sábado, 30 de octubre de 2010

“Diez escenas de un día gris”

(182) viernes 29 de octubre de 2010

Nadie puede esconderse de la Muerte. Está dentro de nosotros, agazapada en los pliegues interiores de nuestro cuerpo. Tarde o temprano nos traiciona su zarpazo. Este miércoles despertamos con la noticia de que nuestro expresidente Néstor Kirchner había muerto.
Hacer un inventario de su gestión, además de una tarea ardua y compleja, demandaría un cronista avezado en estas cuestiones y un tiempo que excede al de esta editorial.
Elijo el camino de la metáfora, la figura alusiva, en una secuencia que se me antoja titular “Diez escenas de un día gris”

Escena 1: El día está gris. Aunque nadie lo admite, la Muerte no sabe de corazas ni armaduras. Nos llena de agujeros, nos angustia. “Desde que nacemos somos lo suficientemente viejos como para morir” decía Heidegger. Y aunque es primavera se siente un poco el frío. Como aquel día de junio en que se murió Perón. Todos necesitábamos algo de calor. Algo que nos asegurara que la vida seguía. Es extraño. Aunque tenga diferencias con este hombre al que un país despide, hoy siento que este dolor se parece en mucho a su ausencia.

Escena 2: No podemos ser miserables en esta hora: Kirchner llegó a la Casa Rosada con un país devastado, accedió con votos prestados, con mínima legitimidad, en una nación arrasada que no podía levantar cabeza. Se va con un país que discute proyectos aún cargado de deudas sociales y contradicciones pero indiscutiblemente mejor. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, las paritarias, los convenios colectivos, la demorada Asignación Universal por Hijo, la reestatización del sistema previsional, todas jugadas complicadas, de alto riesgo, que despertaron intensas polémicas.
Hay un abismo entre aquel “que se vayan todos” a este “¿por qué te fuiste?”.

Escena 3: “Pienso que daría diez años de mi vida, decía Félix Luna, a cambio de un día, un solo día de Juan Perón. A cambio, por ejemplo, de aquella jornada de octubre, cuando se asomó a la Plaza de Mayo y recibió, en un bramido inolvidable, lo más limpio y hermoso que puede ambicionar un hombre con vocación política: el amor de su pueblo”. Muchos daríamos parte de nuestra vida a cambio de aquella jornada en que Kirchner ordenó retirar los retratos de Videla y de Bignone de la ESMA y se atrevió a decir “todos somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo”. No es casual, el cajón donde hoy descansa lleva una bandera argentina y un pañuelo blanco.

Escena 4: Ni la prensa opositora lo puede ocultar. Entre los que lo lloran la mayoría son humildes, gente pobre. Hay muchos jóvenes que recuperaron la sed por militar, que reconquistaron las ganas. Lo lloran las Madres de la Plaza, las Abuelas, miembros de la comunidad gay, cientos de artistas y trovadores populares. Gastón, un pibe de 11 años del Centro Varela donde trabajo, me cuenta con orgullo que hace unos días el le dio un abrazo. “Debe ser de los últimos”, me dice con una sonrisa triste. Algo habrá hecho este tipo que hoy estamos depidiendo.

Escena 5: Bush despliega a pleno su poder. El ALCA es su proyecto de dominación para América Latina. “No nos van a patotear”, dice el hombre y le sede un estadio en Mar del Plata a Chaves para que grite en la multitud “El ALCA al carajo”. El mismo día que asumió como presidente Kirchner realizó un gesto de soberanía ajeno a nuestras prácticas permitiendo que Fidel hablara en un acto masivo en la Facultad de Derecho. Por entonces la Revolución Cubana soportaba el más feroz aislamiento y muy pocos gobiernos tenían el coraje de recibir al líder cubano en sus países. La presidencia de Unasur, lograda con unanimidad expresa una verdad negada por la confabulación de la derecha. Parece que esto de la unidad latinoamericana es algo más que un verso.

Escena 6: “¿Qué te pasa Clarín? ¿Estás nervioso?” es tal vez la frase que condensa irónicamente la vocación polemista de un hombre que entendió la urgencia por enfrentar a las corporaciones, la del campo, la de los grandes medios, también la de la Iglesia. La verdadera paz está en la disputa y en poner las cartas y las contradicciones sobre la mesa para jugarlas al todo o nada. Los simulados consensos entre los poderosos solo generan más violencia reprimida que en algún momento estallan. ¿Faltan otros enfrentamientos? Sin ninguna duda: Contra aquellos que se llevan los recursos naturales por chirolas, contra las todavía vigentes leyes de flexibilización, contra tantas corrupciones estructurales del aparato partidario y sindical…

Escena 7: No lo sé, pero es posible que alguien haya escrito en alguna pared “viva el infarto”, del mismo modo que ayer escribieran “viva el cáncer” cuando se moría Evita. La barbarie gorila no tardará en aflorar, el odio de la derecha recalcitrante estará al acecho. El adiós de Kirchner se parece en mucho al de Evita, por el odio de “los otros”.

Escena 8: Tal vez la muerte desapasione las miradas. Amplifique los rasgos positivos de quien muere atenuando o disminuyendo los negativos. Hace exactamente una semana enterramos a Mariano Ferreyra, un asesinado político. Si la muerte nos iguala vale decir que los muertos son iguales. El asesinato de Ferreyra no fue un delirio de un barrabrava o un exceso o ataque de ira de algunos burócratas, sino el síntoma de corrupciones sistemáticas, de lacras históricas, señales de un pasado aún vivo en esta gestión. Un doloroso botón de muestra de tantas deudas postergadas.

Escena 9: Nadie puede asumir para sí la muerte de otro. La muerte, en cuanto muerte, es esencial y exclusivamente la mía. Sin embargo los miles y miles que desfilan ante los restos de Néstor parecen contrariar esta ley. Su silencio habla. Y cuando hablan con palabras, ellas son desgarradoras, agradecidas, salen de lo profundo del alma. Parecieran intentar retener ese adiós en un esfuerzo inevitablemente infructuoso. Se muere solo, decía Pascal. Vaya uno a saber…

Escena 10: Silencio. El día sigue gris. Y mucha gente llora…

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