viernes, 31 de julio de 2009

“Llegó con tres heridas”

“Llegó con tres heridas”
(130) 1 de Agosto de 2009

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida…
Con tres heridas yo…
Así escribía el cautivante Miguel Hernández
Freud también pensaba que los hombres tenemos tres heridas, tres lastimaduras que lesionaron, no la piel, sino una zona más profunda, la del amor propio. Injurias narcisísticas las llamó, en clara alusión al mito de Narciso, aquel bello joven de quien el oráculo había dicho: "El niño tendrá larga vida si nunca se observa a sí mismo”. Y por más que su madre evitó los espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado no pudo prever que la sed de Narciso lo llevaría hasta un riachuelo. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Esto lo perturbó para siempre. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza y no pudo ver más que eso, su propia belleza. Entonces permaneció sin mundo y sin los otros, descentrado, encerrado en su ego. Algunos cuentan que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado de su imagen murió ahogado tras lanzarse a las aguas.
Tres injurias narcisísticas, afirma Freud. Es decir, tres agravios, ultrajes, ofensas infligidas al orgullo y a la vanidad de los hombres, y en circunstancias históricas diversas. Toda herida, puede ofrecernos la ocasión de ser más verdaderos, más nosotros mismos. También puede ser el principio del sucumbir.
La primera injuria podríamos llamarla geográfica. Alude a ese descubrimiento por el cual la tierra deja de ser concebida como el centro del sistema solar. Fue Nicolás Copérnico y después Galileo quien desplazó la mirada geocéntrica que postulaba que la tierra es el centro del universo, y la reemplazó por la heliocéntrica: el centro sobre el cual se desplazan los planetas es el sol. La Tierra pasó a ser tan sólo un planeta más entre tantos otros. Cómo habrá sido la herida que a Galileo le costó la prisión y el quedar a merced de la Inquisición. Primera injuria.
La segunda herida podríamos llamarla biológica, y la provoca Darwin al demostrar que el hombre, al igual que los demás animales y el resto de la naturaleza, es el producto de la evolución. También aquí el choque será con arraigados dogmas religiosos, particularmente la equivocada concepción teológica de la creación que veía como incompatible con la fe un proceso evolutivo. Las demostraciones del científico inglés revelaban que no habría una discontinuidad absoluta entre el reino animal y el humano. Hasta Darwin se pensaba que existía una brecha rígida y estricta entre el reino animal y la especie humana. Gran herida: no somos seres especiales, ya no los reyes de la creación. Tampoco constituimos un reino aparte; existe un lazo incuestionable entre la conformación biológica del homo sapiens y la del reino animal. Somos parientes de los antropoides. Segunda injuria narcisística.
La tercera fue provocada por el mismo Freud. Herida psicológica. El hombre no es dueño absoluto de sus conductas. El psiquismo humano tiene una extrema complejidad, y desentrañarlo nos lleva al descubrimiento de que existe una zona que no gobernamos, más aún, frecuentemente nos gobierna a nosotros. Según el médico vienés, la mayor parte de los fenómenos psíquicos pertenecen a una zona no conocida, es decir son inconscientes y, por lo tanto, resultan inaccesibles a la simple mirada. El psicoanálisis conmociona en el centro del yo. No siempre somos señores de nuestras decisiones, nuestras libertades son relativas.
Copérnico, Darwin y Freud, de diferentes maneras, sacaron al hombre del lugar de privilegio en el que estaba. Los hombres, como Narciso descubrimos nuestro límite en el arroyo de la historia y quedamos heridos en el alma, sin paraíso, pero paradójicamente con puertas abiertas a nuevas verdades acerca de nosotros mismos.
Este inquietante análisis de Freud deja la posibilidad de que otros descubrimientos, otras concepciones científicas, o situaciones existenciales, provoquen nuevas heridas a nuestro siempre frágil amor propio para volver a sacarnos de ese supuesto centro inamovible.
¿Existe una cuarta herida narcisística? ¿Por qué no? Descubrirla, reconocerla, nos puede ayudar a intentar caminos de libertad. Pensemos.
Sin esperar momentos espectaculares, tal vez estemos siendo testigos de nuevos descentramientos y estrategias de resistencia a los cambios que nuevas miradas imponen.
Intentemos tan solo dibujar algunas posibles heridas a modo de preguntas:
¿No será una nueva herida esta idea del varón que durante siglos pensó a la mujer como hombre frustrado? Este dominio de los hombres tan metido en nuestra cultura que se sigue resistiendo a descubrir en la mujer a su semejante, ¿no es la muestra de un macho herido contemplándose en el arroyo?
¿No es otra llaga esta idea de querer encontrar una felicidad sin límites en el tener? Tener bienes, fama, prestigio. Tener, eso importa, no ser. La fantasía de pensar que la felicidad nos la proporciona un proceso de acumulación de cosas. El fetichismo de la mercancía, diría Marx, el olvido del ser, para Heidegger, y el consiguiente apego a los entes.
El mismo Freud nos advertía de este peligro, pero también pensaba en una oportunidad: “El que ama, se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo”.
Renunciar al narcisismo, dejar que la realidad y los otros nos hablen, digan su palabra y nos modifiquen. No dejar renacer a Narciso.
Una versión del mito cuenta que el joven terminó sus días transformado en una planta que da unas flores muy bellas, pero de olor nauseabundo. Sí, en las personas que se cierran a la realidad y solo miran su ombligo, a pesar de su apariencia, hay algo que huele mal, muy mal…

El diálogo y la trampa

El diálogo y la trampa
25 de julio de 2009 (129)


