sábado, 17 de julio de 2010

El mundial de futbol y esos dos impostores

(166) Sábado 10 de julio de 2010
Los muchachos del tablón enrollan las banderas que dicen “gracias, doña Tota” y “En bolas al obelisco”. Doña Tota no tiene consuelo y el que quedó en bolas es el obelisco, sin nada para festejar. Una palabra lo resume todo: tristeza. Ni siquiera bronca. Tenía razón Jorge Valdano: “al final siempre ganan los alemanes”. Tevez lo dijo clarito “¿qué vas a analizar de un cuatro a cero?”. “Es el fútbol, así es el fútbol.” Nos tocó perder. ¿Qué vas a hacer? No está nada mal esa idea de “morir con la nuestra” y aplaudir a los once por dejarlo todo y saber perder: nada de patadas, escándalos, quejas.
Hay algo que trasciende lo futbolístico, y que tiene que ver con la vida, aunque lo incluya, porque vaya si el futbol es parte de nuestra vida. Hoy quisiéramos decir dos palabras en torno a esto que llamamos éxito y fracaso.
Dicen que a la entrada de la pista central de Wimbledon hay un cartel colgado con el verso del poema ‘If’ de Kipling: “Cuando cruces esta puerta, conocerás el éxito o el fracaso. Trata a esos dos impostores con el mismo desprecio”. Tal vez no sea Wimbledon el lugar más indicado para dar lecciones de ética. Allí eso que llaman éxito equivale a millones de dólares, y la derrota un poco menos. Pero la frase de Kipling vale.
Corren tiempos donde el éxito es lo único que cuenta. El fracaso es visto y vivido con la frustración de un designio fatal. La cosa es vieja. La Moira griega, el destino, presagiaba nuestro futuro en términos de éxito y fracaso, triunfo o derrota. Nada en el medio.
Tener éxito “de una”, “ya”, ese parece ser nuestro credo.
La pedagogía más elemental nos enseña que aprendemos mediante una sucesión de experiencias/ensayos en los cuales aparecen dos aspectos que más que antagónicos son complementarios: acierto y error, como dos caras de una misma moneda. Cuentan que Thomas Edison hizo cantidad de intentos hasta inventar la bombita de luz con filamento incandescente. Cierta vez le preguntaron cómo hacia para continuar después de tantos fracasos. “¿Fracasos? -respondió- no sé de qué me hablas. Después de que fallaran 999 bombitas la número 1000 funcionó, por lo tanto ahora sé 999 maneras de cómo no se debe hacer una bombita”.
Por un lado es equivocado pensar que el éxito queda fijamente asociado al acierto y el fracaso al error. Por el otro, vivimos en la creencia de que el acierto y el error son dos cosas independientes y separables. Ni siquiera tenemos una palabra que incluya y englobe a cada término como dos aspectos de un mismo proceso. De este modo imaginamos que lo mejor para asegurar el éxito/acierto es eliminar el error/fracaso lo antes posible.
Incluir el acierto y el error, el éxito y el fracaso como partes de nuestro crecimiento significa reconocer que somos aprendices de la vida. Piaget, quien dedicó su vida a saber cómo aprendemos, decía que “un error corregido por el sujeto puede ser más fecundo que un éxito inmediato".
El fracaso cumple una función: poner en evidencia lo que no sabemos y lo que necesitamos aprender. Sin duda, es gratificante acertar y tener éxito en nuestras metas, y disfrutar cada logro. El problema aparece cuando el énfasis en obtener éxito cobra semejante dimensión que todo queda reducido al cumplimiento de ese objetivo. A quemar las naves. Entonces todo el universo personal e interpersonal queda condicionado al éxito o al fracaso. “Tengo éxito, luego existo”. Fracasé, entonces no existo, fui.
Qué distinta funcionaría una sociedad en donde estuviera permitido equivocarse fomentando espacios y “climas” que faciliten el liberar y liberarnos de la condena por el fracaso, de la presión a triunfar siempre. “No teman a los errores, no hay ninguno”, solía decir, Mile Davis. ¿Se imaginan una educación y una escuela con esta mirada? ¿Sería posible y verdadera en la competitiva sociedad capitalista?
“La gloria es una incomprensión y quizá la peor! decía Borges. ¿Consuelo? Puede ser. Para Oscar Wilde “Cuando los dioses quieren castigar a los hombres, les realizan los deseos…”
¿Y si nuestra derrota deportiva sirviera para depurar las cúpulas burocráticas y limpiar el asqueroso negocio del fútbol, para que vuelva a ser un deporte verdaderamente popular? ¿Y si, como propone Bayer, esta fuera la mejor ocasión para decir “Basta de Grondonas”?
Éxito y fracaso, dos impostores. Para pensarlo, ¿no? “No, el éxito no se lo deseo a nadie. Le sucede a uno lo que a los alpinistas, que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan, ¿qué hacen? bajar, o tratar de bajar discretamente, con la mayor dignidad posible”, decía García Márquez
El futbol como metáfora de la vida puede ayudarnos a pensar lo que somos y lo que nos pasa: No renunciar nunca a aquello que amamos, ganar jugando lindo, no de cualquier manera, mimando la pelota, celebrando una rabona, tirando caños. Driblando a los impostores, también eludiendo a la victoria y a la derrota.

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