(146) 21 de Noviembre de 2009
No aburrida de tanto flash, luces de neón y ungüentos de belleza, por estos días repuntó el rating y se puso a la altura de aquella jornada gloriosa en la que reclamó la pena de muerte. Mezcla de terminator y opinator volvió por más, dispuesta a demostrar que se puede opinar de todo aún siendo idiota, o tal vez por eso mismo. Entonces la farandulización de la seguridad volvió a estar en la cresta.
No es que queremos hablar de Susana, menos aún considerarla enemiga. Un enemigo nos define, dice quién somos, es algo serio. Y Susana nada tiene de serio. Es un ícono triste del fracaso argentino, de nuestra decadencia. Por eso si hablamos de ella es porque necesitamos hablar de nosotros. La diva es tan solo una excusa o un espejo grotesco en el cual nos podemos ver parcialmente reflejados. Tal vez por eso a muchos les atrae verla y escucharla, y por lo mismo a otros nos produce pena y desconsuelo. O sea, el problema no es la Susana de la tele sino esa otra que llevamos dentro dormida, y que la estrella, de tanto en tanto, despierta.
Idiotez y sinceridad son probablemente los dos atributos que explican tanto su éxito como su impunidad. El idiota está vuelto, replegado sobre sí mismo, preocupado tan sólo en lo suyo, incapaz de brindar algo a los demás, ofrece un espectáculo que tiene mucho de seducción. En Grecia se llamaba idiota a quien no se metía en política. Pero la idiotez de la diva, no es una idiotez cualquiera, ella es sinceramente idiota. Alguien que pregunta si el dinosaurio que encontraron está vivo, además de estupidez demuestra una sinceridad insuperable. Lo mismo revela su clamor por el regreso de la colimba para “salvar a los chicos del paco”, ignorando que los chicos que consumen paco empiezan a los 8, con lo que al llegar a los cuarteles estarían con el cerebro destrozado. Ni que hablar de la idea de rescatar a los chicos detrás de las paredes que maquinaron los peores tiempos de nuestra historia. Tal vez esta manera de ser cautive a tantos de sus admiradores. Esa manía de abrir la boca varios segundos antes de pensar deja expuesta tanto su idiotez como su sinceridad brutal. Si la sinceridad no siempre es una virtud, la idiotez jamás es inofensiva o neutra. Invariablemente jode a alguien.
Por eso sería un error pensar que lo que ella dijo, dice y dirá son desatinos o disparates irresponsables sin mayores consecuencias. Necesitamos analizar que lógica sostiene un discurso según el cual “aquí hace falta reprimir” y “quien mata debe morir”.
El nudo de la respuesta está en advertir que según su mirada, y la de muchos, hay víctimas y VÍCTIMAS. Nada dirán los susanos, o gusanos –solo una letra de distancia- de las miles de adolescentes que mueren por abortos mal hechos, por falta de insumos en hospitales, por violencia policial, de cáncer producido por los agrotóxicos, o por consumir agua con arsénico; tampoco ayer dijeron nada de las víctimas de la dictadura. Por eso ninguno de los que habitan el limbo de la farándula pide justicia, sino ajusticiamiento. Como payasos grotescos de los nuevos aires conservadores exigen sangre, pero no de cualquier grupo. ¿Cuál es la lógica de este reclamo y su correlativa operación político mediática que termina legitimando que la muerte de una Víctima produzca un alboroto, mientras que las muertes de otros miles pasan inadvertidas?
René Girard sostiene que hay víctimas que cumplen con un rol social: las “víctimas sacrificiales o propiciatorias” y muestra cómo en algunas sociedades la violencia es descargada en sacrificios de animales. A través de la víctima del ritual, la sociedad desvía una violencia que amenaza con lastimarla. La vieja idea del chivo expiatorio o el tacho de basura. En los sistemas rituales judaico o de la Antigüedad clásica, las víctimas son casi siempre animales, mientras que en otros, se sustituyen por seres humanos.
Para que el ritual funcione, la víctima sacrificable debe conservar algún tipo de parecido o semejanza con los miembros de la sociedad a los que suplanta. Por eso una víctima humana siempre será más efectiva que por ejemplo un cordero. Sin embargo la semejanza tampoco deberá ser demasiada, porque de ser así, la violencia circulará con excesiva facilidad y el sacrificio perderá su razón de ser.
Según la lógica del discurso Su, la muerte de una víctima genera un escándalo si se ha descargado sobre una persona que cuenta con atributos que lo asemejan demasiado al grupo que quiere reparar la violencia. El rasgo de semejanza está en que son seres humanos; mientras que la diferencia viene por el hecho de ser culpables no importa de qué. A veces, el ser negro, boliviano o simplemente pobre, es razón más que suficiente.
Dicho en criollo, si le tocan el culo a alguien parecido a ella, por ejemplo Giorgina Barbarrosa, “esto no puede seguir así”. Si acribillan a un pibe de la 31 que consume paco, la diosa continúa urgándose el ombligo. Con esta lógica reclama orden y represión, pero para otros, y en las villas, lejos de los suyos y de Barrio Parque.
Lo que Susana nunca advertirá es que la inseguridad, que tanto temor le despierta, es un tipo de violencia que circula en una clase social sometida a la peor injusticia, la de ser testigo cotidiano de la abundancia y ostentación a la que jamás tendrá acceso. Acumular riquezas en una sociedad desigual tiene su precio. Por eso, si pretendemos exigir seguridad, será honesto contestar esta pregunta: ¿qué hemos hecho para generar una sociedad más justa y más humana?
Susana como un patético espejo de nuestra idiotez real o posible continuará devolviéndonos la imagen de tantos que siguen haciendo de la víctima un culpable, y vomitando su odio de clase hacia la parte más pobre y vulnerable de nuestra sociedad.
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