sábado, 23 de mayo de 2009

El pueblo, ¿Quiere saber de qué se trata?

(120) 23 de Mayo de 2009

El pueblo quiere saber de qué se trata. Ésta es la frase primera de nuestra historia. Así se inaugura el libro que narra nuestros orígenes como nación, presentando a un pueblo que reclama y se pregunta de qué se trata ésto que está pasando; ¿Qué significa tanta gente que entra y sale del Cabildo? ¿Qué hacen? ¿Qué pretenden? ¿Qué traman? Si se está decidiendo algo que nos incumbe a todos, que nos involucra, queremos saber, exigimos el conocimiento.
Unos pocos empiezan a hacer la historia nacional y el pueblo es un simple espectador, con una característica singular: no sabe. Por eso la historia no la hace el pueblo. El pueblo balconea la historia y solo pide saber. ¿Qué pide saber? Sólo de qué se trata. Modesto reclamo. No pide dirigir los grandes destinos de la patria, esas cosas no se piden. Pide información, que al menos tengan la delicadeza de contarles qué se está cocinando a puertas cerradas, a espalda del pueblo que no sabe.
Estamos a días de un nuevo aniversario del 25 de Mayo y a solo un año de la celebración del Bicentenario de dicha revolución. ¿No tendremos que prepararnos pensando qué es lo que exactamente vamos a festejar? ¿No nos debemos una mirada más profunda de nuestra historia, no para detenernos en un estéril pasado, como quien contempla obras de un museo, sino más bien como quien observa por su espejo retrovisor ocupado en avanzar, en construir el presente, eligiendo caminos? ¿Por qué este prólogo tan curioso de nuestra historia que comienza con el relato de un pueblo que busca saber? ¿Por qué el pueblo desde nuestros comienzos reclama un conocimiento que le es vedado y que posee otro?
Sucede que si en el principio era la palabra, esa palabra no la tenía el pueblo. Moreno estaba decidido a todo. Castelli también, porque tenían la palabra, y tenían la palabra porque sabían. Sabían que España como dueño del mundo ya no sostenía ni al propio rey sentado en el trono. Se tambaleaba, se caía solo, encima preso. También sabían que la Revolución francesa fundaba una modernidad que arrojaría por tierra la corona de los reyes junto con sus cabezas. Ellos sabían. Por eso se entusiasmaban y estaban dispuestos a romper con España a cualquier precio. Castelli y Moreno, más modernizadores que revolucionarios quieren subirse al carro de los nuevos tiempos, y poco les preocupa si los cambios serán dirigidos y diseñados desde los nuevos amos del mundo, Francia o Inglaterra. Son consientes que frente a su propuesta jacobina no hay nada interesante. No existen dirigentes que aspiren a algo más que una revolución política, o que pretendan tocar las bases de la dependencia económica o que sostengan que de nada vale liberarse de España si caemos bajo el yugo de los capitales ingleses o los libros de Francia. Los que saben están seducidos por la modernidad que viene de la mano de los nuevos grandes países. El pobre Liniers sabe, pero su saber no cuenta demasiado porque sigue mirando a España, y entre bonapartista y godo termina solo con los caudillos de las provincias.
Feinmann en su ensayo sobre Filosofía y Nación propone una interesante fórmula de interpretación de las corrientes de Mayo: Moreno tenía el plan pero no tenía el pueblo; Saavedra tenía el pueblo pero no tenía el plan. Modestamente agregaría a esta hipótesis que en ambos casos el pueblo estaba ausente, en Moreno de modo literal, en Saavedra sencillamente porque el pueblo era un rebaño fiel y obediente, y el mismo Saavedra, como buen militar, no era tanto lo que sabía. Los que sí saben son Matheu, Belgrano y Passo. Pero sobre todo Moreno y Castelli porque miran a Europa, el centro del saber. El pueblo siempre queda afuera por ser la periferia, por mirar equivocadamente y por sobre todo por no saber.
