(160) sábado 29 de mayo
Ya pasó el aniversario del bicentenario. Hubo para elegir: debates, reflexiones, un emotivo desfile de las 80 colectividades extranjeras radicadas en el país, megarecitales de música latinoamericana. El Bicentenario llegó con millones de personas protagonizando los festejos en las calles. Buenísima señal. Siete presidentes latinoamericanos presentes en el cierre dieron un contenido político regional importante. En claro contraste con este clima, la reapertura de gala del mítico teatro Colón ofreció una fiesta que en varios momentos no pareció suya y menos de todos. El tedeum, todo un show de conventillo, dejó expresado una vez más para qué lado y a favor de quien juega la iglesia en Argentina. Nada nuevo. En fin, el bicentenario vino con penas y glorias, cal y arena, un balance con pérdidas y ganancias, pero que en el resultado final parece abrir puertas para la construcción de un país que sea la contracara de aquel que celebrara el centenario con pompa y circunstancia centrado en una elite porteña que pensaba al país como un feudo.
La presente editorial podría titularse “las deudas del bicentenario” y pretende ser el comienzo de un pequeño espacio en donde nos tomemos el trabajo de ir descubriendo aquellos aspectos vitales pendientes, especies de agujeros negros de nuestro presente, capaces de devorar nuestro destino si los ignoramos.
Para empezar, y sin ir más lejos, el 18 de Mayo pasado, un amplio espectro de organizaciones sociales, gremiales, de derechos humanos y políticas con niños y jóvenes, realizaron por la tarde una audiencia pública en el Anexo de la Cámara de Diputados de la Nación, en rechazo al articulado del proyecto de ley que establece la baja de la edad de imputabilidad para adolescentes. Ya posee la aprobación del Senado de la Nación y en breve va por todo en diputados. Quienes promueven esta ley lo hacen desde la lógica de la mano dura. Son el eco político- legal, de tantas voces impiadosas que piden más patrulleros, más palos, más condenas; son la agachada jurídica a la presión de tantos medios de comunicación que hablan de menores delincuentes y nunca de chicos a quienes les robaron la infancia. Medios cómplices y participes necesarios de una demagogia electoral que lucra con el pánico de la inseguridad instalando una gran industria del miedo. Nunca dicen que inseguridad es morirse de hambre y no tener futuro.
En realidad no nos sorprende que sea nuestra provincia con Scioli a la cabeza quien impulse este proyecto. Nuestro gobernador es un político del riñón peronista neoliberal, que ha buscado alinear su discurso en la peor tradición de las gestiones bonaerenses. Scioli suma su desafinada voz al coro de Ruckauf, para quien a la delincuencia se la combatía "metiendo bala" o Duhalde que se animó a llamar a la bonaerense como "la mejor policía del mundo". Esta ofensiva criminalizante de la pobreza y la juventud hace tiempo que no tenía tanto eco en funcionarios con altas responsabilidades políticas. Habría que remontarse a las marchas de Blumberg para encontrar discursos que la emparden. Tampoco resulta extraño que nuestro gobernador se haya
mostrado públicamente con el paramilitarista presidente de Colombia Uribe, a quien pidió consejos en materia de seguridad. A buen puerto.
El silencio del gobierno nacional y una estrategia de mirar para otro lado dejando hacer, pone en tela de juicio una dimensión esencial de la política de derechos humanos.
Así las cosas, todo parecía indicar que entre gallos y medianoches, ocultos entre los festejos del centenario, esta ley iría en poco tiempo camino obligado a su plena aprobación. Palo y a la bolsa. Probablemente este sea el final.
Sin embargo, ¡qué saludable!, aparecieron otras voces, desde la otra vereda. Nuevamente los que resisten, los que se oponen, los que dicen no, y dan la cara. “No a la baja de edad de imputabilidad”, “Ningún pibe nace chorro”, gritan los carteles. Una abuela levanta una pancarta: “No enrejemos el futuro”. Otro:”Quiero maestros que contengan y no policías que repriman”. “Al hambre: tolerancia cero”. Y siguen los bombos, la batucada, la cultura y la política de la resistencia, el baile y el canto de los otros, los que a pesar de tantas ampulosas coberturas mediáticas en torno a la seguridad entienden que la gran mayoría de los niños, adolescentes o jóvenes que cometen un delito poseen historias de vidas marcadas por la vulneración de sus derechos
Parte del comunicado que las organizaciones dieron a conocer dice: “Sabemos que la única respuesta real respecto a la violencia urbana es el achicamiento de la brecha de desigualdad social y una real distribución de la riqueza”. Están convencidos de que es hipócrita reconocer rápidamente a un pibe como victimario, y al mismo tiempo, desconocer la responsabilidad de una sociedad que lo victimiza. Para ellos la baja de la edad de imputabilidad, la extensión del sistema penal y el endurecimiento de penas no van a resolver la inseguridad, ni la percepción social que existe de ella. Están tan persuadidos de eso como que el actual régimen penal nacional para adolescentes y jóvenes, es obsoleto, estigmatizante y abusivo.
Al viejo Gran Hermano le preocupaba la inclusión, la integración, disciplinar a las personas y mantenerlas en raya, con las riendas bien cortas. La preocupación del nuevo Gran Hermano es la exclusión: detectar a las personas que "no encajan", desterrarlas de ese lugar y deportarlas "al sitio al que pertenecen" y del cual nunca debieron salir ni moverse. Si Rimbaud gritó “Soy otro”, la modernidad vocifera que el otro no existe, sobre todo porque no es como yo. Tremenda derrota que hace que lo que una vez fue virtud ahora sea marca, estigma. Ya no soy otro, no quiero ser el otro, porque si lo soy quedo afuera, excluido, y formo parte de los desperdicios, la basura que se tira. Quedo reducido a la categoría de esos tipos que hay que vigilar y controlar. Los otros como sospechosos, como amenaza, expresión de esa diferencia tan temida, el lado vergonzoso de una vida que es capaz de levantar enormes muros para evitar que esos otros puedan franquearlos o instalar cámaras, como han hecho en nuestra ciudad para que un gran ojo nos vigile y señale quién es cada quien. Aire fétido de los 90, legislar contra la vida y a favor de la hipocresía.
Decía Galeano: “Día tras día se niega a los niños el derecho a ser niño. Los hechos que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños”.
Deudas del bicentenario. Temas pendientes. Claves, llaves para un bicentenario que además de hermosas escenografías y decorados traiga nuevos aires y tenga la grandeza y el coraje de renovar libretos y poner en escena a sus auténticos actores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario