sábado, 26 de diciembre de 2009

Fin de Año y el mito de la felicidad

(151) 26 de diciembre de 2009

Feliz Nochebuena, Feliz Navidad, Feliz Año nuevo… Frases que pueden sonar huecas y obligadas pero que de tanto oírlas y decirlas terminan formando parte de un ritual obligado. Sucede que nos enseñaron que tenemos que ser felices. Nos dijeron que eso era lo único importante. Más aún, nos angustia tanto ser felices como no serlo. Miren qué trampa. Vivimos obsesionados por la felicidad. Encima como si esto fuera poco, vienen y nos dicen que como padres tenemos también el deber de hacer felices a nuestros hijos. Demasiado.
No se trata de ese gesto natural y espontaneo con el que Neruda describía a su amigo Federico García Loca de quien decía “Tenía la costumbre de ser feliz”. No, aquí se trata de un deber, un mandato. Hay que ser felices. Y entonces nos venden posibles caminos para la dicha perpetua: desde esas píldoras mágicas que levantan o bajan el ánimo, a las mil y una recetas para alcanzar aquel cuerpo y bronceado que se exige para no quedar afuera del verano. Así se estrena un nuevo cuerpo del mismo modo que se estrena ese LCD con la mejor calidad de imagen y diseño de vanguardia. Y a quien le importa si el tiempo vuela si puede venir a nuestro encuentro un reloj que perdura, sobre todo si es suizo. Cualquier cosa vale, con tal de que la felicidad quede grabada en letras de fuego. Desde la más frívola publicidad que promete unas vacaciones paradisíacas en las Canarias, hasta las promesas curativas de unas sales de baño. Y para que nuestro próximo paso no falle, están los zapatos de cuero legítimo al mejor estilo francés. Y no se prive de ser la reina de la noche. Existen opciones para todos los gustos: los vestidos largos y los enteritos son los aliados de la temporada en el look nocturno. Los brillos son bienvenidos, y el negro, todo un clásico, nunca falla. ¿Nunca falla? Claro que no, la felicidad queda ahí nomás, al alcance de una mano que compra, y por supuesto paga. Pero, ¿qué compra? ¿Un auto, un vestido, un reloj? No, compra la mismísima felicidad enlatada, envuelta y para llevar. La felicidad tiene un precio que nos deja hartos de todo y llenos de nada. Alto precio. Pero a no desesperar que para solucionar este mal nos esperan centenares de libros de autoayuda. Ellos aliviarán tanta neurosis acumulada en busca de la felicidad y se ocuparán de que no despertemos del todo así pueden ofrecernos sus recetas garantidas que aseguran extraordinarios negocios a sus autores y editoriales. Mientras tanto, millones de hombres, mujeres y niños, excluidos de esta fiesta para pocos, se debaten entre el hambre y la miseria.
El mito de la felicidad moderna ha llegado al absurdo de hacer encuestas internacionales que miden la cantidad de felicidad por países o regiones del mundo. Compro y vendo felicidad. ¿Cuánta tenés? ¿Qué cantidad me falta? ¿Dónde se compra? ¿Cuál es su precio? La referencia absoluta de la sociedad de consumo: el equivalente de la salvación que nos prometían las religiones. Y miren que cosa, tanto en la religión como en el consumismo no hay solución para los problemas, sino salvación. Desde fuera de nosotros, sin nuestro protagonismo, se resolverán mágicamente nuestras desdichas.
Toda esta realidad y el discurso que la legitima se ha montado sobre la base de una antropología ingenua: la de la propensión natural del ser humano a la felicidad. A partir de allí, los negocios que se hicieron, de ingenuo no tuvieron nada.
Tal vez sería bueno preguntarnos en este cierre de año, ¿cuál es esa felicidad cuya búsqueda atormenta a nuestra civilización con semejante intensidad?
Vienen a mi mente dos mitos griegos, el de Eurídice y el de Sísisfo. En el de Eurídice, la felicidad se escabulle y escapa por el simple hecho de volvemos a contemplarla, desapareciendo apenas la vemos. Rica metáfora que nos muestra que por un lado somos felices de a ratos, modestamente, y por otro que la felicidad más que un estado permanente que nos autoriza a decir “Soy feliz” es solo un estado transitorio por el que podemos afirmar “Estoy feliz”. “Alma mía, decía Píndaro, no aspires a la vida inmortal; agota el campo de lo posible”.
El otro mito es el de Sizifo, un relato profundo que abre una grieta en las entrañas mismas del mandato de la felicidad. Sísifo, es aquel ser condenado a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso para aplastarlo. Dice Camus, en su extraordinario ensayo acerca del mito, “Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso… la clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria…es que las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables… Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos…
Hacer callar a todos los ídolos. También a esos que prometen felicidades imperecederas, para descubrir que no hay sol sin sombra y siempre es necesario conocer la noche. Saber que somos dueños de nuestros días. Volver sobre nuestras vidas como Sísifo vuelve hacia su roca no para proclamar un fatalismo sino para ponernos siempre en marcha.
Dejemos a Camus y a Sísifo al pie de la montaña. Neguemos a esos dioses con sus falsas promesas de felicidad y atrevámonos a levantar las rocas de la vida del mismo modo que levantamos las copas al brindar. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar el corazón de los hombres, mientras la roca sigue rodando…

El nombre y apellido de la crisis educativa

(150) 19 de diciembre de 2009

Un nuevo año escolar va cerrando sus puertas. Otra vez el ritual de las hojas rotas tiradas por el piso pretendiendo aliviar en un gesto espontaneo ese clima de tensión y amenaza que significa cada examen. El profesor o el maestro mira la hora y el almanaque y dice “ya está”, los chicos dicen “por fin”, y la educación pasa por nuestras vidas significando poco y nada.
La educación está en crisis dice un fulano, creyendo decirlo todo y sin siquiera sospechar que en realidad está diciendo poco y nada. ¿Qué educación es la que está en crisis? ¿En qué aspectos se manifiesta? ¿Por qué causas o razones? ¿Qué responsabilidad tienen en dicha crisis sus distintos actores? ¿Es idéntica la responsabilidad de un maestro de Jujuy que la de un ministro de provincia?
Una primera aproximación a la problemática de nuestra educación nos presenta un abanico de síntomas que en nuestro presente fueron adquiriendo una visibilidad cada vez más puntual:
-El estado se fue desentendiendo progresivamente de garantizar educación pública para todos como un derecho fundamental, y dejó la cancha libre para que grupos de poder hagan negocios a su antojo.
- Las inversiones en materia pedagógica son insuficientes y a veces nulas. Basta contemplar el deterioro de la planta física librada a la suerte de la capacidad y buena voluntad de los Consejos Escolares para confirmar este dato.
-Existe un deterioro visible del oficio de enseñar, con la consiguiente disminución de premios materiales y simbólicos.
-La caída de los salarios ha llevado al pluriempleo y el ausentismo; el paro se ha convertido en una de las pocas herramientas para que los gobiernos abandonen su típica sordera.
-La inestabilidad en el cargo genera una situación real de inseguridad
-El abandono del perfeccionamiento real es un freno al crecimiento profesional.
-Como consecuencia de tantos obstáculos y problemas, se observa un sensible aumento de problemas de salud y una acentuación del malestar psicológico.
En pocas palabras podríamos decir que la escuela en los tiempos que corren se encuentra en un círculo vicioso, sobrexigida y subdotada para enfrentar los desafíos propios de una educación que sea transformadora de la persona y dinamizadora de la sociedad.
Hasta aquí algunos de los síntomas. Su descripción es una tarea tan necesaria como insuficiente. Frecuentemente en muchas claridades diagnósticas queda oculta nuestra incapacidad por resolver la cuestión. Por otro lado también puede quedar escondido lo que a mi entender está por debajo de lo que asoma. Intentemos evitar que el árbol nos tape el bosque y pensemos en qué medida la llamada crisis de la educación no forma parte del profundo deterioro que vive el sistema capitalista. Llamemos a las cosas por su nombre: esta crisis es la crisis de la educación capitalista.
Tal crisis no la podemos abordar al margen de su origen y desarrollo histórico, como si fuera un hecho abstracto. La estrategia educativa del modelo tradicional básicamente respondía a la necesidad política del proceso de construcción del Estado Nacional. Había que adherir a la nación y lograr la integración política y la formación de la ciudadanía. Así surgieron los primeros curriculum: enseñar a leer y escribir, hablar la lengua nacional, contar nuestra historia, con sus gestas heroicas y sus próceres. Para todo esto sería fundamental adherir a los símbolos que representan a la patria: el himno, la bandera, el escudo. A un mismo tiempo habría que favorecer todo comportamiento vinculado a la memorización, el disciplinamiento y el respeto a la autoridad.
Como puede verse, el sistema educativo quedó organizado sobre criterios claramente jerárquicos. Con esa lógica surgieron los diversos estamentos escolares: escuela primaria, secundaria y universidad. De lo más simple a lo más complejo y dentro de una escala social. Primaria para todos, secundaria, para algunos: los que querían ser maestros al Normal, quienes aspiraban a dar el salto a la Universidad y escalar a la cima de la pirámide o ser dirigentes, al Nacional. Este sistema educativo fue legitimador y reproductor del orden social dominante, de una sociedad capitalista industrial que piensa y organiza la vida como pirámide.
Lo cierto es que aquel proyecto tuvo coherencia, fue portador de un sentido, de una direccionalidad. También es justo reconocer que esta escuela terminó aislada y reproduciendo un discurso meramente simbólico ya que desde lo político y económico las experiencias históricas fueron traumáticas y para nada inclusivas. Dan cuenta de ello los enormes latifundios, la criminal campaña del Desierto, el nefasto concepto de civilización y barbarie que solo sirvió para demostrar que bárbaros fueron los civilizados, la sucesión de fraudes electorales y golpes militares que desolaron el país. En este marco la educación reprodujo la mayor de las veces el discurso dominante y otras avanzó por pretendidos conceptos progresistas totalmente divorciados de una realidad que a las claras hablaba de otra cosa. Digamos también de paso que este modelo generó una cultura y mentalidad portuaria despreciativa de la Argentina interior y genuflexa a los poderes imperiales de turno.
La vida como pirámide es el típico dibujo capitalista: Pocos en la cima, algunos en el medio, y muchos en el llano o en la lona para ser más exactos. Bueno sería que nos preguntáramos más allá de tantos discursos pedagógicos pseudo progresistas: ¿Cómo sería una sociedad en donde la pirámide fuera reemplazada por un círculo? ¿Cómo funcionaría una educación al servicio de esa sociedad plural, sin estamentos o clases, basada en una real justicia? ¿Y si empezáramos a hacer un ejercicio de imaginación que proyecte el perfil de cada uno de los actores de ese nuevo círculo educativo?
Lo cierto es que mientras tocamos con nuestras manos, cada día, esto que llamamos crisis de la educación, la UNESCO y demás organismos oficiales, cacarean “Educación para todos”, “que todos se matriculen”, “que nadie quede sin escuela”. Palabras, solo palabras, y detrás de ellas más y más palabras que terminan en un estéril ritual en donde unos hacen que enseñan y otros que aprenden, mientras las inmensas mayorías subsisten sobre la base de una inequidad escandalosa. Cultura de simulacro, de cartón, para una educación en crisis a la cual hoy queremos llamar por su verdadero nombre: crisis de la educación capitalista.

