lunes, 26 de octubre de 2009

Rondas

(142) Sábado 24 de Octubre de 2009

Sábado por la tarde y hay revuelo en la plaza. Pancartas, redoblantes, payasos, alboroto de gente. Algunos reparten volantes. “Pretendemos que la Peña El Ceibo, un lugar que hoy está en ruinas, vuelva a ser un espacio de encuentro, de participación, un centro cultural, donde funcionen talleres artísticos, recreativos, y también podamos organizar espectáculos”.
Se trata de la Ronda cultural, una agrupación que se propone la recuperación de un lugar que signifique cultura para todos.
Ronda cultural, sugestivo nombre. La ronda nos iguala, es circular, rompe con la jerarquía, borra cabeceras y lugares de principalidad. Si hay ronda, la vida circula, va y viene, no se queda quieta, mueve y demanda movimiento. Como otras agrupaciones alternativas que corren por estos tiempos, se propone recrear espacios culturales, dinamizarlos, refundarlos, con la certeza de que la cultura no se distribuye, sobre todo cuando es cultura popular.
Tarea difícil esta de precisar qué es la cultura popular, de establecer sus perfiles. Y siempre el riesgo de intentar definiciones que abrumen y atranquen el verdadero saber sumergiéndonos en un mar de abstracciones, para decir poco y nada. Por eso prefiero asociar cultura a identidad, por ejemplo. Meter la cuestión en ese horno donde las papas queman y volver a hablar de cultura hegemónica y periférica, de dominadores y dominados. Es cierto que cultura es lo que se "respira", lo que transmiten los comportamientos de las personas, el modo de vincularnos con los demás y las cosas, lo que elegimos hacer y ser, así como lo que no elegimos. Pero todo esto supone distinguir actores y roles protagónicos, libretos y escenarios, para optar y tomar partido.
Celebro todas las expresiones que nacen desde abajo, sin aparato y sin cartel, y empiezan a decirnos cosas, a tomar la palabra en serio y a publicar en voz alta su presencia. Expresiones que brotan atomizadas, inevitablemente fragmentadas, inventadas o reinventadas, necesariamente anárquicas, y que se diseminan lentamente y por debajo, como las brazas que queman sin grandes llamaradas.
¿Qué lectura hacer de estos movimientos? ¿Porqué surgen, así tan espontáneos y multifacéticos, tan obstinados y pujantes? ¿Qué piden esencialmente, qué reclaman? ¿Qué ponen al desnudo, qué denuncian? Su pretensión de grupos alternativos, ¿no deja entrever un rechazo evidente a algo que presienten como una imposición desde arriba? Por eso también objetan y hasta impugnan lo institucional, y aunque a veces requieran su apoyo, no aceptan tutela alguna y menos ser considerados como números.
Quieren ser protagonistas en un mundo que les ofrece poco y nada, y no admiten ser meros espectadores pasivos de una imposición cultural que baja desde lo alto con el tradicional gesto ampuloso de los dueños de la cultura, aquellos que torpemente pretenden distribuirla creyéndose señores de la misma. Por eso se resisten a aquellas prácticas destinadas a producir ese ciudadano complaciente, manso y adormecido que requiere el modelo. El constituirse en sujeto central de un quehacer cultural de grupo, colectivo, con otros y para otros, significa bajarse definitivamente de ese balcón inmaculado por el que nos enseñaron a contemplar la vida, e ir en procura del barro de la historia para recuperar la dignidad perdida.
Esta voluntad cultural, al no querer someterse al papel que el sistema les asigna, se convierte necesariamente en voluntad política, es decir significa una toma de posición acerca de la pregunta que responda quiénes somos nosotros y ellos.
Entiendo que esta nueva identidad no puede hacerse presente sino a través de la negación de la cultura dominante, y la proposición de un nuevo proyecto cultural, que ponga en juego otros valores, otros contenidos, otras maneras. De esta forma es cómo lo popular se ha ido abriendo paso a lo largo de nuestra historia, perforando las capas sofocantes de la ideología que pretende mandar e imponer.
¿Por qué sólo consumir, si se puede también producir? ,es la pregunta que se hacen algunos que van despertando. ¿Qué cultura es esta que propone como paradigma la competencia, el sálvese quien pueda y la sobrevivencia del más apto como ley social? ¿Cuál deberá ser la contracultura, la otra cara, la vereda de enfrente de este modelo depredador? ¿Por qué esperar un "después" si podemos empezar ahora? parecen decirnos tantas agrupaciones que silenciosamente van apareciendo en escena.
Sería imperdonable en este análisis subestimar los residuos de la cultura que gestó la dictadura. Con su modelo de exclusión, y marginación de los sectores explotados, sigue reinstaurando una especie de religión popular que se llama consumo y que en el altar de la eficiencia sacrifica cada día a los más pobres en nombre de un nuevo dios: el poder y el dinero.
El cronista chileno Pedro Lemebel en el Congreso de la Cultura en movimiento decía bellamente: «No les ofrezco el cielo, porque sé que los ángeles aburren. Tampoco un carrete interminable, porque el bolsillo roto de esta izquierda no da para tanto. Tal vez sólo un lugar digno donde podamos respirar libertad, justicia y oportunidades sin besarle el culo a nadie.»
Alguien podrá objetar “Ya hace un tiempo vimos otros protagonismos que después pasaron”. Sin embargo, cuando las acciones brotan de esa zona que tienen que ver con la dignidad del hombre llegan para quedarse. No se pierden nunca. Iluminarán otros protagonismos y serán a un mismo tiempo anticipo de futuro, utopía en acción, soñar despiertos.

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