sábado, 26 de junio de 2010

La otra cara del mundial

(163) 19 de junio de 2010
El mundial nos desnuda. Como toda pasión nos expone, nos muestra eso profundo que somos o queremos ser. Si algo llamó en mí la atención esta primera semana del campeonato es esa costumbre de creernos mejores que los demás. La televisión dejó ver por estos días ese costado discriminatorio que solemos tener los argentinos: “Si te gana uno de estos equipos africanos te tenés que matar”, “pero fijate cómo le pega a la pelota este coreano” ¡Mirá a estos paraguas, antes no le embocaban ni al arco iris, ahora casi le ganaron a Italia…”
Esto no es todo. Hay un rostro de este mundial sudafricano post-apartheid que casi nadie quiere ver y que en buena medida explica el por qué de esta discriminación nuestra de cada día. El campeonato de fútbol, que sin duda disfrutamos, tiene su contracara. Para poder construir el modernísimo estadio Green Point - con capacidad para 70.000 espectadores a un costo de 440 millones de euros- hubo que desalojar a centenares de residentes. Dave Zirin, uno de los periodistas deportivos más famosos de los Estados Unidos dijo por estos días: "Éste es un país donde sorprenden los niveles de riqueza y pobreza puestos de forma contigua. La Copa del Mundo, lejos de ayudar a cambiar esta situación es sólo una lupa que amplifica todos los defectos de este sistema". La frase, contra lo que podría parecer, no proviene de ningún activista social o un académico marxista, ya les dije, pertenece a un reconocido comunicador norteamericano. Miles de pobres, han sido desplazadas por la construcción de infraestructuras directa o indirectamente relacionadas con el mundial de futbol. Esconder la pobreza, evitar que el mundo conozca la verdadera Sudáfrica.
¿Qué hay detrás de este espectacular montaje? ¿Qué se oculta debajo de esta fachada cinco estrellas? ¿Qué significan los inmensos barrios de chabolas de cartón y lata ocultos en los márgenes, lejos de las luces de las grandes ciudades sudafricanas recibiendo a turistas de todo el mundo? En el fondo de este escenario, ajustado como un reloj, se puede ver un histórico racismo que no termina de morir y pilas de palabras contra la discriminación que no muerden con la realidad. Todos estamos en contra de cualquier concepto discriminatorio, pero la vida se cansa de mostrarnos cada día todo lo contrario.
Observemos en este sentido que el racismo estrictamente dicho –como “teoría científica” según la cual, por ejemplo, los negros son seres inferiores, y a veces, muchas veces, merecedores de explotación, e incluso de exterminio- es un discurso de la modernidad, estrechamente vinculado a eso que se ha llamado eurocentrismo. Es sobre la base de esta materialidad histórica sobre la que este prejuicio se asienta. Europa occidental será el centro del sistema mundial. La dominación del aborigen y la mano de obra esclava africana en América harán una “contribución” esencial a eso que Marx llamó la acumulación originaria de Capital a nivel mundial. En lo que a África se refiere la explotación y expoliación de los más pobres ha sido y sigue siendo tan grotesca y brutal que entre los historiadores no hay consenso sobre las cifras de la esclavitud en la Época moderna. Algunos hablan de 10 millones de esclavizados. Otros han llegado a proponer 60 millones, de los cuales 24 millones fueron a parar a América, 12 millones a Asia y 7 millones a Europa, mientras que los 17 millones restantes fallecerían en las travesías. Los negros, seres inferiores, asimilados frecuentemente a animales, jurídicamente reducidos a la categoría de cosas. Para describir este drama Ki-Zerbo habló de “la hemorragia humana que ha sufrido el África negra”. Una imagen demoledora.
