cosas que nos pasan más allá de las últimas noticias que nos vomita el penúltimo noticiero y así referirnos a cuestiones esenciales como la libertad, la trasgresión y su negación, la represión.
Esta parábola casi insignificante, esconde una verdad decisiva para nuestra vida: cuando nuestra conciencia despierta hace una grieta en el universo de lo compacto, lo hace trizas, lo desmorona. La libertad erosiona lo constituido, derriba muros; a un mismo tiempo denuncia que no hay nada establecido para siempre; toda liberación viene para romper, para quebrar. Cuando elegimos desde nuestra libertad hacemos un agujero, un boquete en el muro del poder y a un mismo tiempo nos elegimos a nosotros mismo, nos damos el ser. El chocolate como una peligrosa y dulce metáfora simboliza nada menos que esa libertad que nos corresponde como algo irrenunciable.
No es una verdad menor que solo nos convertimos en seres morales a partir de la libertad.
“No se nace héroe o cobarde, enseña Sartre, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como al cobarde superar su condición”. Esta idea tiene dos importantes consecuencias: nos hace radicalmente responsables y establece una visión de la vida que nos lleva a la acción.
El hombre ya no será simplemente "lo que hace", sino "lo que hace con lo que se le da". Le habían dado una moral de hipocresía y enfrente una chocolatería y entonces los hombres de la aldea eligieron. Algunos se atrevieron a comer su porción de dulce, aunque fuera cuaresma, y la Iglesia estuviera en frente, con su guardián de la moral, su conde y sus condesas.
Y cuando eligieron también, y en ese mismo acto, se eligieron a sí mismo, es decir definieron quién era cada quién. Allí radica la grandeza de la libertad, en su capacidad de superar la serialidad de lo masivo, y lo mandado, y salir de eso que Kojève llamaba animalización del hombre. Para eso está la libertad, esa es su razón de ser. “No debo fijarme límites a mí mismo, y no debo permitir que otros los fijen por mí”, decía el mismo Sartre
Animarse primero a pensar que no todos los caminos conducen a Roma, y después ir a dónde uno quiera. Sabrás que “el que desea y no obra engendra peste”, dice Blake, y eso es lo que pasa todavía con muchos de nosotros. Deseamos y no realizamos el deseo.
Tal vez el peor epitafio que podamos imaginar sea “No tuvo la vida que merecía”. Algo así como, no comió su parcela de chocolate. No eligió, no se animó a ser él mismo. “Un hombre no es estúpido o inteligente: es libre o no lo es”. O si prefiere, que estúpidos nos volvemos cuando no somos capaces del vivir el riesgo de la trasgresión y la libertad.
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