Cuando decimos “el pueblo quiere saber” la primera palabra que pronunciamos es pueblo. El pueblo es el sujeto que busca el conocimiento. Hoy ni siquiera lo nombramos. Somos cautelosos. Es mejor hablar de gente. Es más prudente. Sociedad suena bien, no evoca raíces ni historias grupales, tampoco implica compromiso ideológico. Cuánto más vacío de contenido mejor. Por ese camino llegamos a sustituir la idea de pueblo por el “según las encuestas”. Y esto no es un capricho del lenguaje o una moda inocente. A la gente se la maneja, a un pueblo no. A la sociedad se la manipula pero no a una comunidad organizada. Ni que hablar de las encuestas. Hoy podríamos cantar “Si esta no es la gente la gente ¿dónde está?” O mejor todavía “Si esta no es la encuesta, la encuesta ¿dónde está?”
Y si el pueblo como sujeto de la historia fue desplazado, en gran medida también su pretensión de saber. Hoy por hoy parece que ni siquiera quiere saber, no le interesa, no le calienta saber. Dice con ironía Feinmann que “si en Mayo hubiera existido Mauro Viale, el pueblo habría sabido. Obscenamente. Todo: desde que Castelli tenía cáncer hasta que Saavedra tenía hemorroides y Moreno habría padecido una cruel viruela”. Tal vez los grandes medios hablarían de la dudosa sexualidad de Belgrano, de sus hijos extramatrimoniales o ganarían rating con la televisación en vivo del fusilamiento de Liniers.
¿Qué es lo que tenemos que saber hoy? ¿Qué verdades ocultan tantos ecos en estos tiempos de campaña? ¿Por qué nos siguen faltando voces después de casi 200 años de aquel Mayo? Cómo pueblo, ¿Nos interesa saber acerca del destino de nuestros recursos minerales? ¿Queremos conocer que estamos haciendo con el petróleo? ¿Queremos saber cómo se distribuye realmente la riqueza en el país? ¿Nos importa que siga en pie un impuesto regresivo como el IVA?
A casi 200 años unos pocos siguen siendo los que saben, y saben bien, pero solo para saciar sus intereses. Otros muchos ni siquiera saben de qué se trata y casi que ni les importa. Hoy como ayer aquella primera página de la historia como un viejo disco rayado se repite. Alguna vez me enseñaron que los pueblos que no aprenden de sus errores quedan condenados a repetirlos.

sábado, 16 de mayo de 2009

¿Candidatos testimoniales o de vidriera?

En estos últimos días se ha hablado mucho de las candidaturas testimoniales. El mote adoptado nos viene haciendo un ruido extraño en la conjugación de imágenes ya que lo que menos hemos visto en esta campaña es justamente eso, el testimonio, el dicho respaldado con hechos, la palabra, esa que se empeña. Más que cualquier otra, ésta es una campaña de nombres más que de testimonios. Sí, solo nombres. Por eso nos gustaría rebautizar las candidaturas como lo que son: candidaturas nominativas u onomásticas. Según enseña el diccionario, onomástico es lo perteneciente o relativo a los nombres, y especialmente a los nombres propios. Eso es todo lo que hay en estas elecciones, una larga lista de nombres propios. Esto es lo que vale en esta democracia devaluada, los quiénes y los cuáles y no los qué, ni los cómos.
Pero tal vez sea necesario dar un paso más para ver que no es para nada casual que tales nombres sean solo eso, y que detrás de tantos apellidos no haya nada más que un apellido, candidatos de vidriera, de marketing, en un país concebido como un inmenso mercado.
Solo una muestra de esto que queremos decir: El domingo pasado, sin ir más lejos, enciendo la tele, T.N, “Argentina para armar”. Y ahí nomás, de entrada el anuncio del tema del programa como una bofetada:”La estrategia de los publicitarios para ganar estas elecciones”. En la mesa no faltan sociólogos, algún filósofo, abogados, y varios especialistas en campañas. Debo confesar que ya cambiaba de canal, con la certeza de que esto era más de lo mismo, pero me despertó cierta curiosidad observar entre los panelistas al chivilcoyano Gustavo Ferrari. Pagué caro mi cholulaje. Los entrevistados sonríen como verdaderos señores, prolijos, exactos, ningún exabrupto, se llaman por el nombre, con familiaridad, con una vomitiva familiaridad, y permanentemente sonríen y vuelven a sonreír como en una propaganda de dentífricos. Lo que vino enseguida fue una muestra impudorosa de cómo se fabrica un político. Caballerosamente canallesco. El candidato como producto que se instala socialmente con idéntica lógica de la ley de oferta y demanda. El marketing reemplazando a las ideas, los peluqueros a los pensadores. Entonces Ernesto Savaglio, Asesor publicitario del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no tiene ningún empacho en decir que hay que partir de que en esta sociedad “el candidato está acusado de”. Y desde allí habrá que arreglárselas para mostrar exactamente lo contrario, o sea presentar al fulano de tal manera que sea percibido como inocente. Cebado el hombre, minutos después dirá sin vergüenza alguna que lo primero en cualquier campaña es detectar un problema. Luego buscar una posible solución y llegar al final para poner la cara del candidato diciendo: Yo soy la solución. La cita es tal cual y es tan solo un botón de muestra del actual nivel del debate, o mejor dicho de la ausencia del mismo por falta de ideas, de principios, de palabras que digan. Sorprende el desparpajo con que dicen lo que dicen. Sin embargo lo bueno de esta situación es la claridad y hasta cierta transparencia discursiva: los tipos nos están vendiendo un producto, subastando un candidato. La lógica del marketing y el consumo aplicada a la política: que si el celular tiene tapita, o si saca fotos o trae mp3. Que si el candidato es mas o menos autoritario, conciliador o pinta bien en las encuestas… Y en todo este aquelarre, el chivilcoyano panelista estuvo a la altura de la bobería mediática imperante. (Difícil sería esperar algo diferente de un militante conservador ligado a la más rancia derecha católica ahora devenida democrática. Ciertamente hay que reconocerle un alto grado de coherencia al ser candidato y jefe de campaña de De Narvaez)
Ni hace falta decir que finalmente abandoné el programa cuando el titular proponía casi como un verso con rima y todo: “Candidatos a medida para tiempos de apatía”. Demasiado para un domingo a la noche. ¡Candidatos a medida! ¿A medida de qué y de quién? ¿Candidatos para impulsar qué? Para impulsar nada. Para acceder a un poder que anhelan y por el que suspiran. Entonces dije basta. Yo no compro ni vendo. ¡Si pudiéramos decir un basta colectivo y organizado! Ya lo sé, otro dirá deme dos. Me gusta, lo llevo puesto, o mejor envuélvamelo para regalo. Parece hecho a mi medida. Me quedo con aquel, dejo éste. Y que Dios se lo pague…
Hay quienes podrán discrepar y asegurar que lo que aquí está en juego es el modelo. La palabra modelo se pasea como una vedette en esta campaña. Continuar el modelo, dicen unos, cambiarlo indican otros. Nadie sabe bien lo que dice cuando de slogan y frases hechas se trata. Y las palabras como las monedas se gastan, sobre todo cuando no muerden con la realidad. La mayoría tampoco tiene muy en claro cuál es el modelo pero parece ser que éste nuevo clise viene a suplantar la necesidad de hablar de cuestiones de fondo, de un proyecto de país, de cómo construir un destino para todos, de cómo por ejemplo, hacer para que los cuatro millones de desocupados trabajen pero no en negro ni con el salario que imponen los empresarios, sino con el que traiga la ya perdida dignidad.