Y en este punto queremos detenernos para decir que la explotación de los pueblos originarios y el esclavismo africano en América no son una exterioridad, algo adventicio, o una simple contradicción con el humanismo que se pregona. Muy por el contrario, constituye su cimiento material. Hoy hablamos de discriminación como si aquella dominación nada tuviera que ver con la propia constitución de la modernidad occidental. En una palabra: la discriminación es consustancial a la configuración misma de la modernidad capitalista. Este es el nudo de la cuestión del racismo en tanto fenómeno moderno. La misma civilización cuyo basamento filosófico-moral pretendía ser el ejercicio de la libertad individual estaba sustancialmente apoyada, en términos económicos, en la esclavitud de millones de seres humanos. Estas raíces explican las grandes y pequeñas discriminaciones que seguimos padeciendo. Y claro que no está mal indagar en posibles cuestiones psicológicas que echen luz sobre las razones de nuestros prejuicios. También serán necesarios los enunciados éticos que señalen los caminos que nos conduzcan al respeto del otro. Pero cualquiera de estos enfoques será parcial si omitimos referir que la civilización que hoy condena con su palabra la discriminación, sustentó sus raíces en sistemáticas prácticas segregacionistas que hoy continúan vivas.
Pueda ser que además de gritos, emociones, y legítimos festejos, este mundial venga acompañado de algunos despertares. Despertares que como goles, abran este partido cerrado de la vida. Una vida que merecemos jugar entre todos porque sencillamente es de todos.

Fútbol, una ocasión para salir del analfabetismo emocional

(164)Sábado 26 de Junio de 2010
“Es como si todos los argentinos hubiesen hecho el gol conmigo”, dice Palermo entre lágrimas agradeciendo al cielo. “México en un duelo a todo o nada”, anuncia Clarín. “San Martines” titula Pagina 12 en alusión a los dos goles hechos por Martín Demichellis y Palermo. “Dioses del Olimpo”, prefiere sencillamente el diario Popular. El futbol es un verdadero despertador de emociones. Como pocos deportes, moviliza pasiones únicas. En buenahora.
En una cultura que todavía tiene indiscutibles resabios de aquel viejo culto a la razón, viene bien un lugar para la emoción. El siglo dieciocho, y su iluminismo, hizo una exaltación de la razón suponiendo que con ella se desmontaría lo arcaico y se construirían la igualdad y la libertad. Los revolucionarios franceses llegaron al extremo de idolatrar a la razón a tal punto que se inventaron una deidad femenina con ese nombre. Desde entonces, lo racional se ha convertido en el principal legitimador de la vida pública. Digamos de paso que desafortunadamente, el ejercicio del poder frecuentemente se construye sobre la sinrazón. Pero ese es otro tema.
Lo cierto es que el futbol destrona cada domingo, y ni que hablar cada mundial, a la razón. Le quita el cetro y su pretensión hegemónica para dejar que fluya en nosotros algo primitivo. Algo que en nuestra vida moderna hemos aprendido a bloquear, suprimir, negar. Estamos hablando de las emociones. La cultura de la razón no las valoriza suficientemente. Y cuando aparecen de inmediato son tamizadas por sospechosas; son filtradas por nuestro cerebro para que se vuelvan inofensivas: “No es buena la tristeza, hay que evitarla”. “Llorar es de maricas”. “El miedo es mal consejero”. “La ira no te lleva a ningún lado”. Esta emoción sí, aquella no. Hasta acá está bien, más no, porque puedo descontrolarme.
Así las cosas, nuestras emociones nunca emerjan crudas, sin editar, sin la custodia de la razón. Se nos ha educado para evitar nuestras emociones. Y hemos aprendido bien la lección. La trampa está en no darnos cuenta de que la dinámica de las emociones es tal que si las negamos se expresarán de una u otra manera. Y entonces esa energía bloqueada se tornará tóxica. Gabrielle Roth decía que querer vivir sin que fluyan las emociones es algo así como tratar de conducir un automóvil con el motor obturado, o correr una maratón con los pulmones obstruidos.
Lo bueno del futbol es que viene a romper esa lógica, viene a proponernos salir del analfabetismo emocional y a escapar del laberinto de nuestra cabeza. Lo pensado otorga seguridad, puede ser controlado, manipulado, es previsible, manejable. Lo que se siente nos produce una sensación de caos, nos deja desguarnecidos, expuestos, en buena medida vulnerables. Y, qué cosa, justamente allí radica su grandeza. ¿Por qué perdernos el ejercicio de este derecho elementalísimo, el derecho a vivir sensaciones intensas temporales, clara manifestación física de esa energía que une cuerpo y mente?
No te hagás expectativas que después si nos va mal, la frustración es peor, me decía un amigo. No te alegrés de antemano. Es verdad que la emoción en cualquier orden de la vida puede resultar dolorosa. Por eso muchas veces elegimos armarnos de cierta coraza, o insensibilidad para no sufrir. Entonces usamos máscaras que cubran el verdadero rostro y oculten lo que de verdad nos pasa.
Decía Homero Expósito
“Tú, que tímida y fatal
te arreglas el dolor
después de sollozar,
sabrás cómo te amé,
un día al despertar
sin fe ni maquillaje,
ya lista para el viaje
que desciende hasta el color final...“
¡Bellísimo tango! Te amé sin maquillaje, sin ocultamientos, sin esa necesidad de arreglarse el dolor después de sollozar.
“Mentiras...
son mentiras tu virtud,
tu amor y tu bondad
y al fin tu juventud.
Mentiras...
¡te maquillaste el corazón!
¡Mentiras sin piedad!
¡Qué lástima de amor! “
En verdad, qué lástima esta manía de pensarlo todo y sentir tan poco. Una pena privarnos de la alegría de disfrutar el ahora o nunca de la vida eligiendo la insensibilidad y la seguridad que da la mente y protegernos del riesgo y del dolor. Si pudiéramos dejar fluir las emociones como la sangre por las venas. Abrazarlas, trabar amistad con ellas. Hacer que cese un poco la cabeza, la loca de la casa, y que empiecen a hablar las emociones, y el cuerpo retome su protagonismo. Cada día tenemos la oportunidad. Cada momento. Ahora mismo. Y mañana, sobre todo mañana que juega la Argentina.

sábado, 5 de junio de 2010

Rateadas cibernéticas: ¿empezando a mirar la rosa?

(161) 5 de junio de 2007
Parece que la historia comenzó el 30 de abril de este año, cuando 2500 alumnos de distintas escuelas de Mendoza se concentraron en la plaza convocados a través del Facebook a la "gran rateada" mendocina. A partir de allí como por contagio se extendió a casi todas las provincias y hasta cruzó el charco para llegar al Uruguay.
Después se dijo de todo y la polémica quedó instalada. Los tremendistas descubrieron una conspiración contra las celebraciones del Bicentenario; otros, subidos al caballo del fatalismo, pretendieron mostrar lo mal que está todo. Hubo desde quienes opinaron que esto es una versión 2010 del que se vayan todos, hasta lecturas minimizadoras o más modestas, que solo ven en la rateada una picardía sin importancia o una prolongación del feriado ya alargado.
¿Podemos intentar una mirada libre de prejuicios que dé lugar a la pregunta genuina, a la búsqueda de sentidos y oportunidades? ¿Somos conscientes de estar ante un hecho que tiene muchas capas, aristas diversas, diferentes costados?
Recientemente el Director de la Unidad de Planeamiento Estratégico y Evaluación de la Educación Argentina, analizando el hecho, pretendía mostrar cómo estas rateadas cibernéticas tienen algunas novedades y diferencias con respecto a las rateadas criollas de nuestro pasado:
-La primera diferencia que señalaba es que las transgresiones a la disciplina escolar antes debían ser ocultadas y ahora son exhibidas. La idea es clara, casi obvia, ¿cómo ocultar una convocatoria que justamente se hace desde la red? Cabría preguntarnos en este sentido si esta exposición puede ser además una manera de llamar la atención, de adquirir notoriedad. ¿Será una muestra de poder? ¿Una necesidad de publicar que se ha perdido el miedo a la sanción? ¿Un intento por descomprimir y relativizar toda forma de autoritarismo? No lo podemos saber. Pero entendemos que en primera instancia el hecho de que hoy estas rateadas sean exhibidas responde al simple hecho de tratarse de una convocatoria que es esencialmente pública.
