(176) Viernes 17 de septiembre de 2010
Al tipo le sobran músculos. También tatuajes, piercings, y cirugías estéticas desde la pera hasta la punta del pie. Su jopo, y una mandíbula precisa le dan ese aire de superhéroe que tienen los comics. Lo acompaña un grupo de gatas y gatos que él banca para que juntos pasen una vida divertidísima. Algunos guardaespaldas secundándolo le otorgan cierto halo de supremacía. Puede mostrar sus botas de U$S2.500 compradas en EE.UU como un Rolex de oro y brillantes, traído de Las Vegas. ¡Quién no quisiera tener una vida como la de Ricardo Fort, dijo Alejandro Fantino, y ser famoso como él! El filósofo de América TV olvidó que si todos son famosos en realidad nadie lo es. Justamente por ahí anda el tema. La fama por la fama. Ya no como la consecuencia o el medio para promover una propuesta artística, deportiva, ideológica... Da lo mismo ser Teresa de Calcuta, Chomsky, Graciela Alfano o Ricardito para ser famoso. El contenido es lo de menos, lo que vale es el envase. Dostoievski dijo alguna vez que cualquiera podía hacerse famoso en cualquier momento. Entonces desde ese podio que cada día instala la TV puede decirse lo que venga y si fuera el caso bailar, cantar, llorar, y sobre todo cagarse de risa de cómo le sonríe la vida para los famosos.
Estos ídolos, sospechará alguno, son estrellas fugases, brillan y desaparecen. Lo mejor sería no darles importancia. Fidel Pintos decía que “un actor es un señor que hoy come faisán y mañana se come las plumas”.
No parece ser ese el destino de Fort en razón de lo que él simboliza. Fort es el ícono de una cultura, de una corriente social que aunque agoniza quiere revivir. No es casual que se haya declarado nostálgico del menemismo. Cuando Menem en el ‘89 decía que iba a gobernar para “los niños pobres que tienen hambre y los niños ricos que tienen tristeza”, Ricardito tenía 20 años. Su padre, Carlos, llevaba décadas manejando la fábrica. Don Carlos ya no está. Menem sólo hizo felices a los niños ricos, y Richard sigue disfrutando la fortuna que día a día genera la explotación de cientos de trabajadores. Cuando afirma “hice la plata a puro pulmón”, no miente. Lo que no dice es con el pulmón de quiénes y cuántos hizo la fortuna que tiene en Almagro produciendo “delicias” como Jack, (¿una alusión al destripador?) Paragüitas o Cereal Fort. Allí fueron despedidos cientos de obreros gracias a los contratos basura y la flexibilización vigente de aquellos tiempos que justamente él añora. A Fort le resulta mucho más dulce este presente mediático que su fábrica de chocolates.
Allí despliega esa caricatura grotesca y decadente de la cultura neoliberal como frivolización de la vida y egolatría extrema. Eso es exactamente Fort. Decir que su figura evoca al hombre de Neanderthal es una apreciación demasiado externa e injusta. Ricardo podrá ser cualquier cosa menos inocente.
Ya por los años ochenta el filósofo francés Gilles Lipovetsky bosquejaba la idea de una cultura del neonarcisismo que promovería un nuevo estadío para las sociedades. Allí el individuo se iría desentendiendo de los lazos y valores sociales que otorgaban contenido a su rol en comunidad para pasar a estar centrado en sí mismo, en sus logros personales, en su mismísimo cuerpo.
Fort es la despolitización y el retiro de los sujetos de la “cosa pública”, la negación del otro como sujeto de derecho, la banalidad del mal. Lo preocupante es que su figura en vez de provocar indignación en muchos, al menos, genera admiración. Por eso tiene impunidad para decirnos en la cara que no le alcanza con dos vidas para gastar toda la plata que tiene.
A veces uno sueña con que ciertos modelos quedaron definitivamente sepultados en las políticas económicas de la dictadura y los proyectos neoliberales de la democracia. Pero ahí están los músculos y tatuajes de Fort para despertarnos y recordarnos que la fiesta aun continúa.
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