De entre todas las definiciones de democracia, hay una que resulta especialmente inquietante para tiempos electorales. Pertenece a Adam Przeworski, politólogo polaco-norteamericano que definió la democracia como la “incertidumbre institucionalizada”. Para este autor las elecciones funcionarían como “mini-revoluciones” (la expresión es de Isidoro Cheresky) programadas e institucionalmente controladas que abren la puerta a una etapa de cambios. A días de los comicios de junio nada más lejos que imaginar un escenario incierto y menos aún con puertas abiertas a cambios sustanciales o revolucionarios. ¿Desilusión? ¿Escepticismo? ¿Desesperanza? Sí, pero solo en cierta medida ya que siempre será bueno recordar aquí una idea sustancial en Gramsci que puede abrir puertas verdaderas y hasta derrumbar muros si la dejamos habitar en nosotros: unir el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad.

“Mírame y no me toques”, o la culpa no la tiene el chancho, ni los mosquitos.

Todo muy parecido a una novela de Saramago. Gente con barbijo, alarmas internacionales advirtiendo que el virus es mortal. “Mírame y no me toques, pero mírame”, se escucha cantar a Serrat por los altoparlantes de un aeropuerto vigilado hasta el extremo. Toda una ironía. Pandemia, endemia, epidemia, peste, virus, calamidad, influenza, dengue. Nos hemos tenido que familiarizar con estos conceptos para hablar con fundamento, con esa precisión que nos hace distinguir entre una bacteria y un virus, o una epidemia y una endemia y sus distintos grados. Y no, no es una novela de ficción. Tampoco se trata de la pesadilla de una mala noche. Las noticias son reales. Ayer nomás se supo del primer caso registrado en Argentina. Estados Unidos ya tuvo sus primeras víctimas fatales, en Perú hay una argentina enferma y toda una telenovela, y en España se dio el primer caso autóctono. Por la veloz difusión de la gripe porcina, la Organización Mundial de la Salud elevó el alerta mundial a fase cinco, apenas una menos que la máxima. La amenaza se tornó tan grande que los argentinos hasta nos olvidamos del dengue.
Mírame, pero no más que eso. No me toques, ni siquiera es conveniente aproximarnos. No te acerques. Y si lo haces es mejor con barbijo. Nada de caricias y besos.
Sí, por un tiempo, habrá que acostumbrarse a una especia de estado de alerta, de espanto, de miedo; vivir alarmado, asustado, inquieto y siempre listo, presto e higiénico, aséptico, preservado, para garantizar, para prevenir. Cada criatura aislada en su propio cuerpo. Cada uno cuidando ese mismo cuerpo de las cosas peligrosas que pueden salir del otro, de ese que está frente a mí.
¿Casualidad, fatalidad del destino?, esta cuestión de las pestes y endemias, digo. ¿Pura coincidencia? ¿Simple azar, o capricho de la naturaleza?, ¿Fatalidad, destino inexorable de los pobres?
Digamos en primer lugar que la culpa no la tiene el chancho. Tampoco el mosquito. Esto es también la globalización aunque por otros caminos. Estamos todos comunicados, interconectados en la gran aldea global. Pero que algo quede claro: en esta aldea hay dueños y simples aldeanos. El problema es que los virus y bacterias todavía no aprendieron las clases de discriminación que dicta el capitalismo y por eso el estado de alerta es para todos, claro está que con la suficiente dosis de racismo que ponga en situación de exigir barbijos a las mucamas de barrio norte y estricto control a vecinos extranjeros sobre todo si son pobres.
¿Será casual que la geografía de los países periféricos coincida y casi sea un calco de la geografía de la exclusión y la miseria? Si tuviéramos que dibujar ambos mapas tendrían casi idénticos contornos. En América Latina han sido pobres todos los que murieron de cólera, lo mismo que pobres eran los que morían de lepra en la Edad Media. Y no tan media que también la geografía de la lepra y la de la miseria van juntas en países como el nuestro en pleno siglo XX. Tardamos tiempo en vincular las más variadas pestes con las aguas y los alimentos contaminados por los deshechos industriales y los venenos químicos. ¿Tal vez sea como se pregunta Galeano, que “Dios cree, como los sacerdotes del mercado, que la pobreza es el castigo que la ineficiencia merece? Toda esa gente que había cometido el delito de ser pobre, ¿fue sacrificada por el cólera o por un sistema que pudre lo que toca y que en plena euforia de la libertad del mercado desmantela los controles estatales y desampara la salud pública?”
La historia no es nueva: desde que los colonizadores tomaron contacto con los pueblos originales, el contagio masivo de pestes foráneas de la civilización europea diezmó a comunidades enteras. Ninguna de ellas, sin embargo, mató a tantos indios como el trabajo esclavo y la violencia. Hoy esta lógica sigue intacta. Nos horrorizamos de que la fiebre de los chanchos mató a no sé cuántos pero seguimos haciéndonos los sordos y los boludos al clamor de millones de hombres, mujeres y niños que mueren de hambre. ¿Saben cuántos por día?
Desempleo y hambre son los denominadores comunes en las preocupaciones más urgentes de las mayorías populares de Sudamérica y sobre ese trasfondo van y vienen las turbulencias económico-financieras y ahora también las pestes.
Me dirán que las pestes amenazan a todos, pobres y poderosos. Es cierto. Pero esa es una verdad tan innegable como que la crisis financiera internacional nos afecta a todos pero la provocaron los dueños del sistema.
Algún día la peste pasará. Ésta, la de los chanchos o la de los mosquitos. Pero seguramente vendrá otra. La contingencia, eso que no es necesario, que puede o no puede estar, es algo de lo que siempre podremos escapar, más aún hasta podemos llegar a negar su existencia como quien niega la existencia de un espectro. Pero extrañamente, este sistema que vende íconos de gente segura y serena está asentada sobre la base de la explotación de los hombres por los hombres y del planeta mismo que hace rato empezó a dar muestras de cansancio y agotamiento. Esa es la peste más pestilente y la madre de gran parte de nuestras endemias históricas. No será fácil demostrar, al menos científicamente, que estas calamidades tienen relación directa con la depredación que ha hecho el capitalismo de toda la naturaleza y el atropello al sistema ecológico. Pero la historia está llena de ejemplos que nos gritan en la cara que el capitalismo ha devastado la naturaleza, ha saqueado ha espoleado y eso tiene un precio. Tartagal, sin ir más lejos, ese dolor tan nuestro y tan reciente, muestra a un pueblo con riqueza natural y pobreza estructural. ¿Casualidad? No, el sistema funciona así. Tartagal es un claro ejemplo de esa relación causal entre tala de árboles, explotación del petróleo y alud. Tartagal es la tierra que grita basta, no más, ya fue demasiado.
“Hay un estallido generalizado de símbolos”, dice Sandra Russo. “Se derrumba un sistema político y económico que tenía al individuo como eje, y ataca al mundo en forma de pandemia un virus mutante que supo de vuelos y estiércol y que presenta la forma de una simple gripe”.
Qué cosa, justo ahora cuando un modelo político y económico basado en el más brutal individualismo parece quebrarse dejando al descubierto sus vísceras, el sistema de salud internacional queda en estado de alerta por la peste que nos vuelve a todos un poco más paranoicos, sospechando del estornudo del vecino y del riesgo de la microgota de fluge. Disculpen la insistencia de la pregunta para nada retórica: ¿Casualidad?
Qué lástima, dicen los dueños del mundo, justo cuando estábamos reciclando el sistema económico internacional, abrochando cuentas para que siga en pie vinieron estas pestes ha descontrolarlo todo. Mientras tanto Serrat canta “Mírame y no me toques”. Y a unos cuantos esta condena a la soledad, y esta proscripción de la solidaridad les viene como anillo al dedo.