El revuelto escenario político y social argentino ha entronizado la palabra diálogo como soberana en estos días.
“El gobierno llama al diálogo”, titulan los diarios. Y el Rey de la soja Grobocopatel, convoca a los presidentes de las cuatro entidades del sector agropecuario a reunirse con la poderosa Asociación Empresaria Argentina. “Diálogo condicionado”, titula La Nación, ”El agro ratifica que sólo se reunirá con el Gobierno si se discute la agenda del sector”. Y entonces la Iglesia los reta fraternalmente, y les recuerda que no ir al diálogo puede ser pecado. Mientras tanto, voluntarios de la Red Solidaria entregarán un programa como aporte al diálogo destinado a reducir el flagelo del hambre. “La esencia del diálogo es la caja”, no duda otro titular, y De Narváez cree que sólo "están ganando tiempo" con el llamado al diálogo. Carrió, que no quiere conflictos, tampoco quiere diálogo, y se va de vacaciones haciendo alarde de una especie de iluminada resistencia. Los gobernadores, por su parte, tienen la palabra, anuncia TN, pero algunos se quejan de que algunos tienen más palabras que otros. En fin., hay para todos los gustos y paladares.
La palabra diálogo, como tantas otras grandes palabras, es peligrosa en razón de su ambigüedad, posibles significaciones y usos múltiples.
El diálogo es el vehículo para el descubrimiento compartido de la verdad, la práctica esencial y fundacional de la democracia. Por eso, en principio, todos deberíamos estar en favor del diálogo. Sin embargo, esta valoración nos expone al riesgo de caer en enunciados abstractos e ingenuos, y nos puede hacer perder de vista lo esencial de lo que aquí se está poniendo en juego.
Nuestra historia es testigo de cómo van unidos el diálogo y la trampa. Si ustedes prefieren, hablemos de las posibles trampas del diálogo.
Existe un concepto romántico del diálogo que pretende negar el conflicto. Diálogo como mera ilusión retórica que proyecta una suerte de capacidad mágica para alcanzar una concordia, poniendo toda la carne en el asador en la intención de los actores. "El diálogo traerá las soluciones", dicen casi con sonrisa cómplice, “a esto lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie", y todo termina siendo la perfecta excusa para garantizar el actual estado de cosas.
Digamos que esta mirada no es inocente. Es aquella vieja idea de cambiemos algo para que nada cambie, pero eso sí, con diálogo incluido, como para legitimarlo todo.
Para algún desprevenido, puede parecer extraño que sea la Iglesia, como "ultima ratio", quien en nuestro país aliente el diálogo. Curioso. No existe ninguna institución con tantos resabios monárquicos. Basta mirar su tremenda estructura piramidal, sus dogmas o ideas absolutas, para darse cuenta que en esta cosmovisión la alternativa de la concertación queda clausurada por definición. Un oyente atento y con memoria, estará advertido de cómo ésta Iglesia, aparentemente tan amiga del diálogo, es la misma que apoyó cuanto golpe de estado dieron en el país esos otros dueños de verdades absolutas, los uniformados uniformadores a fuerza de palo y bala. Dime con quién te reúnes y te diré de qué vas a dialogar.
La etimología de la palabra diálogo nos ubica en las antípodas de esta falsa idea, ya que aparece emparentada con la de dialéctica, es decir, confrontación, oposición, enfrentamiento, polos opuestos. Un diálogo que pretenda ser tal no puede ignorar la realidad del poder ni sus modos de distribución conflictivos en la sociedad. Dialogar no es pactar entre poderes sino disputarlos.
Sin duda existen realidades que pertenecen al territorio de la negociación pero hay otras que no se discuten y deberían estar supuestas. La realidad medular de nuestra crisis pasa por la situación de exclusión que padecen millones de argentinos. Es hipócrita e inconducente dialogar acerca de esta realidad con actores que han sido directamente responsables de esas políticas de exclusión social. El excluido ha sido empujado de algún lugar hacia la nada y en este diálogo algunos dicen pretender una reinserción que obviamente no se dará en la misma sociedad que lo ha excluido. Esa sociedad con sus dirigentes, debe cambiar para poder incorporarlos nuevamente, lo cual requiere nuevos actores que estén dispuestos a ensanchar el ámbito de la vida social y política. Dicho en otros términos, de nada sirve dialogar si previamente no hay una redefinición de lo público como el lugar de todos y como la razón de ser del Estado.
Pensemos: ¿Qué sentido tiene sentarse en una misma mesa con la derecha política argentina que clama por volver al FMI y restituir confianza en los “inversores” junto con la baja en las retenciones agropecuarias? ¿Pedirán que creamos otra vez en la ilusoria teoría del derrame de la copa de los ricos que rebalsará y alcanzará a los pobres y a la clase media? ¿Podemos dialogar acerca de si nuestros pibes van a comer o no, si van a tener educación pública o si tendrán que pagarla como si fuera mercancía? ¿Se discuten estas cosas? ¿Dialogar para que el establishment del gobierno y de la oposición y sus alianzas con los grupos de poder imponga su agenda ortodoxa? ¿No es en definitiva el Estado quien debe imponerle a los grandes grupos económicos las pautas estratégicas de dicha redistribución?
El diálogo, tal como está planteado, no parece una herramienta para el cambio, que acompañe y aliente procesos de transformación. Más bien parece el espacio para que los grupos de poder de siempre muestren sus uñas y dientes y desplieguen sus peores intereses corporativos. Con los actuales actores, el diálogo no garantiza ser una herramienta que instaure otro equilibrio de poder en la sociedad, o abra nuevos canales de acceso y participación social.
Preguntémonos, por ejemplo, qué voz real tienen en este diálogo los trabajadores, fragmentados, desprotegidos por leyes laborales que antes los cobijaban, y ahora los tiene reducidos a meros engranajes de una economía transnacionalizada, con ramas enteras en manos de empresas extranjeras que no muestran ningún deseo de asumir compromisos concertados. ¿Qué espacio tenemos los ciudadanos comunes en este proceso de diálogo?
Diálogo. ¿De quién? ¿Para qué? ¿Hacia qué dirección?
No, no creemos estar en el camino hacia a una nueva identidad o un nuevo rostro, todo pareciera indicar que seguimos retrocediendo en un perverso juego de legitimación de las caretas.

Frankestein: la metáfora que Marx no conoció

Frankestein: la metáfora que Marx no conoció

(128) Sábado 28 de julio de 2009

No fue el destino el que condenó a aquellos hombres. Ni una peste o una catástrofe. Fue la idea de juntar pedazos de muertos, unirlos y mediante un shock eléctrico dar vida a una nueva criatura. Eso creyó aquel doctor llamado Frankestein seducido por la alquimia. Tal vez no advirtió que era peligroso revivir el cuerpo de un criminal ejecutado. Escuché de pibe este relato con tanta fascinación como terror. El cine se adueñó del fenómeno desde su costado más básico: el miedo a lo desconocido. Sin embargo esta fantástica novela está repleta de sugestivas metáforas e inquietantes alusiones. Para algunos Mary Shelley, la joven autora, moldeó a su criatura mirándose al espejo. Huérfana de madre, enfrentada con su padre, ninguneada por sus contemporáneos, aprendió del mundo a través de los libros. Con ese cóctel de duras experiencias construyó su relato a partir de fragmentos, como su terrible monstruo, a quien muchos llaman Frankestein por el nombre de su creador. La bestia solitaria sobrevive y sepulta a su autora y nos deja pensando en qué medida puede ser una extraordinaria metáfora para entender nuestro mundo.
La situación de no poder controlar lo creado significa algo aterrador. Perder el señorío de lo creado, no dominarlo y quedar expuesto, amenazado por su furia, es una metáfora impresionante. Una de las mejores alegorías de la lógica con que se mueve el sistema capitalista.
Marx y Engels no alcanzaron a conocer este relato cuando escribieron el Manifiesto. Pero la imagen que usaron para describir el funcionamiento del sistema parece claramente anticipar la figura del monstruo: “Las relaciones burguesas de producción y de canje, las relaciones de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros”. Un texto formidable que se vale de la imagen del mago que fracasa con su obra. De haberlo conocido seguramente no hubieran dudado en usar la figura de Frankestein que es mucho más contundente.
Veo a Frankestein cuando la FAO denuncia que diez corporaciones trasnacionales controlan actualmente el 80% del comercio mundial de los alimentos básicos y el petróleo, especulando y generando el proceso inflacionario que causa hambre y desolación en el planeta. Es el monstruo renacido esta concentración de poder en una oligarquía financiera dictando la política económica y gubernamental de los países periféricos, destruyendo en lo inmediato todo cuanto toca, y a largo plazo poniéndolo todo en riesgo. Siento los pasos de Frankestein cuando me entero que más de 50 millones de personas perderán sus empleos en el mundo, mientras los vivos de Wall Street reciben ayuda de los estados que ellos mismos destruyeron con esa burbuja financiera que terminó estallándoles en la cara. ¿Por qué creen ustedes que aumentó hasta un 400% el gas y otro tanto la electricidad en nuestro país? La suba de precios es precisamente el resultado del comercio capitalista monopólico y de la acción especulativa en los principales mercados de materias primas. En semejante escenario, los precios no se fijan solo por la demanda del consumo, sino básicamente por las necesidades comerciales y la demanda especulativa en los mercados financieros agro-energéticos. Frankestein en plena acción.
Y no se trata de actores aislados. Es el sistema en su conjunto, como la suma de partes. Igual que el monstruo. No es solo Estados Unidos, Europa y Wall Street. También forman parte de ese gigante enloquecido nuestras legislaciones criollas de "apertura económica", "libre mercado" y "privatizaciones" y “flexibilización laboral”, gerenciadas por políticos entreguistas elegidos en las urnas. Con su accionar fueron anulando los controles estatales, y destruyendo leyes laborales que llevaron décadas conquistar. ¿Quién pone barreras a esta depredación sin límites de los bancos y corporaciones transnacionales, que todo lo controlan? ¿Quién para esta sangría en la cual el sistema financiero termina haciendo apuestas con el dinero de la gente: si ganan la apuesta, se quedan con las ganancias, y si pierden, nos dejan la boleta a nosotros? ¿No es una lógica monstruosa ésta que naturaliza que las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan?
El estudioso ecuatoriano, Diego Delgado Jara, asegura que “se está llevando a efecto el plan más acabado de saqueo total que hubiese conocido la humanidad en su ya larga existencia. Se está exprimiendo a niveles inconcebibles a pueblos ya hambrientos y empobrecidos al máximo por concepto de una deuda que jamás la pidieron ni la usufructuaron. Pero eso tampoco es todo. Resulta probablemente el preludio de otro previsible mayor y último super genocidio que se consumaría con el brote intensivo de las enfermedades originadas en retrovirus de laboratorios para extinguir físicamente a las masas hambrientas todavía supervivientes”.
Tenemos que aprender a ver a Frankestein, a descubrirlo, advertirlo en plena acción, para después detenerlo. ¿Nos animaremos a verlo? ¿nos atreveremos a revelarnos? ¿Cómo lo haremos? ¿Con qué recursos? ¿Pagarán los actuales dueños del mundo algún día sus propias iniquidades? Nuestros gobiernos, ¿Estarán a la altura de tamaños desafíos, o seguirán jugando a los “diálogos”, las escondidas, y a esa vieja manía de amagar por la izquierda para ir decididamente por derecha?
No es fundamentalmente el destino quien condena a los hombres. Tampoco las pestes o los cataclismos. Lo que nos sigue condenando es este torpe afán de revivir cuerpos de criminales, la vieja costumbre de jugar al doctor Frankestein.