El humanismo se ha corrido de lugar

(149) 12 de diciembre de 2009
Dos semanas atrás el triunfo de Pepe Mujica en Uruguay abría nuevas esperanzas en el mapa político de América Latina. A días nomás del trascendente triunfo de Evo Morales en Bolivia nos surgen renovadas –y tal vez más hondas– razones para celebrar. También nos brotan algunas preguntas y alguna que otra convicción.
¿Cuál es el secreto, la clave, que explique el éxito de la política llevada a cabo en Bolivia? ¿En qué pilares se sustenta este proyecto transformador que se levanta en medio de una cultura que todavía sigue vomitando su escepticismo y su desprecio por la vida como desperdicios neoliberales? ¿Qué es lo que está haciendo tan bien Morales para que Bolivia haya empezado a tener destino?
Evo, el primer presidente democráticamente reelecto en dos términos sucesivos en la historia boliviana, mejoró el porcentaje de votos con que fue electo la primera vez. Consiguió nada menos que el 63 por ciento de los sufragios. Para su tranquilidad y la de su gobierno también obtuvo una mayoritaria representación en la Asamblea Legislativa. “Ahora tenemos la enorme responsabilidad con Bolivia, con la vida y la humanidad de profundizar y acelerar este proceso revolucionario”, dijo el flamante presidente. Impensable semejante discurso no hace tantos años atrás, como impensables las acciones que rubricaron sus palabras.
La pregunta acerca del éxito de esta gestión se hace más inquietante cuando uno observa la proeza que significa superar el desgaste de cuatro años de gestión, los obstáculos interpuestos por la Corte Nacional Electoral, la manifiesta hostilidad de Estados Unidos, las permanentes campañas de desabastecimiento, y hasta los intentos de golpes de Estado, y amenazas de muerte al mismo mandatario.
La mayoría de los analistas coincide en reconocer que el secreto está en un gobierno que ha cumplido con sus promesas electorales y que, por eso mismo, desarrolló una activa política social. Atilio Borón enumera un conjunto de planes y medidas que apuntaron hacia esa dirección: Bono Juancito Pinto, que llega a más de un millón de niños; Renta Dignidad, un programa para todos los bolivianos mayores de 60 años que no tengan otra fuente de ingresos; Bono Juana Azurduy, para las mujeres embarazadas; erradicación del analfabetismo aplicando la metodología cubana del programa Yo Sí Puedo, que llegó a más de un millón y medio de personas y llevó a que la misma Unesco declarara que Bolivia es territorio libre de analfabetismo. También se construyeron numerosos hospitales y centros médicos, y en materia de reforma agraria se hicieron avances fundamentales, al igual que en la recuperación de las riquezas naturales básicas. Como si esto fuera poco tenemos que agregar la permanente preocupación de Evo por concientizar, movilizar, organizar a su base social abandonando los obsoletos aparatos burocráticos que en vez de movilizar paralizan.
Razones de sobra como para explicar porqué hoy Bolivia se pone de pie y recorre caminos de dignidad. Sin embargo, entendemos que cada una de estas razones por sí misma, no alcanza a explicar el éxito del gobierno de Morales. Y no es porque tales acciones sean poca cosa.
El triunfo de Evo es mucho más que un triunfo político o de gestión. Es el triunfo de una nueva mirada, de un nuevo modo de pensar, de pensarnos, de sentir y sentirnos. Es la mirada que reclama un nuevo paradigma capaz de superar la cosmovisión eurocéntrica, esa que algunos terminaron imponiendo a fuerza de garrotes y mentiras. Aquella que autorizaba a Sarmiento a decir “Somos una mezcla maldita de indios y españoles, lo que ha dado mestizos y gauchos”. Ver desde Europa para europeizar la Argentina o el país de América que sea. Mitre, el padre de nuestra historiografía, también funda miradas y escuelas: “Las bayonetas que van al Paraguay llevan en su punta el librecambio”. “Brindo por la feliz unión del capitalismo británico y el esfuerzo argentino”. ¿Lo quieren más claro? Así miraban nuestros próceres. Desde esa mirada construyeron destinos.
Dime qué miras y te diré a dónde irás. Evo Morales sabe a dónde va. Su mirada es tan clara como firme. Ve a su pueblo y dice, no somos Europa, tampoco Estados Unidos. Es más, no queremos serlo, no debemos. El sujeto está aquí y es éste pueblo.
El futuro nos quedó atrás escuché decir alguna vez a un profesor de historia, argumentando que cada vez que surgían propuestas transformadoras de la realidad, las referencias y los modelos a imitar había que buscarlos en el pasado. Ironías de la historia. De la misma manera, el centro que era Europa y Nueva York, nos viene quedando en la periferia. Bolivia nos da una lección que habrá que aprender: el sujeto se ha periferizado, mora en las colonias. El humanismo se ha corrido de lugar. Pretender buscarlo donde ya no está es tarea de necios y mentirosos. Para no ser tales, y aprender la nueva mirada, el primer paso será liberarse de las escuelas que nos ciegan… y también de sus maestros.

sábado, 5 de diciembre de 2009

El método Ollendorf, una mentira verdadera

(148) sábado 5 de diciembre de 2009

No hace tanto las distintas corrientes políticas venían de escuelas y pensadores que inspiraban doctrinas y prácticas. Así había Alvearistas, Yrigoyenistas, seguidores de William Cooke o Hernández Arregui. Por estos días Horacio Verbitsky analizando la realidad política del país dijo, para sorpresa de muchos, que el modo de pensar y el sistema de conversación de nuestros dirigentes se parece al viejo método Ollendorf.
Más de uno, entre los que me incluyo, tuvimos que recurrir a los libros o meternos en la web para informarnos del asunto. Parece que el método Ollendorf fue un viejo sistema de aprendizaje de idiomas creado a fines del siglo XIX y que lleva el nombre del profesor que lo ideó. Se basaba en la emisión de frases cortas que incorporaban el vocabulario más usual y las construcciones gramaticales más frecuentes de la lengua a estudiar. El método suponía que en la adquisición de una lengua lo importante era la práctica de la emisión, sin el menor contacto con el contenido de lo que se emitía.
Lo curioso fue que de tanto simplificar y acumular en cada frase el mayor vocabulario posible, el método terminó convirtiéndose en una serie de diálogos absurdos e inconexos. Cada estudiante decía entonces lo que le venía a la cabeza, y el otro le respondía con la misma lógica; eso sí, siempre en el idioma que se estaba aprendiendo.
Por ejemplo:
- Hoy es sábado.
- Si, pero a mi madre no le gustan las peras al vino.

-Hola, me llamo Néstor y soy argentino, aunque tengo un tocayo que vive en un palacio.
-Mi bigote es más grande que el suyo, pero su señora canta ópera.

-¿Dónde vas?
-Compré manzanas.

Tal conjunto de frases incoherentes llegaba a su máxima irracionalidad en los casos que se utilizaban para el aprendizaje de los adverbios comparativos:
-Tu suegra, ¿es más alta que mi padre?
-No, mi suegra no es más alta que tu padre, pero me compré una cadena para el inodoro más larga que tu corbata.
Este sistema para aprender lenguas cayó en desuso. Los que saben del tema aseguran que surgieron otros más eficaces. Sin embargo parece que sigue teniendo adeptos en la clase política.
Imaginemos tres diálogos posibles al viejo estilo Ollendorf:
Primer diálogo:
-Vengo a pedir trabajo
-Aquí tenemos diálogo. Te ofrecemos dialogar.
- Si, pero para esta Navidad el pan dulce no lo podremos comprar de tan caro.
-Estamos a casi 200 años de nuestra independencia.
-Sí, y el bife de lomo debería costar 80 pesos.
Segundo diálogo:
-Este país es inhabitable, no se puede vivir con tanta inseguridad.
-Sin embargo la ley de medios audiovisuales nos permitirá romper con la concentración monopólica.
-Pero los asesinatos y delitos en el conurbano bonaerense siguen creciendo.
-La asignación por hijo para familias de carenciados puede ser una medida transformadora
- Aunque el Banco Central sigue comprando dólares porque la entrada de divisas tiene fortaleza.
-Vaya usted con Dios o si prefiere con el diablo.
Tercer diálogo:
-Los hospitales públicos están por colapsar
-Lo que pasa es que Cobos es una ameba
-La cantidad de pesos que roban los funcionarios es infinitamente superior que los 180 pesos otorgados por asignación universal para niños.
-Por eso me pregunto si el fútbol es para todos o todos pagamos la televisación del fútbol.
-Quedate tranquilo, luego del 10 de diciembre revocaremos la ley de medios, reclamaremos la presidencia y la mayoría de las principales comisiones legislativas.
Con este tipo de diálogo, que en realidad nada tiene de tal cosa, la cancha se vuelve intransitable y el partido hay que detenerlo aparentemente sin resultado alguno. Digo aparentemente porque usted y yo sabemos de antemano quien gana siempre.
Gracias al Método Ollendorf, nos evitamos la difícil tarea de ubicar ideológicamente a los dirigentes políticos. Gracias a él también tenemos agrupaciones políticas clónicas y electorados prácticamente intercambiables, con mínimos matices. Se están poniendo de acuerdo en todo: monologar, rendir culto a líderes mutantes y transferibles, todos de espalda a la Constitución, a la cual sin embargo citan y veneran. Todos amontonados en un pretendido centro, al centro de la izquierda, al centro de la derecha, al centro del mismo centro; hablando de todo y a los gritos, como sordos, diciendo muy poco de política, simulando un diálogo que nunca termina porque en realidad jamás empezó.
Dirán que no todos son exactamente lo mismo. Es cierto. Pero algunos llegan a tanto y son tan grotescos que los privilegios que reciben ellos y los sectores que representan no les alcanzan, y cada día van por más.
Alfred Adler, discípulo de Freud, enseñó que “Una mentira no tendría ningún sentido a menos que sintiéramos la verdad como algo peligroso”.
Algo peligroso debe esconder una dirigencia que juega al método Ollendorf y que más allá de ese mar de mentiras y palabras cambiantes como olas, lo que ya no pueden ocultar es el miedo a que un día despertemos.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Nada.

(147) Sábado 28 de Noviembre de 2009

Puede ser un político, un artista, un jugador de fútbol o de tenis. También un profesor, un compañero de estudio o de trabajo, o simplemente el vecino de al lado. En verdad, puede ser cualquiera. La cosa es que el tipo viene hablando. Uno lo escucha. De repente hace una pausa y dice “Nada”, continuando la conversación. “Nada”, vuelve a repetir, sin que venga al caso, como si nada y por nada. Sin sentido aparente o con un sentido oculto emerge la palabra “nada” como expresión mágica.
Sería excesivo sospechar que esta nada dicha así, tenga relación con aquella otra que fue el desvelo de muchos pensadores, o se vincule a esa pregunta con la cual muchos empezamos a jugar por vez primera en cuestiones filosóficas.
La nada a la que nos referimos, es casi un tic, un rictus, una mueca acompañada a veces de un encogimiento de hombros, como quien dice que más da. Entonces enseguida caemos en la cuenta que nadie está pensando en Sócrates y su “Solo sé que no sé nada”, o intentando un elogio existencial de la nada de Sartre como condición de existencia del ser humano y vivencia que nos humaniza a pesar de toda su carga de negatividad, angustia y desesperación. Tampoco alude al vacío como un estado de la mente, anticipo del Nirvana que propone el budismo o a aquella idea de creación de la nada del judaísmo y el cristianismo.
Aquellas nadas estaban, y valga la paradoja, habitadas, eran amenazantes. La nueva es una pobrecita nada, casi inofensiva, banal. Su pretensión es infinitamente modesta, tal vez ni siquiera tenga pretensión alguna. Podríamos decir que “nada” es más bien una expresión vacía de sentido.

