(138) Sábado 26 de setiembre de 2009
Los diarios locales lo anuncian con grandes titulares. ¡A peinarse para la foto y ponerse perfume para que huelan los amigos del INDEC! De eso se trata: Un censo experimental se realizará en nuestra ciudad el 14 de noviembre, por eso el mismo director de Metodología Estadística del organismo, Roberto Muiños se hizo presente en Chivilcoy manifestando que el gobierno nacional decidió hacer este precenso en nuestro partido y en la localidad de Tolhuin, en Tierra del Fuego. “Es un censo en chiquito, aseguró, se prueba todo lo que después debe funcionar eficientemente”. Días atrás también había estado la mismísima directora del INDEC, Ana María Edwuin quien aseguró que se trata del “último ensayo del Censo del Bicentenario”.
La noticia en si intrascendente, ni buena ni mala, en pocas horas ganó los titulares locales a falta de asaltos o alguna que otra noticia más o menos espectacular. Nada cambiará ni antes ni después del censo. Nos calcularán, nos contarán, nos medirán, para después interpretarnos, analizarnos, descifrarnos, examinarnos, compararnos.
Ciertamente siempre habrá que cuidarse de los errores técnicos de medición y las posibles falsas interpretaciones. Sin ir más lejos el ex secretario de Gobierno Municipal, Walter Larrea, informó que según resultados del último censo se desprendía que en nuestra ciudad había alrededor de 85.000 habitantes. En realidad se le desprendió demasiado, ya que el número de habitantes solo alcanzaba a 73.855 personas. Le erró por nada menos que 11.145. Un papelón. Error técnico dirán algunos. Está bien. Errar es humano, pero no hay que olvidar que mentir es divino. Hay hombres que utilizan la Estadística de la misma manera que un borracho utiliza un farol: más para apoyarse que para iluminarse. El INDEC ha dado sobradas muestras de manipulación informativa.
Los censos, sin embargo, son necesarios. No descubrimos nada al decir esto. Lo preocupante es esa pretensión de que una serie de datos se convierta en la última palabra acerca de la lectura de la realidad. Hay una cultura que entroniza a los números como verdad única e infalible. “El maestro lo dice”, era el argumento de autoridad por excelencia en otros tiempos. Después vinieron días en que se volvió necesario satirizar para poder tragar la realidad y dijimos cosas como “el que sabe, sabe, y el que no, es jefe”. Jefe de cualquier cosa, también del INDEC. El que sabe, sabe, y el que no, hace encuestas o censos y arroja números. Y el maestro, ¿qué dice? El maestro no dice nada, calla, esperando ver qué dicen las cifras.
La realidad son los números predican los nuevos hechiceros de la modernidad, convertidos en maestros o filósofos. Los números no mienten. Dos más dos es siempre cuatro, y acá no hay verso posible. Los números están de moda y toda argumentación que pretenda ser categórica no podrá omitirlos. Sin porcentajes o estadísticas el pastel huele mal y las verdades pierden todo sabor, tornándose sospechosas.
No importan las ideas, marche un censo para pensar, con cifras para especular, porcentajes y estadísticas para decir generalmente más de lo mismo y que nada cambie.
Decía Marx, “Los filósofos hasta hoy se han dedicado a interpretar de una u otra manera el mundo, cuando de lo que se trata es de transformarlo”. Ayer nomás queríamos el mundo para transformarlo. Hoy nos dicen, sí, al mundo lo queremos, y ya, pero no para transformarlo, sino para tragárnoslo con números y estadísticas.
Pensemos: las cifras, ¿son siempre verdad objetiva, indiscutible, neutral, desinteresada?, lo que los números muestran, ¿es inequívoco? ¿Admite una sola lectura o desciframiento?, ¿Qué esconden los números?, ¿qué hay detrás de tantas cifras?, ¿Qué verdad puede ocultar un censo?
Para Carl Jung, “La falacia del cuadro estadístico estriba en que es unilateral, en la medida en que representa sólo el aspecto promedio de la realidad y excluye el cuadro total. La concepción estadística del mundo es una mera abstracción, y es incluso falaz, en particular cuando atañe a la psicología del hombre”.
Un censo, una encuesta, con los resultados estadísticos que de allí se extraigan, son solo una herramienta, un martillo, que hay que saber usar tanto en su aspecto técnico, como ético.
Permítannos la ironía. Imaginemos un juego de interpretación estadístico en donde saquemos algunas curiosas conclusiones:
-El 33 % de los accidentes mortales involucran a alguien que ha bebido. Por tanto, el 67 % restante ha sido causado por alguien que no había bebido. Conclusión: la forma más segura de conducir es ir borracho y a toda velocidad.
-En los accidentes ferroviarios, el mayor número de víctimas estadísticamente está en el último vagón. