viernes, 3 de septiembre de 2010

Las siete palabras

(173) 27 de Agosto de 2007

Nunca hubieran salido en la foto, porque la historia de los hombres se parece a un collage de personajes privilegiados, distinguidos. Jamás podrían haber entrado en la historia oficial, esa que cuenta las dudosas hazañas de héroes individuales. Seguirían siendo sombras en el fondo de la tierra, en lo hondo de un socavón.
Desde ese lugar vino el mensaje de vida que sacudió al mundo por estos días: “Estamos bien en el refugio los 33.” Las siete palabras fueron escritas con tinta roja en un viejo papel. Ellas desataron en Chile y en gran parte del mundo un festejo estremecedor. Esas palabras venían a gritarle al mundo que estaban vivos, que los treinta y tres mineros atrapados en la mina San José, desde la tarde de aquel 5 de agosto, habían sobrevivido al derrumbe. Un triunfo sobre la insuficiencia de aire, la poca agua, la nula alimentación, la oscuridad, el miedo y el silencio. Más de dos semanas solos en las profundidades de la montaña, y en el momento justo en que las esperanzas caían y el trabajo de la policía y las fuerzas de rescate parecían acorraladas las cadenas anunciaron “¡Están vivos!”. Una sucia hoja de cuaderno pasó de mano en mano, luego fue atada hábilmente por uno de los mineros a la sonda que hizo contacto con el refugio donde se sabe ahora están guarecidos. Estamos vivos decían ellos, a más de 700 metros de profundidad, solo con siete palabras. Caprichos de la historia, también cuentan que fueron siete las palabras que dijo Jesús desde la cruz.
(De todas maneras a la euforia de las primeras horas le está siguiendo un período de tensísima espera ya que calculan que los operativos de rescate pueden llevar más de cuatro meses. Un verdadero calvario.)
“No queríamos que a nuestros compañeros les pasara lo mismo que a los mineros en México", señaló un obrero que trabaja en el rescate, refiriéndose a la tragedia de una mina en México, donde 65 trabajadores perdieron la vida en febrero de 2006 sumándose a la inmensa lista de sepultados por las montañas.
(Estas pérdidas de vida no son para nada casuales, ni accidentales. El sistema todo lo mercantiliza, hasta las vidas. Nada tiene valor, todo tiene precio. ¿Qué vale un hombre, un obrero? La cosa viene desde lejos: Ya lo decía el canto popular

Aunque mi amo me mate
a la mina no voy
yo no quiero morirme
en un socavón.
Don Pedro es tu amo,
él te compró.
Se compran las cosas,
los hombres no.)


Un dato proporcionado por el ingeniero de minas Omar Gallardo señaló que los refugios en las minas están hechos contra incendios, por lo que tienen raciones de comida para no más de dos jornadas y hay agua y oxígeno solo para pocos días. El ingeniero calculó que los mineros estaban en oscuridad total, pero deben haber administrado sus recursos para sobrevivir los más de 20 días que llevan atrapados. Conmovedor por dónde se lo mire. Con menos recursos que los indispensables para vivir, sobrevivieron. ¿En dónde estuvo el secreto de este “milagro”? ¿Cómo pudieron? Algunos expertos aseguran que esto ocurrió gracias a que la mina al hundirse generó bolsones de aire que permitieron la respiración de los trabajadores. No lo sabemos. Pero nadie puede negar que a estos mineros los salvó la palabra, la de ellos. Esa palabra que comunica y dice estoy, existo, te siento, te descubro. Palabra plural y solidaria que abraza y crea el encuentro. En estos tiempos de aislamiento e individualismo, nos viene desde el corazón de la tierra este mensaje conmovedor de los mineros: el hombre se salva si comparte, si es capaz de abrir su vida al otro, si entiende que es necesario superar cualquier forma de egoísmo, si descubre el sentido profundo de las palabras y para qué fueron hechas. La palabra tan devaluada, tan manoseada, bastardeada y al servicio de encubrir el pensamiento y ocultar las peores intenciones. La palabra que miente, que esconde, que condena.
Mientras hilvano estas ideas no puedo dejar de pensar en ese papel que pasó arrugadito de mano en mano escrito por los mineros. Pienso en las palabras que podrían salvarnos, a nosotros, digo. Podrían salvar muchas vidas, me parece, se me ocurre, si llegaran a tiempo…
Dice Galeano que “Hace unos 300 mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y creyeron que podían entenderse.
Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras...”

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