Nada como expresión abrupta, que corta una frase, una idea, dejándola inconclusa, y deteniendo el pensamiento. Nada que ni siquiera alcanza para hablar de esas promesas que no valen nada. Nada por perder, nada por ganar y que nada te quite el sueño. De nada. Por nada. En nada. Como si nada. No somos nada. Nada que ocultar. Nada para mostrar. No sabés nada. Nada es casual. Soñar no cuesta nada. Nada es para siempre. No tengo nada que reprocharte, ni nada que decir. Y después de todo, peor es nada…
Nada de esto. La nueva nada parece decir más bien “aquí no pasa nada”. Nada de nada. Y sus defensores dicen nada como si nada.
¿Casualidades del lenguaje? ¿Mera costumbre desprovista de significados? Desde Freud sabemos que las palabras no son inocentes. Tienen un porqué. Queramos o no vienen cargadas de sentido. Freud dice que el psicoanálisis es un tratamiento que actúa desde el alma, que tiene efecto sobre lo físico y anímico y cuyo instrumento es la palabra, a la que atribuye cierta cualidad mágica. “…y las palabras que usamos no son sino magia atenuada”, dice. Magia, porque hace aparecer algo que está oculto o se pretende ocultar; y atenuada porque sugiere, insinúa, sin la contundencia y la espectacularidad de la implacable presencia.
Todo lo que somos, hasta el núcleo más hondo de nuestro ser, nos ha sido impuesto por el lenguaje, aseguran Heidegger, Wittgenstein, Lacan, por solo nombrar a algunos. En materia de lenguaje el uso es lo que manda. Se empieza a hablar de una manera, con acierto o con error, y sucede una suerte de destino lingüístico, entonces los cambios se imponen y entran a formar parte de lo habitual, y volver atrás es muy difícil.
Es la magia de la palabra que trae algo, que se revela preñada de una realidad, que dice acerca de algo. ¿Qué dice nuestra nada tan de moda? ¿que nos trae? Casi nada. Se trata de una palabra light, liviana, reflejo de una cultura de idénticas características.
La cultura light intenta esconder la verdadera realidad. En la construcción, predomina lo ornamental y lo escenográfico: columnas de plástico que nada sostienen, arcos que nada dividen, signos icónicos para dar indicaciones que han sustituido a la palabra escrita. Con idéntica lógica construye también su discurso: Nada por aquí, nada por allá.
Nada como no-lugar. Nada como generadora de una individualidad solitaria y exaltadora de lo efímero.
Este tipo de imagen o palabra superflua, innecesaria, sin intensidad, no produce asombro ni permite conocer nada en profundidad, porque nada refiere en sí, muestra un vacío y una pérdida de sentido. Se acciona constantemente el control remoto y se miran, sin ver, varios programas a la vez, intentando recibir en un corto plazo información de todo y de nada. No es importante detenerse en nada. Estamos en la cultura del desencanto, del fin de las utopías, de la ilusión y los sueños; clausura para la búsqueda de nuevos horizontes.
Nuestra ingenua nada, en realidad, nada tiene de ingenua.
No es que pretendamos que nuestra cultura diga todo en vez de nada. Las totalidades son tan imprescindibles como peligrosas. Necesitan destotalizarse para no volverse dogmáticas. Pero, cómo nos gustaría que al menos empezáramos por decir algo, alguito aunque más no sea, como para comenzar a arrimar brazas a un fuego que no terminamos de encender, y que aún no nos cobija ni nos ilumina.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Esa Susana que llevamos dentro

(146) 21 de Noviembre de 2009
No aburrida de tanto flash, luces de neón y ungüentos de belleza, por estos días repuntó el rating y se puso a la altura de aquella jornada gloriosa en la que reclamó la pena de muerte. Mezcla de terminator y opinator volvió por más, dispuesta a demostrar que se puede opinar de todo aún siendo idiota, o tal vez por eso mismo. Entonces la farandulización de la seguridad volvió a estar en la cresta.
No es que queremos hablar de Susana, menos aún considerarla enemiga. Un enemigo nos define, dice quién somos, es algo serio. Y Susana nada tiene de serio. Es un ícono triste del fracaso argentino, de nuestra decadencia. Por eso si hablamos de ella es porque necesitamos hablar de nosotros. La diva es tan solo una excusa o un espejo grotesco en el cual nos podemos ver parcialmente reflejados. Tal vez por eso a muchos les atrae verla y escucharla, y por lo mismo a otros nos produce pena y desconsuelo. O sea, el problema no es la Susana de la tele sino esa otra que llevamos dentro dormida, y que la estrella, de tanto en tanto, despierta.
Idiotez y sinceridad son probablemente los dos atributos que explican tanto su éxito como su impunidad. El idiota está vuelto, replegado sobre sí mismo, preocupado tan sólo en lo suyo, incapaz de brindar algo a los demás, ofrece un espectáculo que tiene mucho de seducción. En Grecia se llamaba idiota a quien no se metía en política. Pero la idiotez de la diva, no es una idiotez cualquiera, ella es sinceramente idiota. Alguien que pregunta si el dinosaurio que encontraron está vivo, además de estupidez demuestra una sinceridad insuperable. Lo mismo revela su clamor por el regreso de la colimba para “salvar a los chicos del paco”, ignorando que los chicos que consumen paco empiezan a los 8, con lo que al llegar a los cuarteles estarían con el cerebro destrozado. Ni que hablar de la idea de rescatar a los chicos detrás de las paredes que maquinaron los peores tiempos de nuestra historia. Tal vez esta manera de ser cautive a tantos de sus admiradores. Esa manía de abrir la boca varios segundos antes de pensar deja expuesta tanto su idiotez como su sinceridad brutal. Si la sinceridad no siempre es una virtud, la idiotez jamás es inofensiva o neutra. Invariablemente jode a alguien.
Por eso sería un error pensar que lo que ella dijo, dice y dirá son desatinos o disparates irresponsables sin mayores consecuencias. Necesitamos analizar que lógica sostiene un discurso según el cual “aquí hace falta reprimir” y “quien mata debe morir”.
El nudo de la respuesta está en advertir que según su mirada, y la de muchos, hay víctimas y VÍCTIMAS. Nada dirán los susanos, o gusanos –solo una letra de distancia- de las miles de adolescentes que mueren por abortos mal hechos, por falta de insumos en hospitales, por violencia policial, de cáncer producido por los agrotóxicos, o por consumir agua con arsénico; tampoco ayer dijeron nada de las víctimas de la dictadura. Por eso ninguno de los que habitan el limbo de la farándula pide justicia, sino ajusticiamiento. Como payasos grotescos de los nuevos aires conservadores exigen sangre, pero no de cualquier grupo. ¿Cuál es la lógica de este reclamo y su correlativa operación político mediática que termina legitimando que la muerte de una Víctima produzca un alboroto, mientras que las muertes de otros miles pasan inadvertidas?
René Girard sostiene que hay víctimas que cumplen con un rol social: las “víctimas sacrificiales o propiciatorias” y muestra cómo en algunas sociedades la violencia es descargada en sacrificios de animales. A través de la víctima del ritual, la sociedad desvía una violencia que amenaza con lastimarla. La vieja idea del chivo expiatorio o el tacho de basura. En los sistemas rituales judaico o de la Antigüedad clásica, las víctimas son casi siempre animales, mientras que en otros, se sustituyen por seres humanos.
Para que el ritual funcione, la víctima sacrificable debe conservar algún tipo de parecido o semejanza con los miembros de la sociedad a los que suplanta. Por eso una víctima humana siempre será más efectiva que por ejemplo un cordero. Sin embargo la semejanza tampoco deberá ser demasiada, porque de ser así, la violencia circulará con excesiva facilidad y el sacrificio perderá su razón de ser.
Según la lógica del discurso Su, la muerte de una víctima genera un escándalo si se ha descargado sobre una persona que cuenta con atributos que lo asemejan demasiado al grupo que quiere reparar la violencia. El rasgo de semejanza está en que son seres humanos; mientras que la diferencia viene por el hecho de ser culpables no importa de qué. A veces, el ser negro, boliviano o simplemente pobre, es razón más que suficiente.
Dicho en criollo, si le tocan el culo a alguien parecido a ella, por ejemplo Giorgina Barbarrosa, “esto no puede seguir así”. Si acribillan a un pibe de la 31 que consume paco, la diosa continúa urgándose el ombligo. Con esta lógica reclama orden y represión, pero para otros, y en las villas, lejos de los suyos y de Barrio Parque.
Lo que Susana nunca advertirá es que la inseguridad, que tanto temor le despierta, es un tipo de violencia que circula en una clase social sometida a la peor injusticia, la de ser testigo cotidiano de la abundancia y ostentación a la que jamás tendrá acceso. Acumular riquezas en una sociedad desigual tiene su precio. Por eso, si pretendemos exigir seguridad, será honesto contestar esta pregunta: ¿qué hemos hecho para generar una sociedad más justa y más humana?
Susana como un patético espejo de nuestra idiotez real o posible continuará devolviéndonos la imagen de tantos que siguen haciendo de la víctima un culpable, y vomitando su odio de clase hacia la parte más pobre y vulnerable de nuestra sociedad.

sábado, 14 de noviembre de 2009

A 20 años de la caída del muro: el rey desnudo.

(145) 14 de Noviembre de 2009
Un larguísimo dominó de mil piezas pintado por escolares recorre un extenso trecho que alcanza kilómetro y medio, exactamente la extensión que tenía la pared. Ese símbolo eligieron los germanos para representar la reunificación de las dos Alemanias en el vigésimo aniversario de la caída del Muro. Arne Norek, un berlinés del Este que tenía 17 años en aquel noviembre histórico resumió por estos días la encrucijada del muro: “Cuando pasamos por primera vez al lado Oeste de la ciudad, nos sentíamos como los niños que entran a una juguetería gigante. Todo era tan grande y colorido. Los avisos gigantescos de chocolate Milka, McDonald’s y Mercedes Benz nos hicieron llorar de emoción. La alegría fue corta, sólo duró hasta que nos dimos cuenta de que no teníamos dinero para poder consumir todas estas cosas maravillosas”.
Sin embargo muchos encontraron razones largas para celebrar en esta semana que pasó. No faltaron conferencias, simposios, presentación de libros, arengas libertarias, fuegos de artificios, shows musicales y reiteradas citas de canciones de la legendaria banda Pink Floyd quien habría, dicen, profetizado el derrumbe del Muro. Construido en 1961 intentaba en primera instancia poner fin al éxodo de los alemanes que vivían en la zona oriental, pero como metáfora era la definición clara de un nosotros y ustedes, este y oeste, comunismo vs capitalismo. Su desmoronamiento fue el acontecimiento simbólico del fin de una época.
Personalmente recuerdo que el día de la caída del muro quedé seducido por un análisis que en medio de la euforia general aconsejaba mirar el acontecimiento con mesura y como un hecho dialéctico. Se valía de la imagen de la cinchada. Si uno cae abruptamente en el juego del tironeo, aún sin proponérselo, inducirá inmediatamente al derrumbe del otro, aseguraba. Una secreta esperanza me autorizaba a ver una tenue luz en el final de ese largo túnel en el que se veía resurgir el peor rostro del capitalismo. Entonces vino la era de los flujos financieros con sus paraísos fiscales, los planes de ajuste recetados por el FMI a los gobiernos de los países más pobres, el desmantelamiento del Estado como instrumento de control y regulación de ese mismo capital ahora dispuesto a devorarlo todo para preparar el festín de las bestias. Tiempos de alabanzas a una globalización que permitía la libre circulación de las mercancías y exaltaba valores hiperindividualistas. Un modelo inédito en su capacidad de engendrar desigualdad e injusticia irrumpía ante nuestros ojos como única alternativa. No había otra.
Fin de la historia y muerte de las ideologías anunciaba Fukuyama, disfrazado de filósofo hegeliano, mientras entregaba la corona de triunfo a un capitalismo despojado de cualquier gesto humanitario. La entronización de los “ricos y famosos” se convirtió en el nuevo paradigma y la neutralización de la política reducida a un torpe y mezquino lenguaje empresarial puramente administrativo fueron las dos caras de una misma moneda.
Es que con la caída del muro se naturalizó una nueva visión del mundo, arrasando con tradiciones e identidades político-culturales, ahora reducidas a meras piezas de museo de una historia muerta. Restos de un tiempo acabado. El giro cultural se hizo con el protagonismo de las grandes corporaciones mediáticas valiéndose de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación.
Lo que en los 90 no aparecía tan claro era que toda esta economía se sustentaba en una descomunal burbuja financiera que finalmente terminó por reventar en el corazón del sistema. Cae el muro de Wall Street mientras los poderosos del mundo diseñan estrategias para rescatar a los mercados de esta hecatombe intentando recapitalizar las entidades financieras con el dinero público. Vergonzoso y asqueante: socializar las pérdidas y garantizar la apropiación privada de los beneficios. Como observa Chomsky, para tranquilizar al capital habrá Estado, mucho Estado; de los asalariados ya se hará cargo el mercado.
Semejante rescate financiero es una estrategia desesperada que pretende poner vendas en los ojos de todos para que nadie vea al rey desnudo. “El rey está desnudo”, había gritado aquel niño del cuento de Andersen desenmascarando a aquellos astutos oportunistas que harían un traje tan grandioso a su rey que solo serían capaces de ver quienes fueran inteligentes; los tontos no tendrían tal privilegio. Ese espejismo se está empezando a caer a pedazos. Muchos empiezan a oír al niño que habla de la caída del muro capitalista.
Y empiezan a aparecer algunas voces que para sorpresas de muchos vienen del mismo norte: “La crisis de Wall Street es al fundamentalismo de mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo”, dijo Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía y ex economista del Banco Mundial. “Nos hemos convertido en una república bananera pero con armas atómicas. Estamos gobernados por un conjunto de inoperantes y chiflados” aseguró el economista estadounidense Paul Krugman, columnista estelar del New York Times y flamante Nobel de economía.
La metáfora del muro/los muros quedará como alegoría posible del fin de una época. Pero probablemente el mundo producido por la Guerra Fría no haya terminado a fines del 89; quizá apenas está concluyendo en estos días. En 1989 cayó solo una de sus partes; por estos días, ha comenzado a desmoronarse la otra.
Más elocuente que el larguísimo dominó de mil piezas recorriendo el espacio que ocupaba el muro, hubiera sido la imagen de un rey desnudo. Pero claro, para eso hubiera sido necesario postergar algunos fuegos de artificios y tirar a la basura un montón de discursos berretas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

“Negros, sucios y malos”

(144) 7 de Noviembre de 2009

“A veces uno elige de qué lado estar simplemente viendo quiénes están del otro lado” decía Leonard Cohen. El hombre tenía razón. En primer lugar en distinguir lados, eso que nosotros llamamos veredas. En segundo lugar en reconocer que en esos sitios naturalmente se agrupan unos y otros.
Por estos días a algunos les tocó, y no por suerte, ser tapa de los diarios: las acciones de la dirigente aborigen Milagros Salas, los reclamos y piquetes de los tantos que hoy vuelven a las calles, el mismísimo Maradona con su ya famosa frase célebre. Todos ellos nacidos al margen, criados en el barro y en la pobreza impuesta desde arriba. Los sumergidos, hoy copando las primeras planas. Y no es que se nos escape que Maradona hace más de treinta años que ha dejado de ser pobre. Tampoco estamos proponiendo un populismo criollo, que convierta al ídolo en la encarnación de la verdad del pueblo. Pero lo cierto es que su voz sonó a confrontación con el establishment, y eso no se toca ni se perdona. Entonces salieron los del otro lado, los propietarios de la moral y las buenas costumbres a hablar de lenguaje obsceno e hicieron cola para pegarle sin asco. Los mismos que consumen y elogian la pornografía vip de Tinelli y después almuerzan con Mirta y piden la pena de muerte con Susana. Para ellos, la voz de Maradona, no es la misma que la de Reuteman o De Narvaez, aunque diga literalmente lo mismo. Los dichos de ellos no merecen el mismo repudio porque precisamente pertenecen al lado en que el sistema manda estar.
A Milagros Salas, a diferencia de Diego, la fama la alcanzó sin avisar. De un día para otro todos hablan de ella. Podría haber sido reconocida anteriormente tanto sea por su trabajo social al frente de la CTA Jujuy, como por su costado ligado a las prácticas poco democráticas, pero claro, como el queso se corta en Bs. As. tuvo que esperar su turno hasta esta última semana en la que se convirtió en blanco de las acusaciones del Senador radical Morales quien denunció agresiones de parte de la dirigente de la Tupac Amaru.
Mientras tanto, miles de manifestantes de distintas organizaciones de desocupados, ligadas a movimientos sociales del conurbano caminan a contramano del tráfico y de las mismas miradas que antes los invisibilizaron. Marchan para poder ser vistos. Deben molestar para existir. Este es el juego que les propone el sistema y tal vez lo último que les quede por jugar.
"Negros sucios y malos", podría ser la película que anuncian en cada programa de noticias de la radio o la TV cada vez que de estos protagonistas se trata. Parece que en la Argentina somos todos hermanos pero hay quienes tienen que pagar derecho de piso para ser reconocidos como tales. No a todos nos cuesta lo mismo cada palabra dicha o cada paso dado. El precio que hay que pagar varía según el color de piel o el lugar de origen.
Observemos que el sector social que se crispa y reacciona no lo hace tanto por el contenido de lo que se dice o hace sino por quién se atreve. Un racismo disimulado anida bajo la alfombra de la hipocresía, y brota cuando los negros tienen el tupé de decir lo que piensan, de mostrarse tal cual son, de existir.
Entonces grita la voz media, ruge y mide: ¿Cómo puede decir semejante grosería ese drogadicto? ¿Por qué recibe tanto dinero esa india? ¿Qué es esto de que una coya levante barrios con subsidios o planes del estado? Sin embargo cuando los subsidios son para las grandes empresas transnacionales que saquean nuestra patria, ¿qué dice la clase media? ¿por qué callan o dicen verdades a medias?
La clase media mide e interpela: ¿Cómo pueden protestar de esa manera esos pobres? No les basta Cáritas, el Club de Leones, el Rotary y tanta gente buena y bien que los ayuda. A estos grasitas ahora se les ocurre disputar poder.
Medias tintas, verdades a medias: levantan el dedo acusador para condenar a los pobres que protestan porque no tienen sitio donde caerse vivos, pero después celebran y bendicen los cacerolazos de barrio norte o los piquetes del campo. Porque para nuestra clase media y para la mayoría de los medios, los excluidos cortando una calle porteña son un conjunto de negros de mierda que no dejan laburar, mientras los que interrumpen el tránsito por las rutas, regando el suelo con millones de litros de leche, generando desabastecimiento alimentario, sonriendo para la foto con sus aliados políticos, son pobres campesinos a los que no les quedan más alternativa para llamar la atención.
Sí, de un lado están ellos, aquellos de los que Mario Benedetti decía:
Clase media
medio rica
medio culta
entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande

Desde el medio
mira medio mal

En el medio de la nada
medio duda
como todo le atrae
(a medias)
analiza hasta la mitad
todos los hechos
y (medio confundida)
sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan
(medio en las sombras)
a veces, sólo a veces, se da cuenta
(medio tarde)
de que la usaron de peón
en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en Reina.

sábado, 31 de octubre de 2009

La duda o el arte de cuestionar lo incuestionable

(143) Sábado 31 de octubre de 2009

Existen diversos esquemas de interpretación de la historia. Entre tantos, hay uno en particular que se presenta como un desafío o juego que nos entrega una llave o clave secreta para entender en profundidad una época o un tiempo: se trata de observar aquello que no está dicho o ni siquiera es pensado o imaginado. Examinar esas preguntas que nadie se hace porque no caben o no entran dentro de la visión de mundo que se sustenta. Eso que aparece como incuestionable, inamovible, define el modo de ser de una época. Por ejemplo, quien pretenda comprender la Edad Media deberá saber que allí no es posible pensar el mundo sin Dios. La divinidad es el centro de la vida de aquellos 1000 años de historia. Imaginar una realidad lejos de su mirada escapa del horizonte de posibilidad para el hombre medieval.
Qué es lo incuestionable hoy, podría ser la pregunta que nos ayude a entender en profundidad quienes somos, que nos pasa, y por qué nos pasa. Desde ese anagrama es posible descifrar nuestro tiempo. Cuestionar lo incuestionable, o al menos explicitarlo.
Hegel, definía a Descartes como un “héroe del pensamiento”, sencillamente por el hecho de que se había atrevido a dudar de aquello que se había decretado como inamovible. Por eso enseñaba:”Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas”.
Hoy la duda puede ser el comienzo de un camino. No la duda escéptica o descreída para quien vale lo mismo cualquier cosa. Hablo de esa duda que corroe el orden mandado, que se convierte en interpelación, que es capaz de meter signos de interrogación a esa mole de ideas y creencias petrificantes. Para Borges “La duda es uno de los nombres de la inteligencia”. Y Oscar Wilde decía “Hablan mucho de la belleza de la certidumbre como si ignorasen la belleza sutil de la duda. Creer es muy monótono; la duda es apasionante”.
¿Por dónde entrarle a toda esa maraña de datos e informaciones de un mundo cada vez más escurridizo? ¿Por dónde encontrar la punta del ovillo que nos permita desenredar esta realidad para poder verla en toda su extensión? Miremos aquello que aparece como indiscutible o irrefutable, ahí puede estar la clave.
Hace unos años circulaba un chiste que era fiel reflejo del clima que se respiraba en el país: “¿qué te gustaría ser cuando seas grande? Extranjero”, era la respuesta lacónica. Tan irónico como genial, el inglés Chesterton iba más lejos aún, cuando decía que todo hombre tiene derecho a no ser contemporáneo. Si ser extranjero deja abierta al menos la posibilidad del exilio, renunciar a ser contemporáneo significa quedarse sin mundo, sin presente, criticarlo todo más allá de parciales tiempos y geografías.
Es posible construir una mirada desde afuera, que no se deje arrastrar por la visión global que imponen los medios, ni se adapte a lo establecido, a lo determinado o a lo que se cree natural.
Por solo poner algunos ejemplos: ¿No nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad en donde la educación funciona como negocio, los medicamentos como mercancía, la pobreza como parte del paisaje? ¿No hemos naturalizado aquella idea de la política como herramienta al servicio de los poderosos, la democracia como esa inevitable espera de tener que depositar de tanto en tanto el voto en una urna? ¿No damos por supuesto que el capitalismo es la única alternativa para organizarnos como sociedad?
Renunciar a ser contemporáneos. Tal vez esta mirada extemporánea y hasta foránea de los tiempos que corren, no tenga que ver con mapas ni almanaques. Se funda en principios inalterables de la vida de los hombres y mujeres que caminamos por este mundo al revés. Elegir ese camino tiene su precio. Dudar nos convierte en enemigos del orden. Y a pocos les cae esto de caminar a contramano de una era que marcha sonámbula hacia un destino que ni siquiera se atreve a elegir.

