(163) 19 de junio de 2010
El mundial nos desnuda. Como toda pasión nos expone, nos muestra eso profundo que somos o queremos ser. Si algo llamó en mí la atención esta primera semana del campeonato es esa costumbre de creernos mejores que los demás. La televisión dejó ver por estos días ese costado discriminatorio que solemos tener los argentinos: “Si te gana uno de estos equipos africanos te tenés que matar”, “pero fijate cómo le pega a la pelota este coreano” ¡Mirá a estos paraguas, antes no le embocaban ni al arco iris, ahora casi le ganaron a Italia…”
Esto no es todo. Hay un rostro de este mundial sudafricano post-apartheid que casi nadie quiere ver y que en buena medida explica el por qué de esta discriminación nuestra de cada día. El campeonato de fútbol, que sin duda disfrutamos, tiene su contracara. Para poder construir el modernísimo estadio Green Point - con capacidad para 70.000 espectadores a un costo de 440 millones de euros- hubo que desalojar a centenares de residentes. Dave Zirin, uno de los periodistas deportivos más famosos de los Estados Unidos dijo por estos días: "Éste es un país donde sorprenden los niveles de riqueza y pobreza puestos de forma contigua. La Copa del Mundo, lejos de ayudar a cambiar esta situación es sólo una lupa que amplifica todos los defectos de este sistema". La frase, contra lo que podría parecer, no proviene de ningún activista social o un académico marxista, ya les dije, pertenece a un reconocido comunicador norteamericano. Miles de pobres, han sido desplazadas por la construcción de infraestructuras directa o indirectamente relacionadas con el mundial de futbol. Esconder la pobreza, evitar que el mundo conozca la verdadera Sudáfrica.
¿Qué hay detrás de este espectacular montaje? ¿Qué se oculta debajo de esta fachada cinco estrellas? ¿Qué significan los inmensos barrios de chabolas de cartón y lata ocultos en los márgenes, lejos de las luces de las grandes ciudades sudafricanas recibiendo a turistas de todo el mundo? En el fondo de este escenario, ajustado como un reloj, se puede ver un histórico racismo que no termina de morir y pilas de palabras contra la discriminación que no muerden con la realidad. Todos estamos en contra de cualquier concepto discriminatorio, pero la vida se cansa de mostrarnos cada día todo lo contrario.
Observemos en este sentido que el racismo estrictamente dicho –como “teoría científica” según la cual, por ejemplo, los negros son seres inferiores, y a veces, muchas veces, merecedores de explotación, e incluso de exterminio- es un discurso de la modernidad, estrechamente vinculado a eso que se ha llamado eurocentrismo. Es sobre la base de esta materialidad histórica sobre la que este prejuicio se asienta. Europa occidental será el centro del sistema mundial. La dominación del aborigen y la mano de obra esclava africana en América harán una “contribución” esencial a eso que Marx llamó la acumulación originaria de Capital a nivel mundial. En lo que a África se refiere la explotación y expoliación de los más pobres ha sido y sigue siendo tan grotesca y brutal que entre los historiadores no hay consenso sobre las cifras de la esclavitud en la Época moderna. Algunos hablan de 10 millones de esclavizados. Otros han llegado a proponer 60 millones, de los cuales 24 millones fueron a parar a América, 12 millones a Asia y 7 millones a Europa, mientras que los 17 millones restantes fallecerían en las travesías. Los negros, seres inferiores, asimilados frecuentemente a animales, jurídicamente reducidos a la categoría de cosas. Para describir este drama Ki-Zerbo habló de “la hemorragia humana que ha sufrido el África negra”. Una imagen demoledora.
Y en este punto queremos detenernos para decir que la explotación de los pueblos originarios y el esclavismo africano en América no son una exterioridad, algo adventicio, o una simple contradicción con el humanismo que se pregona. Muy por el contrario, constituye su cimiento material. Hoy hablamos de discriminación como si aquella dominación nada tuviera que ver con la propia constitución de la modernidad occidental. En una palabra: la discriminación es consustancial a la configuración misma de la modernidad capitalista. Este es el nudo de la cuestión del racismo en tanto fenómeno moderno. La misma civilización cuyo basamento filosófico-moral pretendía ser el ejercicio de la libertad individual estaba sustancialmente apoyada, en términos económicos, en la esclavitud de millones de seres humanos. Estas raíces explican las grandes y pequeñas discriminaciones que seguimos padeciendo. Y claro que no está mal indagar en posibles cuestiones psicológicas que echen luz sobre las razones de nuestros prejuicios. También serán necesarios los enunciados éticos que señalen los caminos que nos conduzcan al respeto del otro. Pero cualquiera de estos enfoques será parcial si omitimos referir que la civilización que hoy condena con su palabra la discriminación, sustentó sus raíces en sistemáticas prácticas segregacionistas que hoy continúan vivas.
Pueda ser que además de gritos, emociones, y legítimos festejos, este mundial venga acompañado de algunos despertares. Despertares que como goles, abran este partido cerrado de la vida. Una vida que merecemos jugar entre todos porque sencillamente es de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario