(150) 19 de diciembre de 2009
Un nuevo año escolar va cerrando sus puertas. Otra vez el ritual de las hojas rotas tiradas por el piso pretendiendo aliviar en un gesto espontaneo ese clima de tensión y amenaza que significa cada examen. El profesor o el maestro mira la hora y el almanaque y dice “ya está”, los chicos dicen “por fin”, y la educación pasa por nuestras vidas significando poco y nada.
La educación está en crisis dice un fulano, creyendo decirlo todo y sin siquiera sospechar que en realidad está diciendo poco y nada. ¿Qué educación es la que está en crisis? ¿En qué aspectos se manifiesta? ¿Por qué causas o razones? ¿Qué responsabilidad tienen en dicha crisis sus distintos actores? ¿Es idéntica la responsabilidad de un maestro de Jujuy que la de un ministro de provincia?
Una primera aproximación a la problemática de nuestra educación nos presenta un abanico de síntomas que en nuestro presente fueron adquiriendo una visibilidad cada vez más puntual:
-El estado se fue desentendiendo progresivamente de garantizar educación pública para todos como un derecho fundamental, y dejó la cancha libre para que grupos de poder hagan negocios a su antojo.
- Las inversiones en materia pedagógica son insuficientes y a veces nulas. Basta contemplar el deterioro de la planta física librada a la suerte de la capacidad y buena voluntad de los Consejos Escolares para confirmar este dato.
-Existe un deterioro visible del oficio de enseñar, con la consiguiente disminución de premios materiales y simbólicos.
-La caída de los salarios ha llevado al pluriempleo y el ausentismo; el paro se ha convertido en una de las pocas herramientas para que los gobiernos abandonen su típica sordera.
-La inestabilidad en el cargo genera una situación real de inseguridad
-El abandono del perfeccionamiento real es un freno al crecimiento profesional.
-Como consecuencia de tantos obstáculos y problemas, se observa un sensible aumento de problemas de salud y una acentuación del malestar psicológico.
En pocas palabras podríamos decir que la escuela en los tiempos que corren se encuentra en un círculo vicioso, sobrexigida y subdotada para enfrentar los desafíos propios de una educación que sea transformadora de la persona y dinamizadora de la sociedad.
Hasta aquí algunos de los síntomas. Su descripción es una tarea tan necesaria como insuficiente. Frecuentemente en muchas claridades diagnósticas queda oculta nuestra incapacidad por resolver la cuestión. Por otro lado también puede quedar escondido lo que a mi entender está por debajo de lo que asoma. Intentemos evitar que el árbol nos tape el bosque y pensemos en qué medida la llamada crisis de la educación no forma parte del profundo deterioro que vive el sistema capitalista. Llamemos a las cosas por su nombre: esta crisis es la crisis de la educación capitalista.
Tal crisis no la podemos abordar al margen de su origen y desarrollo histórico, como si fuera un hecho abstracto. La estrategia educativa del modelo tradicional básicamente respondía a la necesidad política del proceso de construcción del Estado Nacional. Había que adherir a la nación y lograr la integración política y la formación de la ciudadanía. Así surgieron los primeros curriculum: enseñar a leer y escribir, hablar la lengua nacional, contar nuestra historia, con sus gestas heroicas y sus próceres. Para todo esto sería fundamental adherir a los símbolos que representan a la patria: el himno, la bandera, el escudo. A un mismo tiempo habría que favorecer todo comportamiento vinculado a la memorización, el disciplinamiento y el respeto a la autoridad.
Como puede verse, el sistema educativo quedó organizado sobre criterios claramente jerárquicos. Con esa lógica surgieron los diversos estamentos escolares: escuela primaria, secundaria y universidad. De lo más simple a lo más complejo y dentro de una escala social. Primaria para todos, secundaria, para algunos: los que querían ser maestros al Normal, quienes aspiraban a dar el salto a la Universidad y escalar a la cima de la pirámide o ser dirigentes, al Nacional. Este sistema educativo fue legitimador y reproductor del orden social dominante, de una sociedad capitalista industrial que piensa y organiza la vida como pirámide.
Lo cierto es que aquel proyecto tuvo coherencia, fue portador de un sentido, de una direccionalidad. También es justo reconocer que esta escuela terminó aislada y reproduciendo un discurso meramente simbólico ya que desde lo político y económico las experiencias históricas fueron traumáticas y para nada inclusivas. Dan cuenta de ello los enormes latifundios, la criminal campaña del Desierto, el nefasto concepto de civilización y barbarie que solo sirvió para demostrar que bárbaros fueron los civilizados, la sucesión de fraudes electorales y golpes militares que desolaron el país. En este marco la educación reprodujo la mayor de las veces el discurso dominante y otras avanzó por pretendidos conceptos progresistas totalmente divorciados de una realidad que a las claras hablaba de otra cosa. Digamos también de paso que este modelo generó una cultura y mentalidad portuaria despreciativa de la Argentina interior y genuflexa a los poderes imperiales de turno.
La vida como pirámide es el típico dibujo capitalista: Pocos en la cima, algunos en el medio, y muchos en el llano o en la lona para ser más exactos. Bueno sería que nos preguntáramos más allá de tantos discursos pedagógicos pseudo progresistas: ¿Cómo sería una sociedad en donde la pirámide fuera reemplazada por un círculo? ¿Cómo funcionaría una educación al servicio de esa sociedad plural, sin estamentos o clases, basada en una real justicia? ¿Y si empezáramos a hacer un ejercicio de imaginación que proyecte el perfil de cada uno de los actores de ese nuevo círculo educativo?
Lo cierto es que mientras tocamos con nuestras manos, cada día, esto que llamamos crisis de la educación, la UNESCO y demás organismos oficiales, cacarean “Educación para todos”, “que todos se matriculen”, “que nadie quede sin escuela”. Palabras, solo palabras, y detrás de ellas más y más palabras que terminan en un estéril ritual en donde unos hacen que enseñan y otros que aprenden, mientras las inmensas mayorías subsisten sobre la base de una inequidad escandalosa. Cultura de simulacro, de cartón, para una educación en crisis a la cual hoy queremos llamar por su verdadero nombre: crisis de la educación capitalista.
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