sábado, 5 de diciembre de 2009

El método Ollendorf, una mentira verdadera

(148) sábado 5 de diciembre de 2009

No hace tanto las distintas corrientes políticas venían de escuelas y pensadores que inspiraban doctrinas y prácticas. Así había Alvearistas, Yrigoyenistas, seguidores de William Cooke o Hernández Arregui. Por estos días Horacio Verbitsky analizando la realidad política del país dijo, para sorpresa de muchos, que el modo de pensar y el sistema de conversación de nuestros dirigentes se parece al viejo método Ollendorf.
Más de uno, entre los que me incluyo, tuvimos que recurrir a los libros o meternos en la web para informarnos del asunto. Parece que el método Ollendorf fue un viejo sistema de aprendizaje de idiomas creado a fines del siglo XIX y que lleva el nombre del profesor que lo ideó. Se basaba en la emisión de frases cortas que incorporaban el vocabulario más usual y las construcciones gramaticales más frecuentes de la lengua a estudiar. El método suponía que en la adquisición de una lengua lo importante era la práctica de la emisión, sin el menor contacto con el contenido de lo que se emitía.
Lo curioso fue que de tanto simplificar y acumular en cada frase el mayor vocabulario posible, el método terminó convirtiéndose en una serie de diálogos absurdos e inconexos. Cada estudiante decía entonces lo que le venía a la cabeza, y el otro le respondía con la misma lógica; eso sí, siempre en el idioma que se estaba aprendiendo.
Por ejemplo:
- Hoy es sábado.
- Si, pero a mi madre no le gustan las peras al vino.

-Hola, me llamo Néstor y soy argentino, aunque tengo un tocayo que vive en un palacio.
-Mi bigote es más grande que el suyo, pero su señora canta ópera.

-¿Dónde vas?
-Compré manzanas.

Tal conjunto de frases incoherentes llegaba a su máxima irracionalidad en los casos que se utilizaban para el aprendizaje de los adverbios comparativos:
-Tu suegra, ¿es más alta que mi padre?
-No, mi suegra no es más alta que tu padre, pero me compré una cadena para el inodoro más larga que tu corbata.
Este sistema para aprender lenguas cayó en desuso. Los que saben del tema aseguran que surgieron otros más eficaces. Sin embargo parece que sigue teniendo adeptos en la clase política.
Imaginemos tres diálogos posibles al viejo estilo Ollendorf:
Primer diálogo:
-Vengo a pedir trabajo
-Aquí tenemos diálogo. Te ofrecemos dialogar.
- Si, pero para esta Navidad el pan dulce no lo podremos comprar de tan caro.
-Estamos a casi 200 años de nuestra independencia.
-Sí, y el bife de lomo debería costar 80 pesos.
Segundo diálogo:
-Este país es inhabitable, no se puede vivir con tanta inseguridad.
-Sin embargo la ley de medios audiovisuales nos permitirá romper con la concentración monopólica.
-Pero los asesinatos y delitos en el conurbano bonaerense siguen creciendo.
-La asignación por hijo para familias de carenciados puede ser una medida transformadora
- Aunque el Banco Central sigue comprando dólares porque la entrada de divisas tiene fortaleza.
-Vaya usted con Dios o si prefiere con el diablo.
Tercer diálogo:
-Los hospitales públicos están por colapsar
-Lo que pasa es que Cobos es una ameba
-La cantidad de pesos que roban los funcionarios es infinitamente superior que los 180 pesos otorgados por asignación universal para niños.
-Por eso me pregunto si el fútbol es para todos o todos pagamos la televisación del fútbol.
-Quedate tranquilo, luego del 10 de diciembre revocaremos la ley de medios, reclamaremos la presidencia y la mayoría de las principales comisiones legislativas.
Con este tipo de diálogo, que en realidad nada tiene de tal cosa, la cancha se vuelve intransitable y el partido hay que detenerlo aparentemente sin resultado alguno. Digo aparentemente porque usted y yo sabemos de antemano quien gana siempre.
Gracias al Método Ollendorf, nos evitamos la difícil tarea de ubicar ideológicamente a los dirigentes políticos. Gracias a él también tenemos agrupaciones políticas clónicas y electorados prácticamente intercambiables, con mínimos matices. Se están poniendo de acuerdo en todo: monologar, rendir culto a líderes mutantes y transferibles, todos de espalda a la Constitución, a la cual sin embargo citan y veneran. Todos amontonados en un pretendido centro, al centro de la izquierda, al centro de la derecha, al centro del mismo centro; hablando de todo y a los gritos, como sordos, diciendo muy poco de política, simulando un diálogo que nunca termina porque en realidad jamás empezó.
Dirán que no todos son exactamente lo mismo. Es cierto. Pero algunos llegan a tanto y son tan grotescos que los privilegios que reciben ellos y los sectores que representan no les alcanzan, y cada día van por más.
Alfred Adler, discípulo de Freud, enseñó que “Una mentira no tendría ningún sentido a menos que sintiéramos la verdad como algo peligroso”.
Algo peligroso debe esconder una dirigencia que juega al método Ollendorf y que más allá de ese mar de mentiras y palabras cambiantes como olas, lo que ya no pueden ocultar es el miedo a que un día despertemos.

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