(164)Sábado 26 de Junio de 2010
“Es como si todos los argentinos hubiesen hecho el gol conmigo”, dice Palermo entre lágrimas agradeciendo al cielo. “México en un duelo a todo o nada”, anuncia Clarín. “San Martines” titula Pagina 12 en alusión a los dos goles hechos por Martín Demichellis y Palermo. “Dioses del Olimpo”, prefiere sencillamente el diario Popular. El futbol es un verdadero despertador de emociones. Como pocos deportes, moviliza pasiones únicas. En buenahora.
En una cultura que todavía tiene indiscutibles resabios de aquel viejo culto a la razón, viene bien un lugar para la emoción. El siglo dieciocho, y su iluminismo, hizo una exaltación de la razón suponiendo que con ella se desmontaría lo arcaico y se construirían la igualdad y la libertad. Los revolucionarios franceses llegaron al extremo de idolatrar a la razón a tal punto que se inventaron una deidad femenina con ese nombre. Desde entonces, lo racional se ha convertido en el principal legitimador de la vida pública. Digamos de paso que desafortunadamente, el ejercicio del poder frecuentemente se construye sobre la sinrazón. Pero ese es otro tema.
Lo cierto es que el futbol destrona cada domingo, y ni que hablar cada mundial, a la razón. Le quita el cetro y su pretensión hegemónica para dejar que fluya en nosotros algo primitivo. Algo que en nuestra vida moderna hemos aprendido a bloquear, suprimir, negar. Estamos hablando de las emociones. La cultura de la razón no las valoriza suficientemente. Y cuando aparecen de inmediato son tamizadas por sospechosas; son filtradas por nuestro cerebro para que se vuelvan inofensivas: “No es buena la tristeza, hay que evitarla”. “Llorar es de maricas”. “El miedo es mal consejero”. “La ira no te lleva a ningún lado”. Esta emoción sí, aquella no. Hasta acá está bien, más no, porque puedo descontrolarme.
Así las cosas, nuestras emociones nunca emerjan crudas, sin editar, sin la custodia de la razón. Se nos ha educado para evitar nuestras emociones. Y hemos aprendido bien la lección. La trampa está en no darnos cuenta de que la dinámica de las emociones es tal que si las negamos se expresarán de una u otra manera. Y entonces esa energía bloqueada se tornará tóxica. Gabrielle Roth decía que querer vivir sin que fluyan las emociones es algo así como tratar de conducir un automóvil con el motor obturado, o correr una maratón con los pulmones obstruidos.
Lo bueno del futbol es que viene a romper esa lógica, viene a proponernos salir del analfabetismo emocional y a escapar del laberinto de nuestra cabeza. Lo pensado otorga seguridad, puede ser controlado, manipulado, es previsible, manejable. Lo que se siente nos produce una sensación de caos, nos deja desguarnecidos, expuestos, en buena medida vulnerables. Y, qué cosa, justamente allí radica su grandeza. ¿Por qué perdernos el ejercicio de este derecho elementalísimo, el derecho a vivir sensaciones intensas temporales, clara manifestación física de esa energía que une cuerpo y mente?
No te hagás expectativas que después si nos va mal, la frustración es peor, me decía un amigo. No te alegrés de antemano. Es verdad que la emoción en cualquier orden de la vida puede resultar dolorosa. Por eso muchas veces elegimos armarnos de cierta coraza, o insensibilidad para no sufrir. Entonces usamos máscaras que cubran el verdadero rostro y oculten lo que de verdad nos pasa.
Decía Homero Expósito
“Tú, que tímida y fatal
te arreglas el dolor
después de sollozar,
sabrás cómo te amé,
un día al despertar
sin fe ni maquillaje,
ya lista para el viaje
que desciende hasta el color final...“
¡Bellísimo tango! Te amé sin maquillaje, sin ocultamientos, sin esa necesidad de arreglarse el dolor después de sollozar.
“Mentiras...
son mentiras tu virtud,
tu amor y tu bondad
y al fin tu juventud.
Mentiras...
¡te maquillaste el corazón!
¡Mentiras sin piedad!
¡Qué lástima de amor! “
En verdad, qué lástima esta manía de pensarlo todo y sentir tan poco. Una pena privarnos de la alegría de disfrutar el ahora o nunca de la vida eligiendo la insensibilidad y la seguridad que da la mente y protegernos del riesgo y del dolor. Si pudiéramos dejar fluir las emociones como la sangre por las venas. Abrazarlas, trabar amistad con ellas. Hacer que cese un poco la cabeza, la loca de la casa, y que empiecen a hablar las emociones, y el cuerpo retome su protagonismo. Cada día tenemos la oportunidad. Cada momento. Ahora mismo. Y mañana, sobre todo mañana que juega la Argentina.
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