Octubre suele traernos recuerdos escolares. Como un collage de la mente pueden desfilar por nuestra memoria las imágenes de las tres carabelas, Colón, los Reyes Católicos, el Puerto de Palos, oscuros mares y sombríos destinos…
La memoria, sin embargo, pocas veces trae el nombre de Malinche, una de las veinte mujeres que le entregaran a Cortés a cambio de paz y tranquilidad. Tal vez la historia no haya dicho lo suficiente acerca de ella. Ciertamente, Malinche, fue mucho más que la amante de Cortés. Como traductora, ayudaba al español porque sabía las lenguas maya y náhuatl y manejaba bien el castellano. Intérprete, auxiliar y consejera del conquistador, pasó a la historia como símbolo del indio seducido que terminaría traicionando a los suyos. Además, Malinche por haber dado a luz a Martín Cortés, el hijo de Hernán Cortés, se convirtió en la primera madre de los mestizos.
Algunas miradas revisionistas no son tan duras con ella, y más bien sugieren que la joven hizo lo imposible para evitar la masacre de su pueblo. ¿Cuánto de historia?, ¿cuánto de leyenda? No lo sabemos. (A muchos nos resulta suspicaz que la traidora, la que quiebra el pacto de honor, sea otra vez una mujer. Digo otra vez, porque en la tradición judeocristiana el principio de la perdición fue Eva, y en la cosmovisión griega será la aturdida de Pandora quien abra la caja de las desgracias. Vale también hacerse otra pregunta en favor de Malinche: quiénes la entregaron a Cortés, siendo ella casi una niña, ¿no eran hombres adultos que sabían lo que hacían?)
Polémica aparte, lo cierto es que la leyenda llegó hasta nuestros días con el nombre de maldición de Malinche. Malinchismo seguirá siendo el vicio de aquellas oligarquías nativas que desde tiempos históricos se hicieron cómplices de la entrega y el saqueo. Las mismas que hoy ocultas tras la verborragia progresista, facilitan los objetivos de privilegio de los grupos dominantes de poder.
“La conquista continúa” es el título del jugoso libro de Chomsky a través del cual nos hace un extenso muestreo histórico acerca de cómo, quién, y de qué forma, se prolonga hoy el asedio y la ocupación. El mismo Sartre habría acusado a los nuevos amos del siglo XX de ser los continuadores de la misma filosofía opresora que antes criticaron: “Ustedes tan liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo, el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre. Hay que afrontar un espectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo. Helo aquí desnudo y nada hermoso. No era sino una ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje”. “El europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos. Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas, eso hace irrefutable su testimonio”.
El exterminio de los pueblos originarios, que sigue teniendo poca y mala prensa se llevó la vida de cuarenta millones, treinta, sugieren otros, o más o menos; en la vacilación de los números queda demostrada la cara más brutal del genocidio. ¿Alguien se atrevería a contar los despojos que dejaron las políticas neoliberales de los últimos treinta años? ¿Hubiera sido posible tamaña entrega sin la existencia del malinchismo?
Gabino Palomares, como pocos poetas, expresa en su canción la continuidad de una conquista que no solo no ha terminado, sino que extiende sus tentáculos en un intento por profundizar la dominación y el atraco a nuestros pueblos:
Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados
eran los hombres barbados
de la profecía esperada.
Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.
Iban montados en bestias
como demonios del mal
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.
Sólo el valor de unos cuántos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.
Porque los dioses ni comen,
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.
En ese error entregamos
la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos
trescientos años esclavos.
Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero.
Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.
Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.
Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.
Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.
¡Oh, Maldición de Malinche!
¡Enfermedad del presente!
¿Cuándo dejarás mi tierra?
¿Cuándo harás libre a mi gente?
¿Quiénes son los guardianes de la historia?, se pregunta Chomsky. Y responde: “Los historiadores, naturalmente. Las clases educadas, en general. Parte de su trabajo es la de conformar nuestra visión del pasado de manera que sostenga los intereses del poder presente. Si no lo hacen así, serán probablemente marginados de una manera o de otra".
También enseña Chomsky que para salir de cualquier modo de mentira y opresión “no deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas”. Sumar a Malinche en este collage de octubre puede dejarnos al margen de la historia oficial, pero sin duda, será una buena idea sumar tinta a esa otra historia que aún nos debemos.
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