(161) 5 de junio de 2007
Parece que la historia comenzó el 30 de abril de este año, cuando 2500 alumnos de distintas escuelas de Mendoza se concentraron en la plaza convocados a través del Facebook a la "gran rateada" mendocina. A partir de allí como por contagio se extendió a casi todas las provincias y hasta cruzó el charco para llegar al Uruguay.
Después se dijo de todo y la polémica quedó instalada. Los tremendistas descubrieron una conspiración contra las celebraciones del Bicentenario; otros, subidos al caballo del fatalismo, pretendieron mostrar lo mal que está todo. Hubo desde quienes opinaron que esto es una versión 2010 del que se vayan todos, hasta lecturas minimizadoras o más modestas, que solo ven en la rateada una picardía sin importancia o una prolongación del feriado ya alargado.
¿Podemos intentar una mirada libre de prejuicios que dé lugar a la pregunta genuina, a la búsqueda de sentidos y oportunidades? ¿Somos conscientes de estar ante un hecho que tiene muchas capas, aristas diversas, diferentes costados?
Recientemente el Director de la Unidad de Planeamiento Estratégico y Evaluación de la Educación Argentina, analizando el hecho, pretendía mostrar cómo estas rateadas cibernéticas tienen algunas novedades y diferencias con respecto a las rateadas criollas de nuestro pasado:
-La primera diferencia que señalaba es que las transgresiones a la disciplina escolar antes debían ser ocultadas y ahora son exhibidas. La idea es clara, casi obvia, ¿cómo ocultar una convocatoria que justamente se hace desde la red? Cabría preguntarnos en este sentido si esta exposición puede ser además una manera de llamar la atención, de adquirir notoriedad. ¿Será una muestra de poder? ¿Una necesidad de publicar que se ha perdido el miedo a la sanción? ¿Un intento por descomprimir y relativizar toda forma de autoritarismo? No lo podemos saber. Pero entendemos que en primera instancia el hecho de que hoy estas rateadas sean exhibidas responde al simple hecho de tratarse de una convocatoria que es esencialmente pública.
-La segunda diferencia que señala es que antes las transgresiones colectivas tenían un contenido y un sentido político. Se hacía pública una demanda, se manifestaban los objetivos de una acción. Una “rateada” masiva era una huelga. Las actuales rateadas tienen un fuerte déficit de sentido, opina el autor. No estoy tan seguro que este segundo aspecto sea así. Tal vez el sentido político más que ausente tenga otro rostro, y de modo implícito esté poniendo en tela de juicio algo que sucede puertas adentro de las escuelas y que los chicos conocen bien.
Lo cierto es que un hecho como el que intentamos pensar nos pone ante la disyuntiva de elegir dos posibles miradas que determinan modelos, paradigmas con sus respectivas culturas que nos devuelven realidades bastante diferentes. Digamos que hay al menos dos posibles esquemas de interpretación: la cultura de la norma vs la cultura del derecho.
La cultura de la norma se para frente al manual de la ley y la disciplina como punto de partida y llegada. Desde esta mirada moralizante no habrá que esperar demasiadas sorpresas. Es fácil suponer el recorrido de ideas y voces que dicen que hay que poner límites, sancionar, disciplinar, que “qué se creen estos mocosos”, “habría que mandarlos a todos a laburar”, “mirá para que usan la tecnología”, “esto es indignante”, “a dónde vamos a ir a parar”, …y usted ya sabe…
La cultura del derecho se posiciona en un lugar abierto, descampado, que deja aire para que circulen pluralidad de ideas. Desde allí se abre el juego a un mundo de preguntas. Porque la educación, si bien tiene sus leyes y normas, antes que nada es un derecho. Derecho a saber, a pensar, a ser críticos, a develar el mundo. Necesitamos descubrir qué sucede en la escuela para entender por qué los pibes en mayor o menor medida expresan simbólicamente esta distancia con la institución escolar. ¿Qué pasa en la cotidianidad escolar más allá de las cuestiones curriculares y las meras formalidades? ¿Qué les sucede a los chicos en el fondo de su alma cuando son educados en nuestro sistema? ¿Qué cosas piensan y sienten? ¿Qué procesión va por dentro?
Reconozcamos que en los últimos años los síntomas de la crisis educativa salieron a la calle adquiriendo una visibilidad bien puntual. Vida por un lado, escuela por otro, tanto para los chicos como para los maestros, mientras en los despachos oficiales y ministerios hablan de otra cosa. De algo escapan los chicos. Tal vez de los ojos entre despreocupados, desconcertados o ciegos de cierto mundo adulto y de la abulia de la institución escolar.
Y es aquí donde queremos decir que hay una rateada que nadie ve: La rateada de un sistema educativo pensado y diseñado para otro siglo, con funcionarios que siempre llegan después. ¿Forzamos la realidad si a partir de esta rateada nos ponemos a mirar a un Estado que viene desentendiéndose progresivamente de garantizar educación pública para todos como un derecho fundamental? Tal vez, como decía Bertold Brecht, “me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo como era su casa”. Pero, ¿no es casi inevitable detenernos a mirar ese faltazo que significa dejar la educación librada al capricho mezquino de grupos que hicieron y siguen haciendo de la enseñanza un negocio asqueante? ¿No podemos sospechar que tarde o temprano alguna reacción de los alumnos podía comenzar a poner en tela de juicio una educación que más que un derecho de todos se parece más a una mercancía y privilegio de pocos? Una rateada en definitiva es una ausencia. Y digámoslo claramente, ¿no es hipócrita que pongamos toda la mirada en esta ausencia de los chicos y miremos para otro lado a una sociedad repleta de ausencias? ¿Hace falta enumerarlas?
Me dirán que ver todo esto en esta rateada cibernética es cargar al hecho de un sentido que en sí mismo no tiene. Probablemente. Pero siempre será mejor dejar la puerta abierta para que entren los cuestionamientos, antes que descalificar o desaprobar de movida la acción de los chicos, que de hecho algo nos están queriendo decir.
Por otro lado, la dosis de transgresión que significa esta rateada, ¿no esconde una pila de latencias, de posibles valores que no terminamos de ver? ¿No vale la pena tener en cuenta, por ejemplo, la capacidad de organización de los pibes y la eficacia del recurso de Facwebook para convocar y organizar?
Nos guste o no, los chicos y los jóvenes, seguirán opinando con su lenguaje y sus ritos, a veces limitados, parciales, otras anárquicos. Así pueden, así les sale, así eligen…
Alejandra Pizarnik decía que “La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. Es probable que aún estemos lejos de las mejores rebeldías. Tal vez los chicos simplemente estén empezando a mirar la rosa. Pero ¡qué lástima si no llegáramos a advertirlo!
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