-La segunda diferencia que señala es que antes las transgresiones colectivas tenían un contenido y un sentido político. Se hacía pública una demanda, se manifestaban los objetivos de una acción. Una “rateada” masiva era una huelga. Las actuales rateadas tienen un fuerte déficit de sentido, opina el autor. No estoy tan seguro que este segundo aspecto sea así. Tal vez el sentido político más que ausente tenga otro rostro, y de modo implícito esté poniendo en tela de juicio algo que sucede puertas adentro de las escuelas y que los chicos conocen bien.
Lo cierto es que un hecho como el que intentamos pensar nos pone ante la disyuntiva de elegir dos posibles miradas que determinan modelos, paradigmas con sus respectivas culturas que nos devuelven realidades bastante diferentes. Digamos que hay al menos dos posibles esquemas de interpretación: la cultura de la norma vs la cultura del derecho.
La cultura de la norma se para frente al manual de la ley y la disciplina como punto de partida y llegada. Desde esta mirada moralizante no habrá que esperar demasiadas sorpresas. Es fácil suponer el recorrido de ideas y voces que dicen que hay que poner límites, sancionar, disciplinar, que “qué se creen estos mocosos”, “habría que mandarlos a todos a laburar”, “mirá para que usan la tecnología”, “esto es indignante”, “a dónde vamos a ir a parar”, …y usted ya sabe…
La cultura del derecho se posiciona en un lugar abierto, descampado, que deja aire para que circulen pluralidad de ideas. Desde allí se abre el juego a un mundo de preguntas. Porque la educación, si bien tiene sus leyes y normas, antes que nada es un derecho. Derecho a saber, a pensar, a ser críticos, a develar el mundo. Necesitamos descubrir qué sucede en la escuela para entender por qué los pibes en mayor o menor medida expresan simbólicamente esta distancia con la institución escolar. ¿Qué pasa en la cotidianidad escolar más allá de las cuestiones curriculares y las meras formalidades? ¿Qué les sucede a los chicos en el fondo de su alma cuando son educados en nuestro sistema? ¿Qué cosas piensan y sienten? ¿Qué procesión va por dentro?
Reconozcamos que en los últimos años los síntomas de la crisis educativa salieron a la calle adquiriendo una visibilidad bien puntual. Vida por un lado, escuela por otro, tanto para los chicos como para los maestros, mientras en los despachos oficiales y ministerios hablan de otra cosa. De algo escapan los chicos. Tal vez de los ojos entre despreocupados, desconcertados o ciegos de cierto mundo adulto y de la abulia de la institución escolar.
Y es aquí donde queremos decir que hay una rateada que nadie ve: La rateada de un sistema educativo pensado y diseñado para otro siglo, con funcionarios que siempre llegan después. ¿Forzamos la realidad si a partir de esta rateada nos ponemos a mirar a un Estado que viene desentendiéndose progresivamente de garantizar educación pública para todos como un derecho fundamental? Tal vez, como decía Bertold Brecht, “me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo como era su casa”. Pero, ¿no es casi inevitable detenernos a mirar ese faltazo que significa dejar la educación librada al capricho mezquino de grupos que hicieron y siguen haciendo de la enseñanza un negocio asqueante? ¿No podemos sospechar que tarde o temprano alguna reacción de los alumnos podía comenzar a poner en tela de juicio una educación que más que un derecho de todos se parece más a una mercancía y privilegio de pocos? Una rateada en definitiva es una ausencia. Y digámoslo claramente, ¿no es hipócrita que pongamos toda la mirada en esta ausencia de los chicos y miremos para otro lado a una sociedad repleta de ausencias? ¿Hace falta enumerarlas?
