viernes, 22 de octubre de 2010

La patria chica

(181) 22 de octubre de 2010
Nuestra patria chica, así llaman algunos al pueblo de origen, cumple un nuevo año. Y ya van 156. La ciudad que nos vio nacer, aquella en que nos calentó el sol por primera vez, celebra su día, que es el nuestro. Llevamos siempre su paisaje adentro, sus colores, sus aromas. La ciudad con su cotidianidad va hilvanando nuestros días, ordenando nuestras formas, poniendo sentido a nuestras razones o sinrazones, sellando a fuego nuestros hábitos, organizando nuestra historia. La misma ciudad que nos cobija es la misma que a veces nos agrede, nos enternece y nos expulsa, nos une y nos enfrenta.
Ciudad que supo de pueblos originarios pero que sin embargo fue pensada por Sarmiento. Pueblo que evoca un nombre de raíz aborigen pero en nada ajeno a la conquista. Calles que rememoran a Güemes y Rivadavia, Castelli y Mitre, metáforas de una contradicción que duele si se la piensa. Heridas que no cierran y sangran todavía, fracturas que inmovilizan más de lo que indignan.
Parque industrial que crece, mientras los derechos de los trabajadores retroceden por leyes de flexibilización aún vivas. Silos que ayer dieron trabajo, pero que hoy contaminan. El silbato del tren anunciando su llegada haciendo patria en cada pueblo, y la política sucia destrozando la misma patria y los pueblos al ritmo del vértigo mentiroso del tren bala. El Centro universitario, espacio de saber y vida, y el bingo, como centro y antro de podredumbre. El cura del barrio y la Iglesia incurable. El cana bueno de la esquina y la maldita bonaerense. El profe que te enseña a vivir, y los burócratas del manual, el currículum y el cállese la boca. Aquellos asados del sábado, y estos que el bolsillo no puede. Las noches de verano con sillas en las veredas y la paranoia de las rejas. La plaza de todos pero mejor si está cercada. Los cronopios y los famas de Cortázar, que supo ser de acá, y la fama sin cronopios de tantos Ricardos Forts que se fueron metiendo de prepo en nuestras vidas. Pizza, birra, faso en la esquina del barrio y los que fueron cómplices de la pizza con champán en la época en que el sultán era inimputable. Los amigos del silencio de las urnas bien guardadas que también fueron hijos de estos suelos. Las penas de nosotros, y las vaquitas siempre ajenas. La madrugada de la 125 con los tractores en la calle y esos días en que los dueños de la tierra se creyeron los dueños de la bandera. Los grandes sueños colectivos arriados, mientras el arriero prendido a la magia de los caminos, viene y va…
Y el pueblo siempre en camino, en la calle… en aquellas asambleas que también hicimos. Porque si hicimos piquete y cacerola quedó claro que la lucha no fue una sola. También acá. Ni olvido ni perdón. O tal vez las dos cosas. Porque están los que se fueron gritando "que se vayan todos", los que están volviendo, los que nunca se irán, los que debieron irse.
La perla del oeste pero la vergüenza de los comedores infantiles llenos de pibes. Los pequeños fuegos porque no alcanza para el gas y los fuegos artificiales oficiosos y oficiales. Los artistas peleando desde abajo y los de arriba montando megaeventos. El deporte por deporte, por el pancho y la coca, en medio del otro que es guita y negociado.
Los chivilcoyanos en el extranjero, los extraños, los que extrañan, los que se extrañan, los que tantas veces terminamos sintiéndonos extraños en nuestra propia ciudad.
En este día muchos estamos tentados de hablar de nuestra ciudad sin siquiera advertir que es ella quien habla de nosotros, de quiénes somos.
“Yo no siento nostalgia, decía Bruno Traven. He aprendido que lo que llaman patria, incluso lo que llamamos con cariño nuestra patria chica, está metido en conserva, guardado en carpetas entre miles de expedientes y representado por funcionarios que se encargan de quitarle a uno cualquier sentimiento patriótico hasta que no queda ni rastro de él. ¿Dónde está mi patria? Allí donde nadie me moleste, donde nadie quiera saber quién soy, lo que hago o de dónde vengo, ésa es mi patria chica”.
Sea como fuere, lo cierto es que nunca nos vamos de nuestra ciudad. Su cumpleaños es un poco el nuestro. Por origen, por derecho y por destino. Será por eso que a pesar de todo uno quiere a su ciudad, la ama. Y nunca se va del todo, aún decidiendo irse. Y siempre estamos llegando, como decía pichuco:
“Mi barrio era así,
Así...así...así.
Es decir,
qué se yo si era así.
Pero yo me lo acuerdo así:
con Yacumín, el carbuña de la esquina,
que tenía las hornallas llenas de hollín
y que jugó siempre de jas izquierdo
al lado mía, siempre, siempre..
tal vez pa'estar más cerca
de mi corazón.
Alguien dijo una vez
que yo me fui de mi barrio.
Cuándo?... Pero cuándo?...
si siempre estoy llegando
Y si una vez me olvidé,
las estrellas de la esquina
de la casa de mi vieja,
titilando como si fueran manos amigas,
me dijeron: Gordo, gordo, quedate aquí…
quedate aquí”.

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