De víctimas, victimarios y salvadores.

De víctimas, victimarios y salvadores.
(127) Sábado 11 de julio de 2009

“El virus del miedo nos ha trasladado desde el siglo XXI, con su cándida confianza en una ciencia todopoderosa, a la Edad Media, asegura Mónica Müller, cuando la humanidad se sabía inerme frente al misterio de las enfermedades”. Sí, inermes, abandonados, indefensos, desarmados, vulnerables. Algo de todo eso estamos sintiendo. Somos víctimas de esta puerca peste. Tal vez por eso sea útil el ejercicio de pensar cómo detrás de cualquier víctima, por ley, siempre hay un victimario y un salvador. El famoso “triángulo dramático”. Tres roles, tres papeles que siempre entran a jugar en cualquier escena de la vida, patrones de conducta que se repiten en la sociedad, pero que no resulta tan fácil determinar.
Hay un discurso psicologista que en nombre de no victimizar, considera necesariamente engañosos los roles de Víctima, Victimario y Salvador. Acusan a esta conducta de “victimista”, es decir de inventar a la víctima y encasillarla en su rol. Ciertamente tal riesgo existe. Ponerse en el lugar de la víctima cuando uno no lo es, resulta falso, pero negar las esposas cuando están rosando la piel es estupidez.
Miremos el triángulo: Víctima, victimario y salvador.
Analicemos a la víctima. Ni los virus ni las bacterias tomaron clases de discriminación, de modo que víctimas somos todos, o al menos podemos serlo. Ciertamente existen poblaciones que están en zona de mayor riesgo y son mucho más vulnerables. “La justicia es como la serpiente, solo pica a los descalzos”, decía el asesinado Arzobispo de Managua Arnulfo Romero.
No es casual que en América Latina hayan sido pobres todos los que murieron de cólera o que África tenga el 70% de los infectados de sida. También eran pobres los que morían víctimas del bacilo de la lepra en la Edad Media. Y pertenecían a eso que se considera la periferia. La mirada eurocéntrica así lo decretaba: los pueblos originales eran los bárbaros que terminaron diezmados por las plagas foráneas de los civilizados. Ninguna peste sin embargo, devoró a tantos indios como el trabajo esclavo y la violencia sin límites. ¿No seguimos sumergidos en esta lógica? Se nos ponen los pelos de punta al ver en la televisión y en los diarios que la fiebre de los chanchos mató a no sé cuántos, y es lógico, pero seguimos sordos ante el grito de millones de semejantes que mueren de hambre. ¿Es lógico?
Falta de trabajo y hambre constituyen las urgencias de las mayorías populares de Sudamérica y sobre ese trasfondo van y vienen las turbulencias económico-financieras y ahora también las pestes.
Hasta aquí las víctimas. Y no me vengan con que estamos victimizando…
Miremos ahora al victimario. Sus posibles rostros. Es verdad que corremos el riesgo de caer en reduccionismos o enunciados arbitrarios. Las simplificaciones son propias de los genios y los idiotas. Encontrar un único responsable nos puede dejar en los umbrales de la estupidez, pero no atrevernos a pensar en ninguno nos sumerge directamente en la cobardía.
Corramos el riesgo de ser idiotas. A ver, la culpa no la tiene ciertamente el virus. Tampoco el chancho. Estoy tentado a decir que la culpa la tiene el que le da de comer. Pensemos esta idea ayudándonos con Saramago quien nos cuenta que “en 1966, por ejemplo, se contaban en Estados Unidos 53 millones de cerdos distribuidos en un millón de granjas. Actualmente, 65 millones de puercos se concentran en 65.000 instalaciones. Eso significa pasar de las antiguas pocilgas a los ciclópicos infiernos fecales de hoy, en los que, entre el estierco y bajo un calor sofocante, dispuestos para intercambiar agentes patogénicos a la velocidad del rayo, se amontonan decenas de millones de animales con más que debilitados sistemas inmunitarios. No será, ciertamente, la única causa-advierte el autor- pero no puede ser ignorada.”
El mismo Saramago nos señala que en otro orden de cosas “la industria farmacéutica es capaz de poner en riesgo a toda la humanidad en su carrera frenética por la competencia y los beneficios económicos y que los gobiernos de Estados Unidos han recurrido más de una vez a armas biológicas para dirimir cuestiones políticas”. No será fácil demostrar que estas calamidades tienen relación directa con la inescrupulosidad de las empresas multinacionales o con la sed de dominio de los imperios. Sin embargo, la historia es testigo de lo poco que importa la vida de la gente cuando lo que está en juego es el poder y las ganancias.
Lo que sí va adquiriendo cada día una visibilidad más puntual es la depredación salvaje que ha hecho el sistema capitalista de toda la naturaleza. Este sistema está cimentado sobre la base de la explotación de los hombres por los hombres y del planeta mismo que hace rato empezó a dar muestras de cansancio y agotamiento. ¿No es esa la peste más apestosa y la responsable última y primera de gran parte de nuestras pandemias históricas?
Las víctimas, el victimario. Vamos con el salvador.
En la lógica más simple, el salvador nunca puede ser el victimario. Y si apareciera como tal, estaríamos ante un claro cuadro de perversión o ante una estrategia de ocultamiento. Si de arriba, desde el poder, desde el centro a la periferia, básicamente vino la irresponsabilidad que hoy sumerge a todos en esta crisis sanitaria, difícilmente el poder sea quien resuelva al menos los problemas de fondo. Habrá sí medidas de urgencia, paleativos, maquillajes. Pero la solución profunda no vendrá ni desde arriba, ni desde el centro. Necesitamos un nuevo paradigma de pensamiento y acción que nos haga pensar y sentir desde abajo y desde las lateralidades. Para no caer en trampas, para que quien nos aporrea no sea el mismo que después nos acaricie impunemente.
Saber esto, animarse a pensarlo, es un modo de poder que nos aleja del miedo paralizante. Conocer nos pone a distancia de esa mítica concepción medieval petrificante, que todo lo espera de arriba. Tomar la rienda de nuestro destino para desterrar todo tipo de opresión. También para expulsar las pestes.