lunes, 26 de octubre de 2009

Rondas

(142) Sábado 24 de Octubre de 2009

Sábado por la tarde y hay revuelo en la plaza. Pancartas, redoblantes, payasos, alboroto de gente. Algunos reparten volantes. “Pretendemos que la Peña El Ceibo, un lugar que hoy está en ruinas, vuelva a ser un espacio de encuentro, de participación, un centro cultural, donde funcionen talleres artísticos, recreativos, y también podamos organizar espectáculos”.
Se trata de la Ronda cultural, una agrupación que se propone la recuperación de un lugar que signifique cultura para todos.
Ronda cultural, sugestivo nombre. La ronda nos iguala, es circular, rompe con la jerarquía, borra cabeceras y lugares de principalidad. Si hay ronda, la vida circula, va y viene, no se queda quieta, mueve y demanda movimiento. Como otras agrupaciones alternativas que corren por estos tiempos, se propone recrear espacios culturales, dinamizarlos, refundarlos, con la certeza de que la cultura no se distribuye, sobre todo cuando es cultura popular.
Tarea difícil esta de precisar qué es la cultura popular, de establecer sus perfiles. Y siempre el riesgo de intentar definiciones que abrumen y atranquen el verdadero saber sumergiéndonos en un mar de abstracciones, para decir poco y nada. Por eso prefiero asociar cultura a identidad, por ejemplo. Meter la cuestión en ese horno donde las papas queman y volver a hablar de cultura hegemónica y periférica, de dominadores y dominados. Es cierto que cultura es lo que se "respira", lo que transmiten los comportamientos de las personas, el modo de vincularnos con los demás y las cosas, lo que elegimos hacer y ser, así como lo que no elegimos. Pero todo esto supone distinguir actores y roles protagónicos, libretos y escenarios, para optar y tomar partido.
Celebro todas las expresiones que nacen desde abajo, sin aparato y sin cartel, y empiezan a decirnos cosas, a tomar la palabra en serio y a publicar en voz alta su presencia. Expresiones que brotan atomizadas, inevitablemente fragmentadas, inventadas o reinventadas, necesariamente anárquicas, y que se diseminan lentamente y por debajo, como las brazas que queman sin grandes llamaradas.
¿Qué lectura hacer de estos movimientos? ¿Porqué surgen, así tan espontáneos y multifacéticos, tan obstinados y pujantes? ¿Qué piden esencialmente, qué reclaman? ¿Qué ponen al desnudo, qué denuncian? Su pretensión de grupos alternativos, ¿no deja entrever un rechazo evidente a algo que presienten como una imposición desde arriba? Por eso también objetan y hasta impugnan lo institucional, y aunque a veces requieran su apoyo, no aceptan tutela alguna y menos ser considerados como números.
Quieren ser protagonistas en un mundo que les ofrece poco y nada, y no admiten ser meros espectadores pasivos de una imposición cultural que baja desde lo alto con el tradicional gesto ampuloso de los dueños de la cultura, aquellos que torpemente pretenden distribuirla creyéndose señores de la misma. Por eso se resisten a aquellas prácticas destinadas a producir ese ciudadano complaciente, manso y adormecido que requiere el modelo. El constituirse en sujeto central de un quehacer cultural de grupo, colectivo, con otros y para otros, significa bajarse definitivamente de ese balcón inmaculado por el que nos enseñaron a contemplar la vida, e ir en procura del barro de la historia para recuperar la dignidad perdida.
Esta voluntad cultural, al no querer someterse al papel que el sistema les asigna, se convierte necesariamente en voluntad política, es decir significa una toma de posición acerca de la pregunta que responda quiénes somos nosotros y ellos.
Entiendo que esta nueva identidad no puede hacerse presente sino a través de la negación de la cultura dominante, y la proposición de un nuevo proyecto cultural, que ponga en juego otros valores, otros contenidos, otras maneras. De esta forma es cómo lo popular se ha ido abriendo paso a lo largo de nuestra historia, perforando las capas sofocantes de la ideología que pretende mandar e imponer.
¿Por qué sólo consumir, si se puede también producir? ,es la pregunta que se hacen algunos que van despertando. ¿Qué cultura es esta que propone como paradigma la competencia, el sálvese quien pueda y la sobrevivencia del más apto como ley social? ¿Cuál deberá ser la contracultura, la otra cara, la vereda de enfrente de este modelo depredador? ¿Por qué esperar un "después" si podemos empezar ahora? parecen decirnos tantas agrupaciones que silenciosamente van apareciendo en escena.
Sería imperdonable en este análisis subestimar los residuos de la cultura que gestó la dictadura. Con su modelo de exclusión, y marginación de los sectores explotados, sigue reinstaurando una especie de religión popular que se llama consumo y que en el altar de la eficiencia sacrifica cada día a los más pobres en nombre de un nuevo dios: el poder y el dinero.
El cronista chileno Pedro Lemebel en el Congreso de la Cultura en movimiento decía bellamente: «No les ofrezco el cielo, porque sé que los ángeles aburren. Tampoco un carrete interminable, porque el bolsillo roto de esta izquierda no da para tanto. Tal vez sólo un lugar digno donde podamos respirar libertad, justicia y oportunidades sin besarle el culo a nadie.»
Alguien podrá objetar “Ya hace un tiempo vimos otros protagonismos que después pasaron”. Sin embargo, cuando las acciones brotan de esa zona que tienen que ver con la dignidad del hombre llegan para quedarse. No se pierden nunca. Iluminarán otros protagonismos y serán a un mismo tiempo anticipo de futuro, utopía en acción, soñar despiertos.

Lealtades

Sábado 17 de Octubre de 2009
En el día de la lealtad se vuelve incierta aquella sentencia de William Shakespeare asegurando que “la lealtad tiene un corazón tranquilo”.
Varios dirigentes a la cabeza de diversas agrupaciones montan sus actos
respectivos, pretendiendo ser los auténticos continuadores del espíritu de aquel
17 de octubre de 1945. Entonces nos asalta la pregunta, ¿lealtad a qué y a quién? Olvidados de su líder, quien les había enseñado que su único heredero sería el pueblo, disputan banalmente el privilegio que otorga el sentirse los auténticos depositarios del mensaje, la réplica exacta, los puros y probados discípulos.
Habrá otras consignas, otros estribillos. Nadie podrá gritar como entonces “sin galera y sin bastón… los muchachos de Perón”. Y no es porque falten cabecitas, descamisados, negros, despreciados, o aquello que Scalabrini Ortiz llamara “el subsuelo de la Patria sublevado”. Hoy ese subsuelo está, pero no se subleva. Está, pero no ya con ese grito insurrecto y rebelde de aquellos miles y miles de trabajadores que desde la media mañana de aquel día histórico recorrerían las calles de Buenos Aires en decidida marcha hacia la Plaza de Mayo.
"Déjense de joder con Perón", decía el gran Agustín Tosco, invitando a poner la mirada en lo que para él era esencial: el despertar de un pueblo que reclamaba por sus derechos y que estaba dispuesto a enfrentar a los poderes que lo sojuzgaban.
Existe un antagonismo en el peronismo de difícil resolución. En su esencia, este movimiento, como un conglomerado de antagónicos e irreconciliables intereses, ¿se mueve dentro de la lógica capitalista o enfrenta tal concepción? El pueblo que aquel 17 clamaba por su líder, ¿estaba rechazando un modelo que lo oprimía o solo pedía algo de justicia y un líder que los condujera?
En sus Escritos imprudentes Feinmann nos trae veinte jugosas escenas de la vida peronista y en dos de ellas plantea este dilema clave:

Escena 4 Interior Bolsa de Comercio de Buenos Aires
El coronel Perón pronuncia un discurso ante importantes empresarios.
Dice: -Pronto se verá que no solo no somos enemigos del capital, sino que somos sus verdaderos amigos.
Interpretación de la escena: El peronismo es capitalista.

Escena 5 Exterior Plaza de Mayo. Se festeja el 17 de Octubre, fecha fundacional del movimiento. El general Perón sale al balcón de la Plaza de Mayo.
Alza sus brazos, saluda. El pueblo, con fervor, canta la marcha partidaria:

“Por ese gran argentino
que se supo conquistar
a la gran masa del pueblo
combatiendo al capital”.

El general continúa alzando sus brazos. Saluda. Sonríe.
Interpretación de la escena: El peronismo es anticapitalista.

¿En qué quedamos? Si se comparan las declaraciones de Perón sobre el “Capital Extranjero” realizadas en 1946, respecto a la marcha del Partido Peronista se observarán claras contradicciones. Pretender dilucidar desde esta paradoja qué es exactamente el peronismo puede hacernos equivocar el ángulo de mirada o encuadre y situarnos en una dialéctica falsa que no nos sirva como esquema de interpretación histórica y menos aún ilumine los tiempos que corren. ¿Es legítimo pensar que el peronismo es todo eso junto y a un mismo tiempo? Decir esto, ¿es una coartada fácil y excesivamente simplista, más allá de la parcela de verdad que tal afirmación pueda encerrar? Ciertamente el peronismo, históricamente tuvo mucho de oportunismo, de sentido pragmático en su afán de acumulación de poder. Podríamos con un poco de ironía hasta interpretar que en definitiva, el dilema capitalismo-no capitalismo no es tal y que en todo caso la emblemática marcha dice claramente que Perón, combatiendo al capital se ganó a la gran masa del pueblo. O sea, el objetivo sería ganar a la gran masa. Una vez logrado esto, tendría cancha libre para hacerse amigo del capital que antes supuestamente enfrentó. Pero probablemente estemos eludiendo y simplificando peligrosamente el problema.
Plantear y dilucidar esta cuestión en los tiempos que corren puede hasta parecer anacrónico e inconducente ya que hoy por hoy la realidad y el capitalismo coinciden. Por fuera de él, poco y nada. La tesis que afirma la coincidencia entre realidad y capitalismo es una tesis histórica, filosófica y política que ciertamente habrá que discutir, pero que se ha convertido en parte de la cultura política hegemónica. Nuestra entrada en la época global es un hecho histórico incuestionable. El pragmatismo, la devaluación de la política misma, el vaciar de contenido toda idea transformadora, son los rostros que exhibe esta postmodernidad capitalista.
Scioli, diciendo que el peronismo hoy está llamado a “seducir al capital” resulta patético. Su postura no es más que la reafirmación de la hipótesis de la coincidencia entre capitalismo y realidad e invalida una pregunta fundamental: ¿es posible intervenir políticamente de un modo crítico y substancial en una época pospolítica, que parece haber cercado toda tentativa de verdadera transformación social?
Algunas de estas preguntas se las hacía el filosofo Santiago Lopez Petit, para quien la actual manera de concebir la política se aproxima a una especie de terapia intensiva ya que su función consiste en mantenernos con el mínimo de vida. La vida dedicada a seguir viviendo, “aguantar”, que significa funcionar como piezas de esta movilización loca en la que se (auto) reproduce esa obviedad que es el capitalismo.
Hoy, la historia no pasa junto a nosotros acariciándonos suavemente, como sentía Sacalabrini Ortiz. Corren tiempos de vientos mezquinos, mezclados con escepticismo e indiferencia. Y son pocos quienes se cuestionan si el peronismo combate o no el capital. Y la lealtad, que ya no tiene un corazón tranquilo, pasea a sus dirigentes por una pasarela frívola exhibiendo rostros y discursos más preocupados por la rapiña y esa miserable pretensión de ser por un rato los dueños del legado y el escenario de este 17 que por salir al rescate de lo mucho que todavía sigue en juego. Y la sonrisa que ensayan para la foto no oculta el flamear de tantas banderas rotas y traicionadas.

sábado, 10 de octubre de 2009

Se murieron y aún les crecieron las uñas

(140) Sábado 10 de Octubre de 2009

“Yo puedo resistir todo, menos la tentación”, decía Oscar Wilde. Y a días nomás de un nuevo 12 de Octubre estamos tentados a decir esas palabras que todavía no están del todo dichas. Palabras esenciales, que develen, que saquen de la oscuridad, que nos desinstalen del cómodo silencio.
Hablar del 12 de Octubre de 1492 significa situarnos en el primer genocidio de nuestra historia, detenernos a analizar aquel hecho fundante de todas las situaciones de apropiación y saqueo colonialistas que después vinieron.
En el principio fue una mirada, la de Europa. Una mirada que cuando ve descubre. Es cierto que en algún sentido Colón descubrió América. Nadie tendría por qué enojarse por tal afirmación. Lo descubrió a los ojos del capitalismo naciente y para ese capitalismo. América es descubierta para el provecho y la avaricia de Europa, la que mirándonos nos descubre, la misma que después de ver, toca. Y lo que toca lo rompe, lo destruye, lo hace añicos.
Dice Feinmann que “los países de América latina han vivido sin dejar de sentir jamás la mirada del Otro, del más fuerte y hasta a veces, sin más, del Amo, en cualquiera de las formas en que este poder –el que constituye a un país en dominador de otro– se exprese”.
Recuerdo la elocuente imagen que usaba Oscar Natalichio en su curso de Economía con la Universidad de las Madres. Decía algo así: Imaginen que yo cierro la puerta de este salón en el que estamos reunidos, los amenazo con un arma y les exijo me entreguen todo lo que tengan. Después, con lo arrebatado, propongo un negocio en el cual ustedes pondrán el trabajo y yo el capital. Así explicaba la génesis del capitalismo. Dos robos. El saqueo inicial, como atraco abrupto, violento, o simple desvalijamiento, y un segundo saqueo disimulado, estructural, montado sobre las leyes de una economía pensada como apropiación de lo ajeno.
Bueno será observar cómo aquella primera impunidad legitimó en América su reiteración. No poder pensar colectivamente este primer genocidio condicionó y sigue condicionando nuestra historia y nuestro presente. Develar lo reprimido, sacar a la luz lo negado es la condición básica para poder ser un pueblo libre. Si no nombramos aquel genocidio como tal, jamás dirán adiós las historias de ultrajes. Dirán hasta luego, para volver.
El liberalismo del siglo XIX fue la continuación de aquel latrocinio. La Conquista del Desierto fue ni más ni menos que la justificación de la estafa, la rapiña y el crimen organizado. No es de ningún modo casual que el monumento más alto de la Argentina se haya erigido en homenaje al general Roca, el mismo que en nombre de la civilización exterminara a los indios de la Patagonia.
Sucede que el proyecto imperial manda, impone, ordena. Nos quiere obligar a ver con la misma mirada del viejo continente. Mirar con sus ojos, confundirlos y fusionarlos con los nuestros. Descubrir el placer que da ese ángulo único y superior que viene del norte. Sarmiento ve desde Europa: Hay que europeizar la Argentina; liberarla de sus gauchos y mestizos, de los negros, seres nefastos que nos deshonran. Hacer todo para que Gran Bretaña y Francia confíen en nosotros, y por favor no retiren su mirada y así tengamos destino y futuro. Después quien nos miró fue Estados Unidos, el mismo que hasta hoy sigue pretendiendo aquellas relaciones carnales de los 90. El Otro nos mira, el poderoso ordena. Hay que formar fila, disciplinarse y gritar presente ante la mirada del amo.
Por eso necesitamos que emerja esa otra memoria que algunos llaman memorias de las clases subalternas, memorias subterráneas, fragmentadas, plurales. Memoria que ata cabos, y va más allá del ritualismo vacío de sentido, o la instalación de un tema como mero hecho pasado, en una especie de culto al museo. La memoria oficial clausura todas estas memorias reduciendo la historia a una especie de fiebre conmemorativa o efemérides. Necesitamos pasar del archivismo que acumula datos porque sí, a un esfuerzo reflexivo que intente conferir un sentido al pasado como proyección hacia el presente y el futuro. Por eso, hacer memoria será siempre un acto político, una decisión de la voluntad que enfrenta a la filosofía del olvido y establece líneas de continuidades históricas en los procesos políticos, sociales, económicos. Retomar las memorias fragmentas o no contadas, trabajarlas, reconstruirlas para poder operar sobre el presente, y evitar la revictimización, transformando la memoria traumática en memoria activa.
Para eso necesitamos terminar de responder algunas preguntas: ¿Qué hilos atan aquellas primeras atrocidades y las de este presente en donde los mismos pueblos originarios aparecen condenados una vez más?
¿Cuáles fueron las matrices políticas, ideológicas y culturales que posibilitaron la desaparición física, la tortura, el robo de bebés? ¿Cuál fue el papel de la educación en la conformación de eso que llamamos sentido común?
Decía Juan Gelman:
“Estudiando la historia,
fechas, batallas, cartas escritas en la piedra,
frases célebres, próceres oliendo a santidad,
solo percibo oscuras manos esclavas,
metalúrgicas, mineras, tejedoras,
creando el resplandor, la aventura del mundo,
se murieron y aún les crecieron las uñas”

De esas manos venimos. Hacia una nueva mirada tendremos que ir, para que la aventura del mundo valga la pena y tenga algún sentido.

La Maldición de Malinche y la enfermedad del presente(139)

Octubre suele traernos recuerdos escolares. Como un collage de la mente pueden desfilar por nuestra memoria las imágenes de las tres carabelas, Colón, los Reyes Católicos, el Puerto de Palos, oscuros mares y sombríos destinos…
La memoria, sin embargo, pocas veces trae el nombre de Malinche, una de las veinte mujeres que le entregaran a Cortés a cambio de paz y tranquilidad. Tal vez la historia no haya dicho lo suficiente acerca de ella. Ciertamente, Malinche, fue mucho más que la amante de Cortés. Como traductora, ayudaba al español porque sabía las lenguas maya y náhuatl y manejaba bien el castellano. Intérprete, auxiliar y consejera del conquistador, pasó a la historia como símbolo del indio seducido que terminaría traicionando a los suyos. Además, Malinche por haber dado a luz a Martín Cortés, el hijo de Hernán Cortés, se convirtió en la primera madre de los mestizos.
Algunas miradas revisionistas no son tan duras con ella, y más bien sugieren que la joven hizo lo imposible para evitar la masacre de su pueblo. ¿Cuánto de historia?, ¿cuánto de leyenda? No lo sabemos. (A muchos nos resulta suspicaz que la traidora, la que quiebra el pacto de honor, sea otra vez una mujer. Digo otra vez, porque en la tradición judeocristiana el principio de la perdición fue Eva, y en la cosmovisión griega será la aturdida de Pandora quien abra la caja de las desgracias. Vale también hacerse otra pregunta en favor de Malinche: quiénes la entregaron a Cortés, siendo ella casi una niña, ¿no eran hombres adultos que sabían lo que hacían?)
Polémica aparte, lo cierto es que la leyenda llegó hasta nuestros días con el nombre de maldición de Malinche. Malinchismo seguirá siendo el vicio de aquellas oligarquías nativas que desde tiempos históricos se hicieron cómplices de la entrega y el saqueo. Las mismas que hoy ocultas tras la verborragia progresista, facilitan los objetivos de privilegio de los grupos dominantes de poder.
“La conquista continúa” es el título del jugoso libro de Chomsky a través del cual nos hace un extenso muestreo histórico acerca de cómo, quién, y de qué forma, se prolonga hoy el asedio y la ocupación. El mismo Sartre habría acusado a los nuevos amos del siglo XX de ser los continuadores de la misma filosofía opresora que antes criticaron: “Ustedes tan liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo, el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre. Hay que afrontar un espectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo. Helo aquí desnudo y nada hermoso. No era sino una ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje”. “El europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos. Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas, eso hace irrefutable su testimonio”.
El exterminio de los pueblos originarios, que sigue teniendo poca y mala prensa se llevó la vida de cuarenta millones, treinta, sugieren otros, o más o menos; en la vacilación de los números queda demostrada la cara más brutal del genocidio. ¿Alguien se atrevería a contar los despojos que dejaron las políticas neoliberales de los últimos treinta años? ¿Hubiera sido posible tamaña entrega sin la existencia del malinchismo?
Gabino Palomares, como pocos poetas, expresa en su canción la continuidad de una conquista que no solo no ha terminado, sino que extiende sus tentáculos en un intento por profundizar la dominación y el atraco a nuestros pueblos:

Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados
eran los hombres barbados
de la profecía esperada.

Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.

Iban montados en bestias
como demonios del mal
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.

Sólo el valor de unos cuántos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.

Porque los dioses ni comen,
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.

En ese error entregamos
la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos
trescientos años esclavos.

Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero.

Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.

Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.

Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.

¡Oh, Maldición de Malinche!
¡Enfermedad del presente!
¿Cuándo dejarás mi tierra?
¿Cuándo harás libre a mi gente?

¿Quiénes son los guardianes de la historia?, se pregunta Chomsky. Y responde: “Los historiadores, naturalmente. Las clases educadas, en general. Parte de su trabajo es la de conformar nuestra visión del pasado de manera que sostenga los intereses del poder presente. Si no lo hacen así, serán probablemente marginados de una manera o de otra".
También enseña Chomsky que para salir de cualquier modo de mentira y opresión “no deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas”. Sumar a Malinche en este collage de octubre puede dejarnos al margen de la historia oficial, pero sin duda, será una buena idea sumar tinta a esa otra historia que aún nos debemos.

La Maldición de Malinche y la enfermedad del presente(139)

Octubre suele traernos recuerdos escolares. Como un collage de la mente pueden desfilar por nuestra memoria las imágenes de las tres carabelas, Colón, los Reyes Católicos, el Puerto de Palos, oscuros mares y sombríos destinos…
La memoria, sin embargo, pocas veces trae el nombre de Malinche, una de las veinte mujeres que le entregaran a Cortés a cambio de paz y tranquilidad. Tal vez la historia no haya dicho lo suficiente acerca de ella. Ciertamente, Malinche, fue mucho más que la amante de Cortés. Como traductora, ayudaba al español porque sabía las lenguas maya y náhuatl y manejaba bien el castellano. Intérprete, auxiliar y consejera del conquistador, pasó a la historia como símbolo del indio seducido que terminaría traicionando a los suyos. Además, Malinche por haber dado a luz a Martín Cortés, el hijo de Hernán Cortés, se convirtió en la primera madre de los mestizos.
Algunas miradas revisionistas no son tan duras con ella, y más bien sugieren que la joven hizo lo imposible para evitar la masacre de su pueblo. ¿Cuánto de historia?, ¿cuánto de leyenda? No lo sabemos. (A muchos nos resulta suspicaz que la traidora, la que quiebra el pacto de honor, sea otra vez una mujer. Digo otra vez, porque en la tradición judeocristiana el principio de la perdición fue Eva, y en la cosmovisión griega será la aturdida de Pandora quien abra la caja de las desgracias. Vale también hacerse otra pregunta en favor de Malinche: quiénes la entregaron a Cortés, siendo ella casi una niña, ¿no eran hombres adultos que sabían lo que hacían?)
Polémica aparte, lo cierto es que la leyenda llegó hasta nuestros días con el nombre de maldición de Malinche. Malinchismo seguirá siendo el vicio de aquellas oligarquías nativas que desde tiempos históricos se hicieron cómplices de la entrega y el saqueo. Las mismas que hoy ocultas tras la verborragia progresista, facilitan los objetivos de privilegio de los grupos dominantes de poder.
“La conquista continúa” es el título del jugoso libro de Chomsky a través del cual nos hace un extenso muestreo histórico acerca de cómo, quién, y de qué forma, se prolonga hoy el asedio y la ocupación. El mismo Sartre habría acusado a los nuevos amos del siglo XX de ser los continuadores de la misma filosofía opresora que antes criticaron: “Ustedes tan liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo, el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre. Hay que afrontar un espectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo. Helo aquí desnudo y nada hermoso. No era sino una ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje”. “El europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos. Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas, eso hace irrefutable su testimonio”.
El exterminio de los pueblos originarios, que sigue teniendo poca y mala prensa se llevó la vida de cuarenta millones, treinta, sugieren otros, o más o menos; en la vacilación de los números queda demostrada la cara más brutal del genocidio. ¿Alguien se atrevería a contar los despojos que dejaron las políticas neoliberales de los últimos treinta años? ¿Hubiera sido posible tamaña entrega sin la existencia del malinchismo?
Gabino Palomares, como pocos poetas, expresa en su canción la continuidad de una conquista que no solo no ha terminado, sino que extiende sus tentáculos en un intento por profundizar la dominación y el atraco a nuestros pueblos:

Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados
eran los hombres barbados
de la profecía esperada.

Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.

Iban montados en bestias
como demonios del mal
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.

Sólo el valor de unos cuántos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.

Porque los dioses ni comen,
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.

En ese error entregamos
la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos
trescientos años esclavos.

Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero.

Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.

Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.

Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.

¡Oh, Maldición de Malinche!
¡Enfermedad del presente!
¿Cuándo dejarás mi tierra?
¿Cuándo harás libre a mi gente?

¿Quiénes son los guardianes de la historia?, se pregunta Chomsky. Y responde: “Los historiadores, naturalmente. Las clases educadas, en general. Parte de su trabajo es la de conformar nuestra visión del pasado de manera que sostenga los intereses del poder presente. Si no lo hacen así, serán probablemente marginados de una manera o de otra".
También enseña Chomsky que para salir de cualquier modo de mentira y opresión “no deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas”. Sumar a Malinche en este collage de octubre puede dejarnos al margen de la historia oficial, pero sin duda, será una buena idea sumar tinta a esa otra historia que aún nos debemos.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Lo que dicen y ocultan los censos y las estadísticas.

(138) Sábado 26 de setiembre de 2009
Los diarios locales lo anuncian con grandes titulares. ¡A peinarse para la foto y ponerse perfume para que huelan los amigos del INDEC! De eso se trata: Un censo experimental se realizará en nuestra ciudad el 14 de noviembre, por eso el mismo director de Metodología Estadística del organismo, Roberto Muiños se hizo presente en Chivilcoy manifestando que el gobierno nacional decidió hacer este precenso en nuestro partido y en la localidad de Tolhuin, en Tierra del Fuego. “Es un censo en chiquito, aseguró, se prueba todo lo que después debe funcionar eficientemente”. Días atrás también había estado la mismísima directora del INDEC, Ana María Edwuin quien aseguró que se trata del “último ensayo del Censo del Bicentenario”.
La noticia en si intrascendente, ni buena ni mala, en pocas horas ganó los titulares locales a falta de asaltos o alguna que otra noticia más o menos espectacular. Nada cambiará ni antes ni después del censo. Nos calcularán, nos contarán, nos medirán, para después interpretarnos, analizarnos, descifrarnos, examinarnos, compararnos.
Ciertamente siempre habrá que cuidarse de los errores técnicos de medición y las posibles falsas interpretaciones. Sin ir más lejos el ex secretario de Gobierno Municipal, Walter Larrea, informó que según resultados del último censo se desprendía que en nuestra ciudad había alrededor de 85.000 habitantes. En realidad se le desprendió demasiado, ya que el número de habitantes solo alcanzaba a 73.855 personas. Le erró por nada menos que 11.145. Un papelón. Error técnico dirán algunos. Está bien. Errar es humano, pero no hay que olvidar que mentir es divino. Hay hombres que utilizan la Estadística de la misma manera que un borracho utiliza un farol: más para apoyarse que para iluminarse. El INDEC ha dado sobradas muestras de manipulación informativa.
Los censos, sin embargo, son necesarios. No descubrimos nada al decir esto. Lo preocupante es esa pretensión de que una serie de datos se convierta en la última palabra acerca de la lectura de la realidad. Hay una cultura que entroniza a los números como verdad única e infalible. “El maestro lo dice”, era el argumento de autoridad por excelencia en otros tiempos. Después vinieron días en que se volvió necesario satirizar para poder tragar la realidad y dijimos cosas como “el que sabe, sabe, y el que no, es jefe”. Jefe de cualquier cosa, también del INDEC. El que sabe, sabe, y el que no, hace encuestas o censos y arroja números. Y el maestro, ¿qué dice? El maestro no dice nada, calla, esperando ver qué dicen las cifras.
La realidad son los números predican los nuevos hechiceros de la modernidad, convertidos en maestros o filósofos. Los números no mienten. Dos más dos es siempre cuatro, y acá no hay verso posible. Los números están de moda y toda argumentación que pretenda ser categórica no podrá omitirlos. Sin porcentajes o estadísticas el pastel huele mal y las verdades pierden todo sabor, tornándose sospechosas.
No importan las ideas, marche un censo para pensar, con cifras para especular, porcentajes y estadísticas para decir generalmente más de lo mismo y que nada cambie.
Decía Marx, “Los filósofos hasta hoy se han dedicado a interpretar de una u otra manera el mundo, cuando de lo que se trata es de transformarlo”. Ayer nomás queríamos el mundo para transformarlo. Hoy nos dicen, sí, al mundo lo queremos, y ya, pero no para transformarlo, sino para tragárnoslo con números y estadísticas.
Pensemos: las cifras, ¿son siempre verdad objetiva, indiscutible, neutral, desinteresada?, lo que los números muestran, ¿es inequívoco? ¿Admite una sola lectura o desciframiento?, ¿Qué esconden los números?, ¿qué hay detrás de tantas cifras?, ¿Qué verdad puede ocultar un censo?
Para Carl Jung, “La falacia del cuadro estadístico estriba en que es unilateral, en la medida en que representa sólo el aspecto promedio de la realidad y excluye el cuadro total. La concepción estadística del mundo es una mera abstracción, y es incluso falaz, en particular cuando atañe a la psicología del hombre”.
Un censo, una encuesta, con los resultados estadísticos que de allí se extraigan, son solo una herramienta, un martillo, que hay que saber usar tanto en su aspecto técnico, como ético.
Permítannos la ironía. Imaginemos un juego de interpretación estadístico en donde saquemos algunas curiosas conclusiones:
-El 33 % de los accidentes mortales involucran a alguien que ha bebido. Por tanto, el 67 % restante ha sido causado por alguien que no había bebido. Conclusión: la forma más segura de conducir es ir borracho y a toda velocidad.
-En los accidentes ferroviarios, el mayor número de víctimas estadísticamente está en el último vagón. Retirar el último vagón de cada tren, ¿no sería una forma de salvar vidas?
-El 20 por ciento de las personas muere a causa del tabaco. Consiguientemente, el 80 por ciento de las personas muere por no fumar. De lo que se sigue que no fumar es peor que fumar.
-La estadística, nos dice Alphonse Allaisha, ha demostrado que la mortalidad de los militares aumenta perceptiblemente durante tiempos de guerra.
-¿Y qué tal si agregáramos que el 97.3% de las estadísticas han sido claramente inventadas?
La cuestión es que los amigos del INDEC ya están con sus números en nuestra ciudad. Mientras tanto, la realidad pasa delante de nuestros ojos repleta de preguntas, susurrando dolores, pasiones, odios y amores, pero claro, de eso el censo, nunca hablará

domingo, 20 de septiembre de 2009

¿Ideas o titulares?

(137) Sábado 19 de Septiembre de 2009

En una de sus primeras entrevistas como presidente de España, Rodríguez Zapatero declaró: "yo creí que gobernar era hablar de ideas, pero me dicen que lo que tengo que dar son titulares".
Dar titulares, aparecer en los grandes medios de comunicación de masas, eso parece ser lo que vale, lo que cuenta. Figuro en los medios, luego existo. La realidad no es más que esa suma de noticias (o peor, de titulares) que muestran los medios y que nos hacen vivir en un continuo sobresalto, llenos de adrenalina, en estado de alerta ante hechos excepcionales que nos amenazan, despreciando lo cotidiano, lo que transcurre sencillamente a nuestro alrededor.
Hace unos años una historieta presentaba a un reportero que llegaba agitado trayendo una noticia a su jefe de redacción. “En Lomas de Zamora inauguraron una escuela”, le decía. Entonces el jefe preguntaba: “¿Cuántos muertos?” Esa era la noticia extraordinaria, la que nos sacaba de la rutina, la que valía la pena: Cuántos muertos se podían contar. El fundar una escuela, en cambio no significaba demasiado, no era de ningún modo una realidad excitante.
Dar titulares o hablar de ideas, esa parece ser la cuestión.
Botón de muestra de la coyuntura política: todos los titulares de los grandes medios de comunicación por estos días nos advierten de la totalitaria y demoníaca Ley K. pero pocos se atreven a discutir seriamente y en profundidad una legislación que no es propiedad de ningún gobierno y tiene el trabajo y la firma de autores anónimos y colectivos que vienen luchando por un cambio en el escenario mediático desde hace mucho tiempo. Pero claro, los titulares valen más.
Cuando se cae en la trampa de aceptar que comprender la realidad es engullirse lo que masticaron los medios, la receta para quienes controlan y manipulan dicha realidad se torna fácil: naturalizar aquello que no se quiere cambiar y convertir en relevante y objeto de atención todo aquello que conviene poner sobre el tapete. Ni más ni menos que el axioma de Goebbels: una mentira cien veces repetida termina convirtiéndose en verdad. Así, por ejemplo, es natural y no afecta demasiado que en el mundo mueran cientos de pibes de hambre por día, y es noticia, y nos pone los pelos de punta, ese asalto a una joyería de Palermo.
Hablar de ideas es otra cosa. Supone el esfuerzo de pensar, de interpretar la realidad. También exige cierta madurez e inteligencia como para rechazar que todavía algunos pretendan darnos de comer en la boca una realidad cocinada en la trituradora mediática. Ser inteligente significa exactamente eso, intus legere, leer por dentro. La realidad no es una niña dócil que viene y dice aquí estoy, mírenme, esta soy yo. Pensar la realidad exige desciframientos, requiere esquemas de interpretación y un esfuerzo siempre continuado por encontrar aquellas palabras que mejor expresen lo que algo es. Wittgenstein decía que la filosofía es el conjunto de los chichones que nos hacemos al golpearnos contra los límites del lenguaje.
La cultura neoliberal justamente viene a salvarnos de esos benditos chichones, pero no lo hace gratuitamente. Su invariable voracidad no le permite regalar nada, y por eso viene a persuadirnos de que pretender ver la realidad nos vuelve autoritarios. Se instala la sospecha ante cualquier pretensión de verdad. No hay criterio de coherencia válido. Solo existen partes, fragmentos aislados, con actores azarosos que entran y salen según libretos que nunca se vinculan. La realidad como azar, como algo que nos viene dado y es inmodificable. “Qué le vas a hacer, estos viven pobres y aquellos podridos en guita. Caprichos del destino, cosas que tiene la vida. Selección de la naturaleza”. Algunos nacen con suerte y otros en Argentina, este país generoso y miope que no termina de ver y que antes de ayer, obnubilado por estas recetas, votó a Macri, y hace unas horas nomás a De Narvaez, Solá y lo que venga. Desconexión de sucesos: no podemos ver que Macri es el tipo que se enriqueció con las políticas de los 90; que Solá trabajó para Menem, Dualdhe, Kirchner y todos los que él ahora critica. “Haz cambiado con el tiempo”, le dicen a un dirigente. Y éste contesta, “No, yo nunca cambié, siempre quise ser el alcalde del pueblo”. ¿Y el pueblo? El pueblo hoy por hoy se olvida, dormita en una especie de amnesia, mientras se alimenta de los titulares del diario o la tele y piensa la realidad como flash, aislando todo acontecimiento.
Nuestra derrota cultural consiste en gran medida en tragar sin digerir sucesos, en desligar lo que nació unido, en no visualizar la direccionalidad de los hechos.
Que viva la separación, la fragmentación, lo efímero, lo fugaz, eso que nos convierte en hombres modernos y pragmáticos. Carta de defunción a toda ideología que intente dar cuenta del mundo. Los grandes metarrelatos, los saberes totalizadores y los discursos legitimadores tienen sabor a rancio; desde la caída del muro tienen fecha de vencimiento. Gloria y apoteosis de lo light, fin de la "Era de la Representación". Toda pretensión de representar lo real será criticada, o ni siquiera tenida en cuenta.
El profesor de Sociología Joseba Arregi decía: "No es la peor definición del posmodernismo la que dice que priva a los habitantes de ese su mundo de un mapa cognitivo suficiente para orientarse en él. Es como si el mundo posmoderno llevara a sus habitantes a una ciudad nueva, enorme, en la que no habían estado nunca, y los soltara por sus calles sin un plano. A lo que habría que añadir que esa ciudad se caracteriza por su falta total de planeamiento, por no contar con una estructura perceptible, lo cual aumenta y da profundidad a la desorientación de las personas en el mundo actual".
"Yo creí que gobernar era hablar de ideas, decía Zapatero desilusionado, pero me dicen que lo que tengo que dar son titulares". Y así estamos, inundados de titulares, en un mundo escaso de ideas, que ha extraviado o escondido su mapa y no puede descifrar una realidad que se le escurre como el agua de las manos, dejándonos- y miren qué paradoja- tan hartos como vacíos.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Acerca de la nueva ley de medios audiovisuales: Defender la ley para que no nos hagan la trampa (136)

sábado 12 de septiembre de 2009
La batalla por la ley de medios estalló en estos días robando el centro de nuestro escenario político. Con más estruendos y chicanas que reflexiones, el tema se venía calentando con la estatización de las transmisiones de los partidos de fútbol de primera división, y entró al horno con el envío al Congreso del proyecto de dicha ley. Es predecible tal clima de tensión si se tiene en cuenta que entre otros fines, el proyecto amenaza nada menos que los intereses monopólicos del Grupo Clarín.
A ojo de buen cubero ciertas bondades de la ley son indiscutibles, hablan por sí mismas: En pleno siglo XXI tenemos en Argentina una ley que lleva las marcas imborrables del autoritarismo procesista y la desvergüenza privatista del menemismo, que saqueó el patrimonio público. Borrar la firma de Videla, Harguindeguy, Martínez de Hoz y Menem, tiene un valor más que simbólico. Esta anacrónica y rancia ley, inspirada en la doctrina de la seguridad nacional, y profundizada al fragor de las políticas neoliberales transformó a los medios en un espacio brutal de concentración económica. En la actualidad existen dos grupos que son dueños de casi todos los medios de comunicación, Telefónica Argentina y el Grupo Clarín. Una vergüenza que sean ellos quienes pretendan darnos clases de democracia participativa y quienes hablen de violación de derechos.
Bondades de la ley. También es justo reconocer que este proyecto fue discutido en cientos de foros, y ya se cumplieron cinco años de la presentación de los célebres 21 puntos, una declaración de principio progresista y de auténtico contenido democrático. Pocas leyes llegaron al Congreso con tanto trabajo y apoyo de base.
Más bondades: una fundamentación desacostumbrada por estos territorios. No es poca cosa que se diga que el derecho a la información y a la comunicación no pueden ser un simple negocio comercial, son derechos humanos y por lo tanto “inviolables”, “inalienables” e “irrenunciables”. La radiodifusión es un servicio de carácter esencial para el desarrollo social, cultural y educativo de la población. Por eso asegura que si unos pocos controlan la información no es posible la democracia y propone que se adopten políticas efectivas para evitar la concentración de la propiedad de los medios de comunicación.
Linduras de esta ley, costados virtuosos de una legislación que en principio apuntaría a garantizar derechos, desmonopolizar, democratizar, distribuir poder…
Todo este marco hacía suponer un debate de calidad, de confrontación de ideas. Nada más lejano. El presente encuentra a varios partidos opositores preocupados en dilatar la discusión y votación de la ley, para hacerlo en el escenario más propicio para sus chances a partir de diciembre, mientras no cesan de acusar a la ley de ser un calco diabólico del chavismo. Algunos comienzan a dibujar algunas críticas valiosas que merecen atención: que el órgano o autoridad de aplicación no dependa del Ejecutivo; establecer una reglamentación más dura para el ingreso de las telefónicas; extender el debate al interior para que el proyecto sea más federal. Sin embargo, el tono general de la oposición prefiere las rimbombancias y la victimización como parte de una estrategia más dirigida a defender sus intereses que en argumentar razones serias orientadas a la transformación de la realidad de los medios.
A tono con esa oposición, y desandando caminos, el oficialismo aparece contagiado por ese clima que en mucho se parece a un partido de truco. En vez de profundizar en las razones del juego y pararse en un debate de ideas aparece más preocupado en buscar un verso para cantar flor, apurar la partida para que la votación sea ya, y la oposición no tenga más remedio que irse al mazo.
El problema así planteado tal vez oculte una cuestión fundamental: la comunicación masiva no es un problema meramente técnico comunicacional, es un desafío eminentemente político. Sería ingenuo plantear que si se derogara esta o aquella ley las personas gozarían plena y mágicamente de su "derecho a la información". Ciertamente las leyes que regulen la concentración económica son necesarias como dique para contenerla y en cierta medida evitarla. Pero si la dinámica y la lógica del capital es cada vez mayor, una ley podrá retrasar el proceso pero nunca revertirlo o darlo vuelta.
Aquí nos parece necesario recordar cómo desde su llegada al gobierno, el kirchnerismo ha continuado con la política de concentración de medios que hoy tanto critica.
Desde el 2003 una sucesión de medidas erráticas favorecieron a las grandes corporaciones económicas: el decreto que permitía la prolongación de la fecha de habilitación de licencias facultó a los multimedios para que ampliaran el plazo de pago de las millonarias deudas contraídas con el Estado; el permitir negocios multimillonarios a personajes como Hadad y el mismo De Narvaez favoreció la concentración de poderes que profundizaron el control del mercado mediático; recientemente el permiso para fusionar Multicanal y Cablevisión no hizo más que acrecentar el monopolio del Grupo Clarín. ¿Casualidades, paradojas, contradicciones?
Sabemos que al decir esto corremos el riesgo de que algunos lleven agua para su molino. La derecha está viva como siempre en la Argentina. Encima disfrazada de democrática. Ya lo advertía Bertolt Brecht después de la guerra: “Señores, no estén tan contentos con la derrota [de Hitler]. Porque aunque el mundo se haya puesto de pie y haya detenido al Bastardo, la Puta que lo parió está caliente de nuevo”. Sí, están calientes. Por eso no queremos entrar en su lógica y mantener la cabeza fría. Tan fría como para preguntarnos con el mismo Brecht: “¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo que se condena si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo”.
De todas maneras, bienvenida ley, necesaria pero insuficiente, en un tablero donde las principales piezas se mueven al ritmo de las economías concentradas. El protagonismo y la participación popular serán la principal garantía de que una vez hecha la ley, no nos hagan la trampa.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Ese gran ojo que nos mira

(135) 5 de setiembre de 2009

Un gran ojo nos mira, nos observa, nos desnuda y sobre todo nos controla y disciplina. No es el ojo de Dios, pero se le parece. La genial novela “1984” de George Orwell narra la historia de una sociedad sometida a un control extremo por el Gran Hermano, responsable de vigilar los espacios públicos y privados mediante circuitos de videocámaras.
Ya hace rato que la realidad viene superando a la ficción. Recientemente nuestro municipio firmó un convenio con la empresa Ecom Chaco, para dotar a nuestra ciudad de equipos de telecomunicaciones, fundamentalmente destinados a la seguridad. Instalar cámaras en lugares estratégicos de la ciudad es una de las acciones claves. Según el Secretario de Seguridad, se trata de “tener la ciudad controlada en puntos conflictivos, como son los lugares de nocturnidad, las plazas, los accesos a la ciudad, el Parque Industrial y determinados espacios públicos donde la seguridad se puede ver más comprometida”.
Sonría, lo estamos filmando, y que viva el progreso. ¡Ya parecemos Europa!, anuncia eufórico el diario La Razón. Estamos en la vanguardia. Pero eso sí, no olvide que el control y la vigilancia se habrán colado en nuestra vida cotidiana haciéndose simpática y peligrosamente invisibles.
Las cámaras y su promesa de seguridad dentro de sí encierran “nudos” que nos hablan de vigilancia y control permanente (y no por casualidad) dentro de fuerzas en manos del Estado, ¡y cómo no, también del mercado!
Foucault desarrolla una idea inquietante acerca del panoptismo, que es una construcción que permite controlarlo todo desde lo alto de una torre. El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer puntualmente. Quedamos así inmersos en una trampa: El sujeto “es visto, pero él no ve; es objeto de una información, pero jamás sujeto de una comunicación”. Se trata de controlar “desde lejos”, desde un lugar donde nos miran pero donde nosotros no podemos mirar. La disociación de la pareja ver/ser visto establece un vínculo perverso. No sabemos en qué momento podemos estar siendo observados, pero somos conscientes de que constantemente somos “vigilados” y fundamentalmente, registrados: cada acción, cada paso, con cada persona, en cada minuto y segundo.
Se podrá decir que las cámaras de seguridad son utilizadas como pruebas en muchos juicios, que han colaborado y servido de ayuda para esclarecer diversos hechos delictivos. Pero al mismo tiempo pueden llegar a jugar en contra de derechos y garantías de las personas. El derecho a la privacidad e intimidad quedan seriamente amenazados, y en nombre de nuestra “integridad”, y el de las grandes empresas, estos derechos y garantías son sustituidos por el cordial cartelito que una y otra vez nos advierte, “Sonría, lo estamos filmando”.
Seguramente pocos adviertan que estas cámaras son en sí mismas mecanismos de control, de censura y de poder, que han logrado ser habilitados mediante el consenso de la mayoría de la población. Esto se ha debido a diferentes motivos pero fundamentalmente al que se refiere a la problemática de la inseguridad. Aceptamos ser “observados” en todo momento y lugar como trueque de “sentirnos protegidos”. No faltará quien asegure que al menos él no tiene nada que ocultar, por lo que prefiere ser vigilado si con ello el Estado lo protege y le hace sentirse más seguro. Punto nodal de nuestras jóvenes democracias: cuánta libertad estamos dispuestos a ceder a cambio de una supuesta seguridad.
Existen dos maneras de pensar la ética: la mirada disciplinadora centra la energía en normas externas y medios también externos que obligan a obrar de tal manera. Esta es la ética heterónoma. La mirada humanista pretende que sea desde la profundidad del ser, desde la interioridad, desde el propio ejercicio de su libertad de dónde surjan las acciones humanas. Esta es la ética autónoma. Evalúen ustedes a dónde nos estamos parando con este proyecto de llenar la ciudad de ojos. Las cámaras de seguridad reflejan y expresan lo que somos, lo que nos pasa. Somos las máquinas que creamos y elegimos.
En razón de lo dicho entendemos que tenemos el derecho a hacernos algunas preguntas: ¿hasta qué punto es ético que las sociedades de control puedan hacer uso de estos mecanismos para registrar las acciones de las personas? ¿Necesitamos recordar cómo estas cámaras han sido usadas en el mundo para control y represión política de marchas y manifestaciones populares? ¿Existe algún tipo de límite o control para los que tienen el poder de registrar estas informaciones? ¿Quién va a controlar a los que controlan? ¿Qué participación o rol exacto tendrá la policía, institución que hoy por hoy, más que garantizar seguridad, es parte de su agravamiento? ¿No estaremos ante una solución que termina siendo un problema? ¿Qué conductas considera distorsivas o disvaliosas, nuestro Secretario de Seguridad? ¿A qué conductas se refiere exactamente? La comunidad de Chivilcoy, ¿no tiene una palabra que decir acerca de los límites éticos de estas cámaras?
En el fondo de toda esta cuestión subyace oculto un tema central: Este sistema político a pesar de parciales logros, en su esencia, no puede dejar de ser una máquina de fabricar excluidos, de establecer las más brutales y canallescas inequidades. Entonces, los habitantes de ese inframundo o los que se asomen a él, necesitarán una vigilancia permanente, exhaustiva, omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volver invisible al mismo responsable de tamaña atrocidad.
Las cámaras más allá de su eficacia como instrumento de seguridad revelan un costado hipócrita. Decimos “todos somos nosotros”; pero seguimos viendo a muchos como los otros. Les tememos; pero están entre nosotros. No están con nosotros, sí entre nosotros. Y entonces los miramos de lejos. No queremos acercarnos. Primero los desenfocamos para que después alguien los mire desde lo alto y de paso nos mire a todos. Pero especialmente a ellos, los otros, como imágenes borrosas de vidas borradas. El gran ojo es el resultado de ese desenfoque, la negación misma de la política como esfuerzo de integración. Ya lo decía Bauman, “Desde los albores de la modernidad, cada generación sucesiva ha dejado a sus náufragos abandonados en el vacío social: las ´víctimas colaterales´ del progreso”.