domingo, 9 de mayo de 2010

“Nos hacen zonzos para que no nos vengamos grande”.

(154) Sábado, 17 de Abril de 2010
Desde que Arturo Jauretche escribiera su célebre Manual de zonceras Argentinas sobran las plumas que intentan agregar la zoncera propia. Medias verdades, o a veces mentiras enteras siempre funcionales a las relaciones de poder en vigencia. “Descubrir las zonceras, que llevamos dentro es un acto de liberación, decía don Arturo; es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la digestión alimenticia y la intelectual. Es algo así como confesarse o someterse al psicoanálisis -que son modos de vomitar entripados- siendo uno mismo el propio confesor o psicoanalista. Para hacerlo sólo se requiere no ser zonzo por naturaleza; simplemente estar solamente azonzado, que así viene a ser cosa transitoria, como lo señala el verbo”. ¿Será cierto aquello que decía Jauretche de que “En cuanto el zonzo analiza la zoncera deja de ser zonzo”? Por si acaso, vale la pena el intento.
El discurso de la derecha a través de una operación mediática de enormes dimensiones viene asegurando que los males de la Argentina se deben a su dirigencia política. Acusación en bloque, sin distinciones. Estamos así de jodidos por nuestros políticos, dicen ellos, todos son corruptos, viven de las coimas y las prebendas. La operatoria cultural que engendró este discurso se ha extendido a tal punto que gran parte de la población, en gran medida adhiere a él.
Analicemos la parte de verdad y falsedad que encierra recordando aquello de que existe algo peor que hallar un gusano adentro de una manzana: encontrar medio.
Decíamos que el discurso tradicional de la derecha asegura que el problema del país es la corrupción de la clase política. Según esta mirada, el problema no sería la vigencia de un orden estructural injusto, inequitativo. Las grandes empresas, por ejemplo, que ganan fortunas incalculables quedarían libres de cualquier cargo. El problema son los políticos, y lo que roban con sus salarios y corruptelas, dicen. No vamos a negar que es moneda corriente la deshonestidad en el manejo de los fondos públicos, la existencia de comisiones non sanctas y favores variados; tampoco podemos hacer la vista gorda a los 'lavados' y 'fugas' de dinero y tantos etcéteras.
Sin embargo, consideramos que esta es una media verdad porque deja oculta la otra verdad que entendemos más profunda. Aleja la responsabilidad del campo de la empresa capitalista, de los 'hombres de negocios', que constituyen el central desequilibrio y el principal factor de injusticia social. Cuando dicen que el problema son los políticos caen en una especie de honestismo y reducen todo a un problema de 'ejecución', de manejo limpio. Por eso viene Macri y dice que lo importante es gestionar. Que los baches de las calles de capital no son ni de derecha ni de izquierda, y le sigue Carrió para quien el mal argentino es la deshonestidad. No cabe duda que la honestidad es un bien tan escaso como necesario, pero para nada suficiente. A nadie se le ocurre subir a un colectivo y preguntarle al chofer si es honesto. La pregunta clave es hacia dónde nos lleva. Una vez que determinamos esta cuestión esencial, y solo recién, tiene sentido pensar en la honestidad del chofer.
Lo que nuestra zoncera oculta son los intereses que animan la política, sus razones de ser más profundas. De esta manera se 'desideologiza' el rol de la dirigencia política. No se los acusa por su tarea de ser meros administradores de una relación de fuerzas sociales injustas, sino por su falta de pericia, destreza, u honestidad para realizar esa administración. Dicen algo así como “El orden social es bueno, el pensamiento neoliberal no está mal, lo que sucede es que ha caído en manos de gente inadecuada". Inadecuada por inoperante y por inmoral. He ahí el gran problema nacional.
Esta manera de ver no es más que un 'antipoliticismo' producido por el establishment, con pretensión de expandirlo en todas las direcciones posibles. Es decir, la política vaciada justamente de política.
Sin embargo nos parece importante observar cómo en Argentina ha comenzado un cuestionamiento que se extiende a otras dirigencias. Escrache a los bancos y a los medios de prensa, cacerolazo a la Corte Suprema, a dirigentes sindicales desentendidos de los problemas de los trabajadores, “desafiliaciones” a la Iglesia Católica…
Este nuevo cuadro sumado al hecho histórico de que la derecha nacional ya no gobierna por los golpes y ha devenido extrañamente democrática puede producir un cambio de significado. ¿No puede empezar a tener un sentido más profundo la crítica a nuestros políticos si ella, la crítica, se dirige a denunciar la subordinación absoluta de la política a los deseos del gran capital? ¿No es esperanzador ese puente por el que pasamos de la crítica anecdótica más o menos accidental, a esa otra mirada más estructural que comienza a ver más allá del títere y sus hilos?
La zoncera de que la culpa de todo la tienen los políticos sirve de cobertura a los mayores responsables, a los dueños del gran capital económico, ideológico y comunicacional. Es preciso progresar en una dirección capaz de hacer un cuestionamiento básico a las obediencias 'naturalizadas' por un orden social injusto como el que seguimos viviendo.
Decía Jauretche que “el humorismo popular ha acuñado aquello de ‘¡Mama, haceme grande que zonzo me vengo solo!’. Pero esta es otra zoncera, porque ocurre a la inversa: nos hacen zonzos para que no nos vengamos grande”.