“Cuando el tiempo sea solo rapidez” habrá que detenerse…

“Cuando el tiempo sea solo rapidez” habrá que detenerse…

(126) Sábado 4 de Julio de 2009

El tiempo viene acelerado, corre urgente, casi atropellándolo todo. Heidegger decía: “Cuando el tiempo sea solo rapidez”. Algo de eso está pasando. Ese zapping de emociones que se fueron sucediendo en torno a la última elección, para muchos ya casi pertenece a un pasado lejano. La prisa de los tiempos que corren, en horas montó un nuevo escenario: el de la gripe A. Entonces el virus ocupó el lugar de los candidatos. Y cuando los políticos tuvieron cámara y micrófono no pudieron eludir hablar de la influenza. Entonces los resultados de las elecciones importaron relativamente. El tiempo como rapidez. La instantaneidad como modo de ser, como cultura. Aquello ya fue, quedó despojado de entidad, ya no se lo percibe como valioso, o al menos no tanto. Y entonces lo que parecía tan crucial se evanesce en un presente vertiginoso. Las elecciones para muchos ya son un hecho casi remoto. Distante como el cólera, como el “Síganme que no los voy a defraudar”, o el dengue o “el campo somos todos”.
Tal vez por eso es que hoy queremos mostrarles algunos flashes, modestas fotografías de esta semana que pasó y de estas elecciones que ya se fueron y que sin duda dejaron su marca. Trece fotos como anécdotas, trece como anticábala, para que la suerte de alguna manera venga. Mosaicos desordenados, retazos robados de la realidad, inevitablemente antojadizos, pero que se nos ocurren valiosos porque pueden detener por un momento el tiempo y dejar que los sucesos hablen.

Uno-
El papá con su hijo pequeño se dirige a votar. A la entrada de la escuela el chico observa hombres uniformados portando fusiles.
-Pápa, ¿qué hacen esos hombres?
-Son militares. Cuidan las urnas, para que nadie se las lleve
-Pero, ¿Vos no me habías enseñado que los militares eran quienes usurpaban las urnas? ¿Me lo explicas otra vez?

Dos-
El abuelo, bastón en mano se acerca a la urna. “Uno ha vivido tanto tiempo. Catorce dictaduras militares-dice-. Sacá la cuenta. ¿Sabés las que te puedo contar? Voy a cumplir 83. Igual vengo a votar. Algo de bueno deben tener las urnas para que los militares las hayan guardado tanto tiempo. ¿Viste que algunos dicen todavía “con los militares estábamos mejor”? ¡Qué íbamos a estar mejor! Esas son macanas. Por eso, aunque no tengo obligación vengo y voto, para que se dejen de macanear.

Tres-
La madre y el hijo adolescente miran en la tele un informe sobre tribus urbanas:
-¿No te das cuenta que los usan?, dice la mamá. ¿A quién enfrentan estos que se creen tan rebeldes? Si lo único que hacen es pelearse como idiotas entre ellos para que nada cambie…
La madre cambia de canal y pone el noticiero:
Carrió ataca a Kichner en los juzgados por las testimoniales, Kirchner le pega a Clarín y a la Nación por el tema de las encuestas, De Narváez arremete contra Carrió por sus profecías…
La madre y el hijo se miran y apagan el televisor.

Cuatro-
Tío, ¿Por qué vuelan helicópteros por la ciudad?
-Porque estamos votando y ellos vigilan.
-¿Y qué vigilan?
-No lo sé bien. Pero aprendé esto: siempre el que vigila lo hace desde arriba.

Cinco-
Dos tipos en el bar:
- Estamos para el horno, viejo. Los peronistas no funcionan sin jefe y el país no funciona sin peronismo.
-No me jodas. Con peronismo tampoco funciona.
¡Y no te digo!… ¡Estamos en el horno!
Si, y lo peor es que ya estamos acostumbrados a este calorcito.

Seis-
Freud lo había aprendido de Charcot: las ideas pueden ser implantadas, por hipnotismo, en el cerebro humano. El tiempo pasó y la realidad en nada lo desmiente. “Para no ver la realidad, el avestruz hunde la cabeza en el televisor”, comprueba el escritor brasileño Millor Fernandes.

Siete-
Dos amigos caminan por la calle:
-No sé a quién votar, ninguno me convence…
-Hay una regla de oro: las palabras del poder no expresan sus actos, los disfrazan. La política es un gran teatro….
El problema es que después nosotros no les reclamamos que cumplan con el papel que nos dijeron que iban a interpretar.

Ocho-
Los políticos ya no mienten. Para eso se inventaron las encuestas.
¿Sentiste hablar de la profecía autocumplida?
-Sí.
-Significa sencillamente que muchos terminan votando a los que se pronostica como ganadores, los cuales al final efectivamente ganan.
-Algo así como la profesión autoproclamada.

Nueve-
¿Eligen presidente y vice nuevos?, pregunta la chica de unos 14 años.
-No, eligen diputados, senadores y también concejales, contesta el amigo.
¿Y por qué aparecen juntos Kirchner-Scioli, De Narváez-Solá, Stolbizer-Alfonsín como si fueran candidatos a presidentes?

Diez-
¿Se puede cruzar con un elefante la avenida 9 de Julio y pasar desapercibido?
Sí, haciéndolo cruzar con 20 elefantes más.
Algo así hizo De Narváez cuando le preguntaron cuántos millones poseía.
El tipo no solo confeso que tenía decenas de millones sino que la fortuna era toda, toda suya.
Decía Baudrillard, “el dinero es tan ostensible que dejás de verlo.”
Y a Francisco le fue muy bien…

Once-
Búnker es una palabra que viene del alemán y refiere a una construcción militar hecha de hierro y hormigón que se utiliza en las guerras para protegerse de los bombardeos de la aviación y la artillería. ¿Por qué llamar así al lugar dónde se reúnen los animadores y adherentes de un partido político en democracia?

Doce-
Lipetz, analizando los fenómenos de la comunicación en estas elecciones nos cuenta que los espacios políticos usaron photoshop para unir a sus candidatos. Explica que en una foto grupal siempre alguien sale desfavorecido. Hacer trucos es la mejor solución.
¿Tendrá eso algún significado en un futuro?”

