(140) Sábado 10 de Octubre de 2009
“Yo puedo resistir todo, menos la tentación”, decía Oscar Wilde. Y a días nomás de un nuevo 12 de Octubre estamos tentados a decir esas palabras que todavía no están del todo dichas. Palabras esenciales, que develen, que saquen de la oscuridad, que nos desinstalen del cómodo silencio.
Hablar del 12 de Octubre de 1492 significa situarnos en el primer genocidio de nuestra historia, detenernos a analizar aquel hecho fundante de todas las situaciones de apropiación y saqueo colonialistas que después vinieron.
En el principio fue una mirada, la de Europa. Una mirada que cuando ve descubre. Es cierto que en algún sentido Colón descubrió América. Nadie tendría por qué enojarse por tal afirmación. Lo descubrió a los ojos del capitalismo naciente y para ese capitalismo. América es descubierta para el provecho y la avaricia de Europa, la que mirándonos nos descubre, la misma que después de ver, toca. Y lo que toca lo rompe, lo destruye, lo hace añicos.
Dice Feinmann que “los países de América latina han vivido sin dejar de sentir jamás la mirada del Otro, del más fuerte y hasta a veces, sin más, del Amo, en cualquiera de las formas en que este poder –el que constituye a un país en dominador de otro– se exprese”.
Recuerdo la elocuente imagen que usaba Oscar Natalichio en su curso de Economía con la Universidad de las Madres. Decía algo así: Imaginen que yo cierro la puerta de este salón en el que estamos reunidos, los amenazo con un arma y les exijo me entreguen todo lo que tengan. Después, con lo arrebatado, propongo un negocio en el cual ustedes pondrán el trabajo y yo el capital. Así explicaba la génesis del capitalismo. Dos robos. El saqueo inicial, como atraco abrupto, violento, o simple desvalijamiento, y un segundo saqueo disimulado, estructural, montado sobre las leyes de una economía pensada como apropiación de lo ajeno.
Bueno será observar cómo aquella primera impunidad legitimó en América su reiteración. No poder pensar colectivamente este primer genocidio condicionó y sigue condicionando nuestra historia y nuestro presente. Develar lo reprimido, sacar a la luz lo negado es la condición básica para poder ser un pueblo libre. Si no nombramos aquel genocidio como tal, jamás dirán adiós las historias de ultrajes. Dirán hasta luego, para volver.
El liberalismo del siglo XIX fue la continuación de aquel latrocinio. La Conquista del Desierto fue ni más ni menos que la justificación de la estafa, la rapiña y el crimen organizado. No es de ningún modo casual que el monumento más alto de la Argentina se haya erigido en homenaje al general Roca, el mismo que en nombre de la civilización exterminara a los indios de la Patagonia.
Sucede que el proyecto imperial manda, impone, ordena. Nos quiere obligar a ver con la misma mirada del viejo continente. Mirar con sus ojos, confundirlos y fusionarlos con los nuestros. Descubrir el placer que da ese ángulo único y superior que viene del norte. Sarmiento ve desde Europa: Hay que europeizar la Argentina; liberarla de sus gauchos y mestizos, de los negros, seres nefastos que nos deshonran. Hacer todo para que Gran Bretaña y Francia confíen en nosotros, y por favor no retiren su mirada y así tengamos destino y futuro. Después quien nos miró fue Estados Unidos, el mismo que hasta hoy sigue pretendiendo aquellas relaciones carnales de los 90. El Otro nos mira, el poderoso ordena. Hay que formar fila, disciplinarse y gritar presente ante la mirada del amo.
Por eso necesitamos que emerja esa otra memoria que algunos llaman memorias de las clases subalternas, memorias subterráneas, fragmentadas, plurales. Memoria que ata cabos, y va más allá del ritualismo vacío de sentido, o la instalación de un tema como mero hecho pasado, en una especie de culto al museo. La memoria oficial clausura todas estas memorias reduciendo la historia a una especie de fiebre conmemorativa o efemérides. Necesitamos pasar del archivismo que acumula datos porque sí, a un esfuerzo reflexivo que intente conferir un sentido al pasado como proyección hacia el presente y el futuro. Por eso, hacer memoria será siempre un acto político, una decisión de la voluntad que enfrenta a la filosofía del olvido y establece líneas de continuidades históricas en los procesos políticos, sociales, económicos. Retomar las memorias fragmentas o no contadas, trabajarlas, reconstruirlas para poder operar sobre el presente, y evitar la revictimización, transformando la memoria traumática en memoria activa.
Para eso necesitamos terminar de responder algunas preguntas: ¿Qué hilos atan aquellas primeras atrocidades y las de este presente en donde los mismos pueblos originarios aparecen condenados una vez más?
¿Cuáles fueron las matrices políticas, ideológicas y culturales que posibilitaron la desaparición física, la tortura, el robo de bebés? ¿Cuál fue el papel de la educación en la conformación de eso que llamamos sentido común?
Decía Juan Gelman:
“Estudiando la historia,
fechas, batallas, cartas escritas en la piedra,
frases célebres, próceres oliendo a santidad,
solo percibo oscuras manos esclavas,
metalúrgicas, mineras, tejedoras,
creando el resplandor, la aventura del mundo,
se murieron y aún les crecieron las uñas”
De esas manos venimos. Hacia una nueva mirada tendremos que ir, para que la aventura del mundo valga la pena y tenga algún sentido.
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