Me dirán que ver todo esto en esta rateada cibernética es cargar al hecho de un sentido que en sí mismo no tiene. Probablemente. Pero siempre será mejor dejar la puerta abierta para que entren los cuestionamientos, antes que descalificar o desaprobar de movida la acción de los chicos, que de hecho algo nos están queriendo decir.
Por otro lado, la dosis de transgresión que significa esta rateada, ¿no esconde una pila de latencias, de posibles valores que no terminamos de ver? ¿No vale la pena tener en cuenta, por ejemplo, la capacidad de organización de los pibes y la eficacia del recurso de Facwebook para convocar y organizar?
Nos guste o no, los chicos y los jóvenes, seguirán opinando con su lenguaje y sus ritos, a veces limitados, parciales, otras anárquicos. Así pueden, así les sale, así eligen…
Alejandra Pizarnik decía que “La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. Es probable que aún estemos lejos de las mejores rebeldías. Tal vez los chicos simplemente estén empezando a mirar la rosa. Pero ¡qué lástima si no llegáramos a advertirlo!

“Ningún pibe nace chorro”

(160) sábado 29 de mayo
Ya pasó el aniversario del bicentenario. Hubo para elegir: debates, reflexiones, un emotivo desfile de las 80 colectividades extranjeras radicadas en el país, megarecitales de música latinoamericana. El Bicentenario llegó con millones de personas protagonizando los festejos en las calles. Buenísima señal. Siete presidentes latinoamericanos presentes en el cierre dieron un contenido político regional importante. En claro contraste con este clima, la reapertura de gala del mítico teatro Colón ofreció una fiesta que en varios momentos no pareció suya y menos de todos. El tedeum, todo un show de conventillo, dejó expresado una vez más para qué lado y a favor de quien juega la iglesia en Argentina. Nada nuevo. En fin, el bicentenario vino con penas y glorias, cal y arena, un balance con pérdidas y ganancias, pero que en el resultado final parece abrir puertas para la construcción de un país que sea la contracara de aquel que celebrara el centenario con pompa y circunstancia centrado en una elite porteña que pensaba al país como un feudo.
La presente editorial podría titularse “las deudas del bicentenario” y pretende ser el comienzo de un pequeño espacio en donde nos tomemos el trabajo de ir descubriendo aquellos aspectos vitales pendientes, especies de agujeros negros de nuestro presente, capaces de devorar nuestro destino si los ignoramos.
Para empezar, y sin ir más lejos, el 18 de Mayo pasado, un amplio espectro de organizaciones sociales, gremiales, de derechos humanos y políticas con niños y jóvenes, realizaron por la tarde una audiencia pública en el Anexo de la Cámara de Diputados de la Nación, en rechazo al articulado del proyecto de ley que establece la baja de la edad de imputabilidad para adolescentes. Ya posee la aprobación del Senado de la Nación y en breve va por todo en diputados. Quienes promueven esta ley lo hacen desde la lógica de la mano dura. Son el eco político- legal, de tantas voces impiadosas que piden más patrulleros, más palos, más condenas; son la agachada jurídica a la presión de tantos medios de comunicación que hablan de menores delincuentes y nunca de chicos a quienes les robaron la infancia. Medios cómplices y participes necesarios de una demagogia electoral que lucra con el pánico de la inseguridad instalando una gran industria del miedo. Nunca dicen que inseguridad es morirse de hambre y no tener futuro.
