“En ese caso, elijo la banana”.
(125) Sábado 28 de Junio de 2009
“No está convencido.
No está para nada convencido-dice Julio Cortázar-.
Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nilón, una cafetera garantida, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.
Su reticencia provoca el insomnio de algunos funcionarios, de un cura y de la policía local.
Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país.
Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.
Entonces ha dicho: “En ese caso, elijo la banana.”
Desconfían de él, es natural.
Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.
No deja de ser extraño que haya preferido la banana.
Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso”.
“Elecciones insólitas”, tal el título de este texto desopilante de Cortázar.
El hombre no está convencido, dice, para nada. Sin embargo se siente obligado. ¿Obligado a qué? Tremenda paradoja: obligado a elegir. El problema es que le han dado a entender algo que le suscita una duda. Y la duda molesta porque lo deja a las puertas de una opción. La elección de la banana como desenlace final es tan extraña y sugestiva como el resto del relato, y nos hace pensar que aún en las peores circunstancias, elegir, siempre es un acto fundante que nos transforma en lo personal y modifica también la vida de los demás.
Cada día elegimos, cada segundo. En este mismo instante ustedes eligen escucharnos o no. Pueden sencillamente cambiar de dial o apagar la radio. Ustedes deciden. Permanentemente elegimos, a cada momento. ¿Sería legítimo pensar que siempre un acto de la libertad es decisivo? Hay situaciones en la vida en las que lo que uno elige puede ser claramente determinante, definitorio. Pero siempre la libertad nos constituye. La elección más pequeña y cotidiana también nos define; ese gesto, esa palabra dicha o no dicha. Cuando elegimos algo, nos elegimos a nosotros mismo, nos damos el ser. Por eso la libertad persistentemente va erosionando lo constituido. No hay nada establecido para siempre porque existe la libertad que es capaz de derrumbar muros. “La conciencia se constituye eligiéndose”, decía Sartre. Por eso cada decisión es un desafío y un privilegio. Elegir es difícil porque implica renunciar, exige entrenamiento y cierta abundancia para disponer de al menos dos opciones.
Hace tiempo escuché la historia de un hombre que adoptó a una niña etíope. La pobre no sabía elegir. Nunca lo había hecho. Cuando la llevaban a la panadería y le preguntaban ¿qué factura querés?, la niña se echaba a llorar. Tampoco sabía de la existencia de los días y los meses y los años. ¿De qué sirven los domingos en la tierra de la muerte?
Gran parte de los hombres y mujeres del mundo no eligen jamás, sólo sobreviven, tienen dedicada su vida a seguir viviendo. Sobreviven esquivando un destino de dolor y desolación. Del árbol de la injusticia cuelgan las mentiras más irracionales y la negación misma de la libertad. Y aquí viene una pregunta crucial: ¿Acaso somos plenamente libres si a nuestro lado hay alguien que se encuentra condenado a la exclusión? ¿Qué significado tiene nuestra pregonada libertad si no gozan de ella todos los hombres?
La historia da cuenta de hombres prisioneros que se volvieron mansos y resignados, tan esclavos de sus cerrojos como de su ceguera. Entonces pierden la libertad dos veces: la primera por la injusticia padecida, la segunda por la propia responsabilidad no ejercida. Es que el rebaño manso no ve, no sabe ver, no se anima, y por eso no escoge. Sigue mejor al pastor que le garantiza seguridad, y sobre todo lo protege del riesgo. ¿De qué riesgo? Del riesgo de elegir, de elegirnos, y de decidir quién queremos ser. Abandonar la tribu siempre es un acto valiente, pero da miedo: se cambia la seguridad de lo conocido por la libertad que pone alas.
Llega el momento de elegir. Mañana las urnas y una particular elección. Algunos pensarán que más que elegir estamos optando, que las alternativas no son tales, que no se encuentran representados, y hasta que la libertad en ciertas circunstancias solo es esa capacidad que tiene el hombre de elegir sus cadenas. Decía Samuel Johnson que “la libertad en las clases sociales inferiores es el poder elegir entre trabajar o morirse de hambre”. Y con una dosis de ironía Harry S. Truman escribía “La libertad es el derecho de escoger a las personas que tendrán la obligación de limitárnosla”.
Tal vez no sea este el momento para rubricar estas citas. En todo caso, digamos que siempre es bueno votar. Podrán señalarnos, no sin parte de razón, que en gran medida este escenario político está montado para legitimar un modelo que mantendrá el nivel de desigualdad de siempre, o en todo caso le hará correcciones “por derecha”, “o izquierda”, pero sin modificar esencialmente la situación de pobreza y la injusticia en la que vive la mayoría de la población.
Aunque esta idea tenga enormes parcelas de verdad, por un lado, no nos parece cierto que todos los candidatos signifiquen exactamente lo mismo. En otro sentido, siempre algo del pueblo se expresará en las urnas, aún admitiendo que los pueblos también se equivocan.
Por algo negaron el sufragio las dictaduras. La posibilidad del voto solo es tal si no hay dictador. ¿Qué esto no basta? Seguramente, pero siempre será infinitamente más que aquella voz cuartelera cobarde que decía “las urnas están bien guardadas”.
El acto de la libertad nos define. Mañana domingo, cuando vayamos a votar, pero también el lunes. Siempre y en cualquier lugar. La libertad no es más que la oportunidad de ser mejores. Aún cuando lo que elijamos sea una banana.
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