(153) 10 de Abril de 2010
El rey estaba desnudo, dice aquel cuento que paradójicamente lleva por título el traje del emperador. La historia que hoy les proponemos es en realidad un relato fantástico que hizo famoso el danés Hans Christian Andersen, hace más de 170 años, probablemente inspirado en un relato del libro del Conde Lucanor que viene del siglo XIV.
La cosa es más o menos así: dos charlatanes se presentaban como sastres ante el mismísimo rey, asegurando ser capaces de fabricar las mejores telas, vestidos y capas que ojos humanos pudieran ver. Para realizar tal tarea sólo exigen que se les entregue el dinero necesario para comprar el material a confeccionar. Los sastres, después de disfrutar un buen tiempo los beneficios que le brinda la vida en la corte, comunican que han confeccionado para el Rey el traje invisible más hermoso del mundo, tan perfecto que “sólo los tontos no pueden verlo”. Entonces le quitan la ropa al Rey y mediante pomposos ademanes le colocan el nuevo traje invisible. El Rey se ve desnudo, pero no lo reconoce porque no quiere aparecer como un tonto frente a tan famosísimos sastres. Toda la corte afirma que el traje es el “más hermoso del mundo”. De esta manera el rey se pasea desnudo por su palacio luciendo maravilloso traje invisible.
Pero un día el rey decide que su pueblo también merece disfrutar la hermosura de su traje y sale del palacio para recorrer su reino. Es allí cuando todo el pueblo lo ve desnudo, pero por temor a contradecirlo, se llama a silencio, y repite como todos su elogio a tan estupendo traje. Entonces un inocente niño irrumpe en la escena y grita: “¡El Rey está desnudo!”.
Seamos cuidadosos con la moraleja. No caigamos en la chicana fácil o la obviedad de acusar al rey o reina de turno de estar desnudo. El tiro por elevación, el rodeo malintencionado, la interpretación antojadiza para después pegar, son recursos arteros y miserables que sobreabundan en el medio.
El traje del rey nos parece más bien el símbolo de una realidad inventada, e impuesta como verdad a fuerza de miedo. Miren lo inquietante de la idea: Nadie es capaz de ver lo obvio: el rey está desnudo, pero todos elogian su traje. Es maravilloso el poder de significado y profundidad de esta alegoría. Freud decía que nunca fue a ningún lado al que antes no haya llegado un artista. Y digo esto porque Andersen con su cuento se adelantó a esa teoría llamada “La Espiral del silencio”, una hipótesis de las ciencias políticas y de comunicación propuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. La teoría propone que es menos probable que un individuo dé su opinión sobre un determinado tema entre un grupo de personas si siente que es parte de la minoría, por miedo a la represión o aislamiento por parte de la mayoría. Pareciera que cuando hay una creencia o una toma de posición generalizada en una sociedad, un discurso único, todos quieren subirse al carro vencedor e inclusive los que manifiestan dudas permanecen en silencio. Entonces, sentirse minoritario irá creando un proceso en espiral: las personas de convicciones menos firmes o más indecisas irán adoptando con más facilidad "las tesis de moda" y la opinión minoritaria será cada vez más escasa". La principal preocupación de esta socióloga es identificar cómo se forma la opinión pública en el marco de una sociedad que castiga a los individuos que "no piensan como la mayoría". La “creación de consenso” es ese medio mediante el cual se martillea a un grupo con una idea que se considera mayoritaria (lo sea o no) y se intenta transmitir la impresión de que tal idea es asumida como válida unánimemente.
Cuanto más se difunde una opinión dominante, más se silencian, las individuales voces minoritarias en disidencia, con lo cual, se acelera el efecto de las opiniones mayoritarias construyendo un proceso de retroalimentación ascendente”. ¿Les suena?
Viene a mi mente la enorme y contradictoria figura de Heidegger, quien en Ser y tiempo hablando de la existencia inauténtica plantea que el sujeto no habla, es hablado; no piensa, es pensado; no interpreta, es interpretado; no ve, es visto. Todos son el otro, ninguno es el mismo, y por eso no ven ni siquiera lo elemental, que el rey no tiene ningún traje.
Estoy advertido que sobre esta teoría se han formulado innumerables críticas: el no tomar en consideración las diferencias interculturales, no dar cuenta de todos los comportamientos, ya que la espiral de silencio queda automáticamente rota cuando un hombre libre se atreve a dar una opinión contraria a la mayoría. Interesante ruptura de la teoría: el hechizo del dominador se cae a pedazos cuando alguien se anima a gritar que el rey está desnudo. Más aún, existen personalidades que precisamente cuando saben que sus opiniones son minoritarias sienten un incentivo, un acicate que los impulsa a manifestarlas.
Así y todo, la teoría en buena medida arroja luz sobre una de las grandes preocupaciones de este tiempo: como somos sujetados por los grandes medios de comunicación. El poder de los medios para sujetar a los sujetos fue una fórmula de Foucault, el gran teórico del poder en el siglo XX. Para él, la verdad no existe. La verdad es una creación de los medios. Es necesario controlar o aniquilar o inmaterializar toda verdad que provenga del sector no hegemónico. La verdad debe tener un solo polo, el del poder. De este modo, la mentira convertida en verdad se introduce en las subjetividades de los pasivos receptores. No hay posible vereda de enfrente o voz discordante. Al unísono con el Imperio que a veces es bélico porque somete por las armas, pero también es comunicacional porque somete por los medios.
La revolución que tanto proclamó la izquierda terminó haciéndola la derecha, claro que no aquella revolución de la justicia y la libertad, sino la revolución comunicacional que ha desarrollado un dispositivo tan poderoso capaz de aprisionar nuestras conciencias en todos los territorios posibles. Colonizando la subjetividad, la conquista continúa como poder de penetración de una ideología a través de lo mediático.
¿Cuáles son las desnudeces que hoy ocultan nuestros medios? ¿Cuál es ese traje irreal, inexistente, que todos elogiamos? ¿Cómo hacer para empezar a ser aunque más no sea esa voz que en medio de las multitudes se anima a gritar que el rey está desnudo? ¿Qué pasos agregar para que ese grito se vuelva colectivo, plural?
¿Nos ayudan a pensarlo?
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