De víctimas, victimarios y salvadores.
(127) Sábado 11 de julio de 2009
“El virus del miedo nos ha trasladado desde el siglo XXI, con su cándida confianza en una ciencia todopoderosa, a la Edad Media, asegura Mónica Müller, cuando la humanidad se sabía inerme frente al misterio de las enfermedades”. Sí, inermes, abandonados, indefensos, desarmados, vulnerables. Algo de todo eso estamos sintiendo. Somos víctimas de esta puerca peste. Tal vez por eso sea útil el ejercicio de pensar cómo detrás de cualquier víctima, por ley, siempre hay un victimario y un salvador. El famoso “triángulo dramático”. Tres roles, tres papeles que siempre entran a jugar en cualquier escena de la vida, patrones de conducta que se repiten en la sociedad, pero que no resulta tan fácil determinar.
Hay un discurso psicologista que en nombre de no victimizar, considera necesariamente engañosos los roles de Víctima, Victimario y Salvador. Acusan a esta conducta de “victimista”, es decir de inventar a la víctima y encasillarla en su rol. Ciertamente tal riesgo existe. Ponerse en el lugar de la víctima cuando uno no lo es, resulta falso, pero negar las esposas cuando están rosando la piel es estupidez.
Miremos el triángulo: Víctima, victimario y salvador.
Analicemos a la víctima. Ni los virus ni las bacterias tomaron clases de discriminación, de modo que víctimas somos todos, o al menos podemos serlo. Ciertamente existen poblaciones que están en zona de mayor riesgo y son mucho más vulnerables. “La justicia es como la serpiente, solo pica a los descalzos”, decía el asesinado Arzobispo de Managua Arnulfo Romero.
No es casual que en América Latina hayan sido pobres todos los que murieron de cólera o que África tenga el 70% de los infectados de sida. También eran pobres los que morían víctimas del bacilo de la lepra en la Edad Media. Y pertenecían a eso que se considera la periferia. La mirada eurocéntrica así lo decretaba: los pueblos originales eran los bárbaros que terminaron diezmados por las plagas foráneas de los civilizados. Ninguna peste sin embargo, devoró a tantos indios como el trabajo esclavo y la violencia sin límites. ¿No seguimos sumergidos en esta lógica? Se nos ponen los pelos de punta al ver en la televisión y en los diarios que la fiebre de los chanchos mató a no sé cuántos, y es lógico, pero seguimos sordos ante el grito de millones de semejantes que mueren de hambre. ¿Es lógico?
Falta de trabajo y hambre constituyen las urgencias de las mayorías populares de Sudamérica y sobre ese trasfondo van y vienen las turbulencias económico-financieras y ahora también las pestes.
Hasta aquí las víctimas. Y no me vengan con que estamos victimizando…
Miremos ahora al victimario. Sus posibles rostros. Es verdad que corremos el riesgo de caer en reduccionismos o enunciados arbitrarios. Las simplificaciones son propias de los genios y los idiotas. Encontrar un único responsable nos puede dejar en los umbrales de la estupidez, pero no atrevernos a pensar en ninguno nos sumerge directamente en la cobardía.
Corramos el riesgo de ser idiotas. A ver, la culpa no la tiene ciertamente el virus. Tampoco el chancho. Estoy tentado a decir que la culpa la tiene el que le da de comer. Pensemos esta idea ayudándonos con Saramago quien nos cuenta que “en 1966, por ejemplo, se contaban en Estados Unidos 53 millones de cerdos distribuidos en un millón de granjas. Actualmente, 65 millones de puercos se concentran en 65.000 instalaciones. Eso significa pasar de las antiguas pocilgas a los ciclópicos infiernos fecales de hoy, en los que, entre el estierco y bajo un calor sofocante, dispuestos para intercambiar agentes patogénicos a la velocidad del rayo, se amontonan decenas de millones de animales con más que debilitados sistemas inmunitarios. No será, ciertamente, la única causa-advierte el autor- pero no puede ser ignorada.”
El mismo Saramago nos señala que en otro orden de cosas “la industria farmacéutica es capaz de poner en riesgo a toda la humanidad en su carrera frenética por la competencia y los beneficios económicos y que los gobiernos de Estados Unidos han recurrido más de una vez a armas biológicas para dirimir cuestiones políticas”. No será fácil demostrar que estas calamidades tienen relación directa con la inescrupulosidad de las empresas multinacionales o con la sed de dominio de los imperios. Sin embargo, la historia es testigo de lo poco que importa la vida de la gente cuando lo que está en juego es el poder y las ganancias.
Lo que sí va adquiriendo cada día una visibilidad más puntual es la depredación salvaje que ha hecho el sistema capitalista de toda la naturaleza. Este sistema está cimentado sobre la base de la explotación de los hombres por los hombres y del planeta mismo que hace rato empezó a dar muestras de cansancio y agotamiento. ¿No es esa la peste más apestosa y la responsable última y primera de gran parte de nuestras pandemias históricas?
Las víctimas, el victimario. Vamos con el salvador.
En la lógica más simple, el salvador nunca puede ser el victimario. Y si apareciera como tal, estaríamos ante un claro cuadro de perversión o ante una estrategia de ocultamiento. Si de arriba, desde el poder, desde el centro a la periferia, básicamente vino la irresponsabilidad que hoy sumerge a todos en esta crisis sanitaria, difícilmente el poder sea quien resuelva al menos los problemas de fondo. Habrá sí medidas de urgencia, paleativos, maquillajes. Pero la solución profunda no vendrá ni desde arriba, ni desde el centro. Necesitamos un nuevo paradigma de pensamiento y acción que nos haga pensar y sentir desde abajo y desde las lateralidades. Para no caer en trampas, para que quien nos aporrea no sea el mismo que después nos acaricie impunemente.
Saber esto, animarse a pensarlo, es un modo de poder que nos aleja del miedo paralizante. Conocer nos pone a distancia de esa mítica concepción medieval petrificante, que todo lo espera de arriba. Tomar la rienda de nuestro destino para desterrar todo tipo de opresión. También para expulsar las pestes.
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