Trece-
“Este es el triunfo de la democracia”, dice eufórico el locutor. “La democracia está de fiesta”, cacarea otro. “Todos celebramos”, anuncian en la radio.
Lejos de las luces y los fuegos de artificio una familia espera ansiosa algún día ser invitada.

Flashes. Baldosas rotas para armar una vereda.
“Cuando el tiempo sea solo rapidez”… habrá que detenerse… para poder avanzar.

“En ese caso, elijo la banana”.

“En ese caso, elijo la banana”.
(125) Sábado 28 de Junio de 2009

“No está convencido.
No está para nada convencido-dice Julio Cortázar-.
Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nilón, una cafetera garantida, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.
Su reticencia provoca el insomnio de algunos funcionarios, de un cura y de la policía local.
Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país.
Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.
Entonces ha dicho: “En ese caso, elijo la banana.”
Desconfían de él, es natural.
Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.
No deja de ser extraño que haya preferido la banana.
Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso”.

“Elecciones insólitas”, tal el título de este texto desopilante de Cortázar.
El hombre no está convencido, dice, para nada. Sin embargo se siente obligado. ¿Obligado a qué? Tremenda paradoja: obligado a elegir. El problema es que le han dado a entender algo que le suscita una duda. Y la duda molesta porque lo deja a las puertas de una opción. La elección de la banana como desenlace final es tan extraña y sugestiva como el resto del relato, y nos hace pensar que aún en las peores circunstancias, elegir, siempre es un acto fundante que nos transforma en lo personal y modifica también la vida de los demás.
Cada día elegimos, cada segundo. En este mismo instante ustedes eligen escucharnos o no. Pueden sencillamente cambiar de dial o apagar la radio. Ustedes deciden. Permanentemente elegimos, a cada momento. ¿Sería legítimo pensar que siempre un acto de la libertad es decisivo? Hay situaciones en la vida en las que lo que uno elige puede ser claramente determinante, definitorio. Pero siempre la libertad nos constituye. La elección más pequeña y cotidiana también nos define; ese gesto, esa palabra dicha o no dicha. Cuando elegimos algo, nos elegimos a nosotros mismo, nos damos el ser. Por eso la libertad persistentemente va erosionando lo constituido. No hay nada establecido para siempre porque existe la libertad que es capaz de derrumbar muros. “La conciencia se constituye eligiéndose”, decía Sartre. Por eso cada decisión es un desafío y un privilegio. Elegir es difícil porque implica renunciar, exige entrenamiento y cierta abundancia para disponer de al menos dos opciones.
Hace tiempo escuché la historia de un hombre que adoptó a una niña etíope. La pobre no sabía elegir. Nunca lo había hecho. Cuando la llevaban a la panadería y le preguntaban ¿qué factura querés?, la niña se echaba a llorar. Tampoco sabía de la existencia de los días y los meses y los años. ¿De qué sirven los domingos en la tierra de la muerte?
Gran parte de los hombres y mujeres del mundo no eligen jamás, sólo sobreviven, tienen dedicada su vida a seguir viviendo. Sobreviven esquivando un destino de dolor y desolación. Del árbol de la injusticia cuelgan las mentiras más irracionales y la negación misma de la libertad. Y aquí viene una pregunta crucial: ¿Acaso somos plenamente libres si a nuestro lado hay alguien que se encuentra condenado a la exclusión? ¿Qué significado tiene nuestra pregonada libertad si no gozan de ella todos los hombres?
La historia da cuenta de hombres prisioneros que se volvieron mansos y resignados, tan esclavos de sus cerrojos como de su ceguera. Entonces pierden la libertad dos veces: la primera por la injusticia padecida, la segunda por la propia responsabilidad no ejercida. Es que el rebaño manso no ve, no sabe ver, no se anima, y por eso no escoge. Sigue mejor al pastor que le garantiza seguridad, y sobre todo lo protege del riesgo. ¿De qué riesgo? Del riesgo de elegir, de elegirnos, y de decidir quién queremos ser. Abandonar la tribu siempre es un acto valiente, pero da miedo: se cambia la seguridad de lo conocido por la libertad que pone alas.
Llega el momento de elegir. Mañana las urnas y una particular elección. Algunos pensarán que más que elegir estamos optando, que las alternativas no son tales, que no se encuentran representados, y hasta que la libertad en ciertas circunstancias solo es esa capacidad que tiene el hombre de elegir sus cadenas. Decía Samuel Johnson que “la libertad en las clases sociales inferiores es el poder elegir entre trabajar o morirse de hambre”. Y con una dosis de ironía Harry S. Truman escribía “La libertad es el derecho de escoger a las personas que tendrán la obligación de limitárnosla”.
Tal vez no sea este el momento para rubricar estas citas. En todo caso, digamos que siempre es bueno votar. Podrán señalarnos, no sin parte de razón, que en gran medida este escenario político está montado para legitimar un modelo que mantendrá el nivel de desigualdad de siempre, o en todo caso le hará correcciones “por derecha”, “o izquierda”, pero sin modificar esencialmente la situación de pobreza y la injusticia en la que vive la mayoría de la población.
Aunque esta idea tenga enormes parcelas de verdad, por un lado, no nos parece cierto que todos los candidatos signifiquen exactamente lo mismo. En otro sentido, siempre algo del pueblo se expresará en las urnas, aún admitiendo que los pueblos también se equivocan.
Por algo negaron el sufragio las dictaduras. La posibilidad del voto solo es tal si no hay dictador. ¿Qué esto no basta? Seguramente, pero siempre será infinitamente más que aquella voz cuartelera cobarde que decía “las urnas están bien guardadas”.
El acto de la libertad nos define. Mañana domingo, cuando vayamos a votar, pero también el lunes. Siempre y en cualquier lugar. La libertad no es más que la oportunidad de ser mejores. Aún cuando lo que elijamos sea una banana.

La despolitización de la política y la casa de chocolate

La despolitización de la política y la casa de chocolate

(124) 20 de junio de 2009

Corren tiempos de café descafeinado, de carnes desgrasadas, cervezas sin alcohol, leche descremada, mermelada sin azúcar. Era esperable en épocas como estas encontrarse con políticas despolitizadas.
La antipolítica en el mundo, y con rasgos bien criollos en nuestro país, se ha convertido en una especie de peligroso sentido común difundido por personas que tienen por costumbre abrir la boca unos segundos antes de pensar. La negación de la política como modus vivendi, todo lo traspasa, sobrevuela la realidad, invade la atmósfera, igual que la estupidez, y nos encierra en un callejón de difícil salida. Tal vez el periodismo televisivo, como una fuente inagotable de frases hechas y lugares comunes sea hoy por hoy su principal difusor. Negar la política como algo malo en sí mismo, como una forma de descrédito en manos de inescrupulosos, para después reducirla a una cuestión tecnocrática. Las cosas así determinan que la política se convierta en un hecho básicamente destituyente, totalmente vaciado de contenido.
Entonces se encuentran dos amigos y ahí nomás uno le vomita al otro: “¿A quién votás el 28?”. “Cualquiera me da lo mismo”. “Acá son todos iguales”. “La política es un juego sucio”. La demolición de la política comienza a pasearse por lugares trillados, desde criticar los grandes sueldos de los funcionarios, hasta la vinculación de los dirigentes con los grupos de poder económico, pasando por la última cuatro por cuatro que se compró aquel diputado y llegando a los que un poco más informados se las ingeniarán para criticar la estatización de las AFJP, la nacionalización de Aerolíneas, las retenciones, la creación de un ente para intervenir en el mercado de granos, etc. Todo bajo un denominador común: la política es una porquería, y esto dicho en nombre del sentido común y fogoneado por los medios.
El sofisma o la falacia de todas estas razones, a veces, y sinrazones, otras, radica en identificar necesariamente política con trampa y reducirla a ser solo eso como condición de posibilidad. Esto nos sumerge en un verdadero círculo vicioso. ¿De qué sirve analizar y confrontar las retenciones al campo, el sistema aerocomercial, el impuesto a la minería o la ley de radiodifusión, si damos por supuesto que el único objetivo de cualquier iniciativa oficial es la corrupción?, ¿De qué vale considerar cualquier crítica opositora, si partimos del preconcepto de que su mirada solo apunta a acumular poder para seguir también por el camino de lo espurio?
Entendemos que fundamentalmente el actual vaciamiento del edificio político tiene como firmes cimientos el culto a la tecnocracia de los ’90. Con la caída del muro se produjo un efecto naipe que nos llevó a hablar del “Fin de la Historia”, “Fin de las Ideologías” y sobretodo, “Fin de la Política”. La sensación de que el concepto de la lucha de clases ya no explicaba nada y que era un fetiche obsoleto, sumada a la desactivación de la opción militar, porque ya había cumplido con su misión al servicio del amo imperial, hicieron que la antipolítica adquiriera un tono modernizante y tecnocrático. Con esto la ultra derecha neoliberal, dueña y señora del mundo, dijo sencillamente: No hay más interpretación de la historia que la mía. En Argentina es precisamente con Menem cuando la política fue desplazada por la economía y el político reemplazado por el tecnócrata. Esta sustitución se apoyaba en la torpe creencia de que existen soluciones neutras para la resolución de las grandes cuestiones nacionales.
Los nuevos políticos emergentes, en buena proporción provienen de los mismos medios (artistas, cantantes, corredores de autos, payasos…), del mundo empresarial y de las academias de la derecha. Saben valerse eficazmente de un lenguaje nuevo. Si las circunstancias lo requieren no dudan en echar mano de altisonantes frases de izquierda, a modo de préstamo temporal y con la firme promesa de devolución inmediata (no fuera a ocurrir que alguien se las tomara demasiado en serio). Los enunciados de la histórica derecha siempre les resultan más familiares, ya que forman parte de su diccionario cotidiano, pero poco apoco se fueron tomando el trabajo de suavizarlos aderezándolos con conceptos comodines tales como diálogo, consenso y armonía.
Ser antipolítico hoy, es lo más funcional a esos grandes grupos de poder que entre cuatro paredes terminan decidiendo nuestro destino como país. Por eso, haber perdido la confianza en la política significa ni más ni menos que dejar la cancha libre, el arco sin arquero ante un inminente penal.
¡Piedra libre a los políticos de la antipolítica! Los descubrimos abroquelados detrás de palabras robadas, negando diferencias, reinando en el limbo de las abstracciones ideológicas. ¡Piedra libre! Los vimos con su imparcial tecnocracia, esa que garantiza beneficios bien concretos, y si son en dólares, más concretos todavía, y cuánto más si son euros y se reparten entre amigos. ¡Piedra libre! Escuchamos su voz. Gritan transparencia, transparencia, honestidad, hablan con moderación, sin espesura, ni exclamaciones. En tiempos de elecciones toleran algunos exabruptos. ¡Piedra libre a los gestores del moralismo a domicilio! ¡Piedra libre para todos mis compañeros! Los hemos descubierto amontonados bajo el paraguas de los grandes medios de Comunicación Social y el sentido común.
Negar la política es negar la vida, destruir toda posibilidad de decir nosotros. La antipolítica borra los horizontes plurales para dejarnos aislados y expuestos a los depredadores de un mundo ya de por sí devastado.
Uno de los críticos más severos de la democracia en Occidente, el filósofo griego Cornelius Castoriadis en su obra Figuras de lo pensable, acierta con precisión de cirujano a la hora de buscar una metáfora que describa lo que nos pasa como sociedad en los tiempos que corren: “el hombre es más bien como un niño que se encuentra en una casa cuyas paredes son de chocolate, y que se dispuso a comerlas, sin comprender que pronto el resto de la casa se le va a caer encima”.

Lo perverso, ayer y hoy. ¿De qué nos reímos?

Lo perverso, ayer y hoy. ¿De qué nos reímos?
(123) 13 de Junio de 2009

Por estos días escuché decir a un periodista que la campaña electoral en la Argentina era perversa. Después de semejante afirmación me quedé esperando en vano el por qué, las razones, o al menos el dibujo que marcara algunas líneas acerca de su idea de lo perverso, para ver después si era apropiado atribuir este concepto al escenario montado para estos comicios.
¿Qué es lo perverso? Tato Bores en un histórico reportaje televisivo sin desperdicios, hace un repaso de su vida, y en uno de sus momentos más altos sugiere algo que me parece un componente esencial de lo perverso. Allí dice: “pude hacer humor con toda la historia del país, pero nunca con los desaparecidos”. El discurso es claro, inequívoco: Nadie hace humor con lo inicuo o lo siniestro. La crueldad o lo perverso no admite ningún costado gracioso, ni esa descompresión de lo serio. Lo perverso no se disuelve, no puede ser rebajado, o suavizado, tampoco admite la ironía.
Vikki Bell, profesora de una Universidad de Londres, en visita por nuestro país, nos señala que “el horror de la desaparición de personas instituido por el Estado dictatorial funda un perverso sucedáneo en democracia: la invisibilización de sectores sociales marginados”. Observemos atentamente la idea: habla de “un perverso sucedáneo de la desaparición de personas en democracia” para referirse a esta brutalidad de hacer invisibles a los excluidos del sistema. Incluso alcanza a decir que la experiencia argentina, con el fracaso de las tentativas de abolir lo ocurrido bajo el terrorismo estatal mediante indultos y leyes de impunidad, revela que “no podemos controlar el pasado” porque la sociedad tiene “la necesidad de permitir su retorno”. ¿El retorno de qué? De lo perverso. De las desapariciones ayer, de los excluidos hoy.
Aquí, dicen ellos, no hay más pobres, ni gente sin trabajo, ni pibes con sus vidas destrozadas, o si los hay, son cada vez menos. Si alguien se refiere a ellos, a los expulsados, lo hace en medio de miserables discursos proselitistas de campaña, tan poco creíbles como sus voces confundidas con las risas del Gran Cuñado, ese aquelarre en dónde se desdibujan las fronteras de la ficción y la realidad, y las imitaciones de los candidatos terminan siendo más reales que la realidad, mientras pasean por sus bocas verdades que no dan risa, y risas que esconden verdades. Un discurso político perverso disfrazado de humor para referir una situación que también tiene mucho de eso, de perversa. Sí, todos ríen al ritmo de Tinelli, ya no hay ricos ni pobres, ni explotadores ni explotados. Somos la gran hermandad mediática que se caga de risa de todo. Y venga otra vuelta de tuerca más de este universo maravilloso en el que todo vale, porque todo da lo mismo, porque todos terminan siendo lo mismo.
El problema es que Tinelli, como tantos otros hijos del neoliberalismo y de la caída del muro de Berlín, forma parte de una operatoria cultural que en los 90 planteó el fin de las ideologías, de las disputas de clase, de las derechas y las izquierdas, precisamente como principios disolventes de todo sentido de conciencia crítica sobre la realidad. Ese no lugar en realidad terminó siendo “el lugar” propicio para desplegar sus intereses y llevar aguas para su molino. Así, el tipo que se enriqueció con aquellas políticas, es el mismo que hoy pretende hacernos reír con los despojos que quedaron de nuestros dirigentes. Tal vez baste decir que quienes hacen humor con lo perverso no hacen más que revelar su propia perversión.
Es que de eso hablamos, de lo perverso, y si la actual campaña política lo es. Entonces escuchemos las otras voces, la del Movimiento de los Chicos del Pueblo, por ejemplo, que nos grita que las cifras del hambre no han bajado. Y nos cuentan que casi el 70 por ciento de niños vive bajo el nivel de pobreza. En el 2001 llegamos a tener ocho de cada diez pibes bajo el nivel de pobreza. “Estamos mal pero vamos bien”, decía Duhalde. Nosotros decimos “Estábamos peor, pero vamos mal”.
Morchiatti, coordinador del grupo Chicos del Pueblo, dice: “a ese pibe le sacás la escuela, no lo alimentás, nunca come lo que le gusta, nadie le guarda su dientito de leche, nadie lo acaricia, no tiene su primera foto... ¿Qué estás haciendo con ese pibe? Se lo estás sacando todo. ¿Y después qué querés?, ¿qué te acaricie? Te va a sacar los ojos...¿El hambre es un crimen, entonces?, pregunta casi ingenuo el periodista. Y Morchiatti le contesta: “Si un pibe se muere al lado de una pila de comida... ese pibe muere asesinado. Por eso el hambre es un crimen. Es mentira que el capitalismo tiene un rostro humano, no tiene ninguno. Haber inventado el hambre en la Argentina es lo más perverso que pasó en este país”
Lo perverso ayer: la desaparición de personas. Lo perverso hoy: la invisibilización de sectores sociales marginados. Y claro que la campaña política entonces es perversa, porque oculta con sigilo oportunista lo que debiera denunciar e intenta mostrar que la solución del país pasa por discutir banalmente tal o cual candidato de turno.
Con lo perverso no se jode ni se juega nos había enseñado aquel maestro del humor.
"!!Qué país! ¡Qué país! -decía Tato en uno de sus inolvidables monólogos-. ¡No me explico por qué nos despelotamos tanto... si éramos multimillonarios!
Usted iba, y tiraba un granito de maíz y ¡paf!, le crecían diez hectáreas... Sembraba una semillita de trigo y ¡ñácate!, una cosecha que había que tirar la mitad al río porque no teníamos donde meterla.
Compraba una vaquita, la dejaba sola en medio del campo y al año se le formaba un harén de vacas.
Créame... lo malo de esta fertilidad es que una vez, hace años, un hijo de puta sembró un almácigo de boludos y la plaga no la pudimos parar ni con DDT. Aunque la verdad es que no me acuerdo si fue un hijo de puta que sembró un almácigo de boludos, o un boludo que sembró un almácigo de hijos de puta."

Para Tato lo perverso nunca pudo alimentar su humor. Para algunos, mucho de lo que pasa en el país hace rato que dejó de darnos risa.

Chocolate

Chocolate
6 de Junio de 2009 (122)

Puede parecerle extraña esta editorial, incluso trivial. ¡Con los tiempos que corren comentar una película! Sin embargo, creemos que vale la pena. Juzgue usted.
Invierno de 1959. La historia, que se parece más bien a un cuento, comienza en un conservador y pequeño pueblito francés. Allí la vida no ha cambiado demasiado en los últimos cien años. La monotonía y la rutina parecen mostrar una ciudad tranquila. Un pueblo blanco, como diría Serrat, sin emociones, durmiendo colgado de un barranco, un pueblo que se olvidó de llorar y de reír.
Pero cierto día el Viento del Norte parece traer consigo a la viajera Vianne, una mujer sin vueltas, quien con su hija decide abrir una inusual chocolatería. No es casual que corra el tiempo de cuaresma y que la casa de dulces se instale justamente frente a la iglesia. Tampoco es casual que Vianne sea una madura madre soltera, de zapatos rojos en un mundo pálido. Muy pronto quedará claro que sus manjares son capaces de causar extraños efectos en quienes los comen. La singular mujer posee un don mágico para percibir los deseos privados de los lugareños y satisfacerlos con el dulce exacto. Así seduce lentamente a unos cuantos, que se abandonan a las tentaciones. Es entonces cuando los poderes locales deciden tomar cartas en el asunto. El Conde de Reynaud, un aristócrata, símbolo de moral, rectitud y decencia, lidera una auténtica cruzada. La chocolatería y su dueña constituyen un peligro para la "estabilidad" emocional y espiritual de la población. El magnífico chocolate de Vianne hará estragos en la aldea y socavará el estricto código de moralidad. Por eso, todos aquellos que osen deleitarse del placer que provoca el dulce serán condenados por pecaminosos. En la aldea queda terminantemente prohibido gozar.
Así se provoca una confrontación entre los partidarios de mantener la vida como hasta ahora y aquellos que prueben el sabor de la trasgresión. Y ahí quedan retratados los que prefieren lo tradicional del pasado, lo establecido, lo normado, y aquellos que se lanzan hacia lo nuevo y al gusto del placer y la libertad.
Estoy hablando de la película Chocolate, una sencilla fábula acerca de cómo puede cambiar una persona, una relación, una ciudad, tan sólo con probar un poco los placeres de la vida.
Quisimos elegirla con Ezequiel para hablar de cosas que nos pasan más allá de las últimas noticias que nos vomita el penúltimo noticiero y así referirnos a cuestiones esenciales como la libertad, la trasgresión y su negación, la represión.
Esta parábola casi insignificante, esconde una verdad decisiva para nuestra vida: cuando nuestra conciencia despierta hace una grieta en el universo de lo compacto, lo hace trizas, lo desmorona. La libertad erosiona lo constituido, derriba muros; a un mismo tiempo denuncia que no hay nada establecido para siempre; toda liberación viene para romper, para quebrar. Cuando elegimos desde nuestra libertad hacemos un agujero, un boquete en el muro del poder y a un mismo tiempo nos elegimos a nosotros mismo, nos damos el ser. El chocolate como una peligrosa y dulce metáfora simboliza nada menos que esa libertad que nos corresponde como algo irrenunciable.
No es una verdad menor que solo nos convertimos en seres morales a partir de la libertad.
“No se nace héroe o cobarde, enseña Sartre, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como al cobarde superar su condición”. Esta idea tiene dos importantes consecuencias: nos hace radicalmente responsables y establece una visión de la vida que nos lleva a la acción.
El hombre ya no será simplemente "lo que hace", sino "lo que hace con lo que se le da". Le habían dado una moral de hipocresía y enfrente una chocolatería y entonces los hombres de la aldea eligieron. Algunos se atrevieron a comer su porción de dulce, aunque fuera cuaresma, y la Iglesia estuviera en frente, con su guardián de la moral, su conde y sus condesas.
Y cuando eligieron también, y en ese mismo acto, se eligieron a sí mismo, es decir definieron quién era cada quién. Allí radica la grandeza de la libertad, en su capacidad de superar la serialidad de lo masivo, y lo mandado, y salir de eso que Kojève llamaba animalización del hombre. Para eso está la libertad, esa es su razón de ser. “No debo fijarme límites a mí mismo, y no debo permitir que otros los fijen por mí”, decía el mismo Sartre
Animarse primero a pensar que no todos los caminos conducen a Roma, y después ir a dónde uno quiera. Sabrás que “el que desea y no obra engendra peste”, dice Blake, y eso es lo que pasa todavía con muchos de nosotros. Deseamos y no realizamos el deseo.
Tal vez el peor epitafio que podamos imaginar sea “No tuvo la vida que merecía”. Algo así como, no comió su parcela de chocolate. No eligió, no se animó a ser él mismo. “Un hombre no es estúpido o inteligente: es libre o no lo es”. O si prefiere, que estúpidos nos volvemos cuando no somos capaces del vivir el riesgo de la trasgresión y la libertad.

¿Quiénes se fueron en el 2001?

¿Quiénes se fueron en el 2001?
La ausencia de los partidos políticos y la operatoria cultural de la derecha

(121) 30 de Mayo de 2009

Escuche decir a un sociólogo, que relataba los acontecimientos de Diciembre de 2001, que después de aquellos sucesos, y en particular después del “que se vayan todos”, alguien, o mejor dicho, algo se fue.
¿Se fueron los políticos? Está a la vista que no. Ahí tenemos exactamente a los mismos, mimetizados, travestidos. ¿Quién se fue entonces? Los que se marcharon fueron los partidos políticos. Intentemos comprender la razón profunda de esta retirada
Podríamos decir sencillamente y de una sola vez que la derecha hoy por hoy no necesita partidos. Tampoco un programa. Solo precisa una estrategia simple, clara, que otorgue esa tranquilizante sensación de superar las rancias ideas de “conflicto” político, de “intereses opuestos enfrentados”, de “lucha social” y por supuesto, y más aún, de luchas de clase. Todas estas ideas para ellos huelen mal, son anacrónicas, dicen.
Las estructuras partidarias entonces ya no cuentan, quedaron atrás, son piezas de otro juego. Los comités, las unidades básicas, las tarimas montadas en los barrios para los discursos de campaña, todo eso se desmoronó, y ya no sirve, como el Winco o la radio Spica, no tiene sentido intentar hacerlas funcionar. Hoy son los grandes operadores mediáticos quienes colocan los referentes y las figuras, y deciden cómo encuadrar lo que se tiene que ver y lo que no se tiene que ver. Desde esta operatividad cultural, quedan pulverizados lugares y memorias, el espacio y el tiempo se disuelven y con ellos las instituciones que lo expresaban. Entre ellas, claro está, los partidos políticos. Por eso la actual política, y valga el contrasentido, es despolitizadora a fuerza de machacar en su afán por lograr ese primerísimo plano y aquel titular en la prensa.
Nos parece fundamental advertir que estamos hablando de una continua y planificada operatoria que antes de ser política es cultural y ha tenido una profunda llegada sobre el modo de ver y sentir de la ciudanía.
Hace treinta años, y ante la oleada neoliberal que se veía avanzar, el francés Pierre Dommergues casi profetizó este presente: “Los neoconservadores se proponen una revolución cultural que destrone el actual régimen de partidos y deje atrás a los referentes sociales de la izquierda democrática. La lucha se dará en el campo cultural y de massmedia para un tiempo de reordenamiento de mercado donde desaparezcan las variables de izquierda y derecha como paradigmas de orientación social, en pos de limitar a las demandas democráticas y a los Estados de corte social. Se ofrece, como sustitución, un liberal conservadurismo y un liberal modernismo, que más allá de sus divergencias coincidan en la voluntad de imponer una nueva repartición de la riqueza, disciplinar a la mano de obra, descalificar toda política que se resista a este disciplinamiento y establecer una nueva forma de consenso. Es una amplia operación de reestructuración cultural de gobernabilidad para correr a la sociedad en su conjunto hacia la derecha, a través de un Partido del Orden Democrático. Es una nueva sociedad de la información para un nuevo tiempo moral”.
La descripción me parece brillante por exacta, por precisa. Un calco de nuestro presente.
Esta operatoria cultural fue la que en los 90 planteó el fin de las ideologías, de las disputas de clase, de las derechas y las izquierdas, precisamente como principios disolventes de todo sentido de conciencia crítica sobre la realidad. Ese no lugar en realidad termina siendo “el lugar” propicio para desplegar sus intereses y llevar aguas para su molino.
Así surge un nuevo lenguaje político con un diccionario propio de definiciones: El Estado regulador, interventor, recaudador es un espacio ineficiente, corrupto, que “gasta mi dinero”. ¿Por qué el estado se mete con lo que yo gano o gana mi empresa?, dice un empresario. “Si quieren plata que laburen ellos”, vociferan los del campo. Lo comunitario para esta cultura es una quimera entre yo, el negocio y “mi bolsillo”. Lo colectivo, como nueva definición, no cuenta, y por eso lo nacional será un espacio sin historia, sin protagonistas, siempre al borde del caos. Los ciudadanos, para esta cultura serán seres aislados, nunca representados por nadie, solo por el foco de la cámara y el micrófono que nunca se detyiene. Nadie es parte de la memoria de lo público, de los hospitales sociales y las escuelas en crisis. El nuevo ciudadano comprometido no es más que un cliente exigente del otro lado del mostrador reclamando que lo atiendan bien en este nuevo negocio. La libertad ciudadana es entrar al escaparate de un cuarto oscuro dónde nos ofrecen candidatos sin partidos, sin historias, sin más proyecto que la restauración de lo viejo disfrazado de nuevo.
Sobre esta cultura los políticos de la derecha juegan de locales, en cancha propia. El trabajo de ver el mundo, de descubrirlo, le viene ya dado, envuelto y con moño arriba. Se mueven como peces en el mar. A esa derecha le viene como anillo al dedo vaciar los acontecimientos de sentido, a los hechos de su historicidad, a la vida de sus memorias. Por eso esta nueva derecha es mimética, camaleónica y puede teatralizar una rebelión campesina, cuando en la vida real aspira a un destino conservador para el país, o hablar de distribución de la riqueza mientras aseguran sus cuentas en Suiza.
Devastación del mundo de la palabra, brutalización massmediática; remate general de conceptos con una clara direccionalidad: a río revuelto, ganancia de pescador. ¿No es eso acaso esta exitosa tilinguería mediática del gran cuñado montada por los tinellis, revolver el río sin obstáculos? ¿No estamos ante propuestasque apuntan a vaciar de contenido historias y memorias, a cagarse de risa frivolizando las desgracias y postergaciones colectivas, desmontando cualquier vínculo entre universo reflexivo-crítico y acciones transformadoras y ofreciéndonos a cambio la banalidad de una risa entre cómplice y oligofrénica?
Por eso el debate profundo que hoy necesitamos no pasa por discutir candidatos y partidos, o lo que queda de ellos, si no por desenmascarar un discurso y un accionar sustentado en esa cultura que se fue desplegando.
Que se vayan todos, fue el grito del 2001. No se fue ninguno. Se fueron los partidos, y los despojos que hoy subsisten de ellos, como cantos de sirena, y a través de candidatos de vidriera, nos siguen proponiendo caminos trillados de mentira y muerte. Que se vayan todos fue ayer. ¿Qué grito nos estamos debiendo los argentinos en estos tiempos que corren?