En realidad no nos sorprende que sea nuestra provincia con Scioli a la cabeza quien impulse este proyecto. Nuestro gobernador es un político del riñón peronista neoliberal, que ha buscado alinear su discurso en la peor tradición de las gestiones bonaerenses. Scioli suma su desafinada voz al coro de Ruckauf, para quien a la delincuencia se la combatía "metiendo bala" o Duhalde que se animó a llamar a la bonaerense como "la mejor policía del mundo". Esta ofensiva criminalizante de la pobreza y la juventud hace tiempo que no tenía tanto eco en funcionarios con altas responsabilidades políticas. Habría que remontarse a las marchas de Blumberg para encontrar discursos que la emparden. Tampoco resulta extraño que nuestro gobernador se haya
mostrado públicamente con el paramilitarista presidente de Colombia Uribe, a quien pidió consejos en materia de seguridad. A buen puerto.
El silencio del gobierno nacional y una estrategia de mirar para otro lado dejando hacer, pone en tela de juicio una dimensión esencial de la política de derechos humanos.
Así las cosas, todo parecía indicar que entre gallos y medianoches, ocultos entre los festejos del centenario, esta ley iría en poco tiempo camino obligado a su plena aprobación. Palo y a la bolsa. Probablemente este sea el final.
Sin embargo, ¡qué saludable!, aparecieron otras voces, desde la otra vereda. Nuevamente los que resisten, los que se oponen, los que dicen no, y dan la cara. “No a la baja de edad de imputabilidad”, “Ningún pibe nace chorro”, gritan los carteles. Una abuela levanta una pancarta: “No enrejemos el futuro”. Otro:”Quiero maestros que contengan y no policías que repriman”. “Al hambre: tolerancia cero”. Y siguen los bombos, la batucada, la cultura y la política de la resistencia, el baile y el canto de los otros, los que a pesar de tantas ampulosas coberturas mediáticas en torno a la seguridad entienden que la gran mayoría de los niños, adolescentes o jóvenes que cometen un delito poseen historias de vidas marcadas por la vulneración de sus derechos
Parte del comunicado que las organizaciones dieron a conocer dice: “Sabemos que la única respuesta real respecto a la violencia urbana es el achicamiento de la brecha de desigualdad social y una real distribución de la riqueza”. Están convencidos de que es hipócrita reconocer rápidamente a un pibe como victimario, y al mismo tiempo, desconocer la responsabilidad de una sociedad que lo victimiza. Para ellos la baja de la edad de imputabilidad, la extensión del sistema penal y el endurecimiento de penas no van a resolver la inseguridad, ni la percepción social que existe de ella. Están tan persuadidos de eso como que el actual régimen penal nacional para adolescentes y jóvenes, es obsoleto, estigmatizante y abusivo.
Al viejo Gran Hermano le preocupaba la inclusión, la integración, disciplinar a las personas y mantenerlas en raya, con las riendas bien cortas. La preocupación del nuevo Gran Hermano es la exclusión: detectar a las personas que "no encajan", desterrarlas de ese lugar y deportarlas "al sitio al que pertenecen" y del cual nunca debieron salir ni moverse. Si Rimbaud gritó “Soy otro”, la modernidad vocifera que el otro no existe, sobre todo porque no es como yo. Tremenda derrota que hace que lo que una vez fue virtud ahora sea marca, estigma. Ya no soy otro, no quiero ser el otro, porque si lo soy quedo afuera, excluido, y formo parte de los desperdicios, la basura que se tira. Quedo reducido a la categoría de esos tipos que hay que vigilar y controlar. Los otros como sospechosos, como amenaza, expresión de esa diferencia tan temida, el lado vergonzoso de una vida que es capaz de levantar enormes muros para evitar que esos otros puedan franquearlos o instalar cámaras, como han hecho en nuestra ciudad para que un gran ojo nos vigile y señale quién es cada quien. Aire fétido de los 90, legislar contra la vida y a favor de la hipocresía.
Decía Galeano: “Día tras día se niega a los niños el derecho a ser niño. Los hechos que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños”.
Deudas del bicentenario. Temas pendientes. Claves, llaves para un bicentenario que además de hermosas escenografías y decorados traiga nuevos aires y tenga la grandeza y el coraje de renovar libretos y poner en escena a sus auténticos actores.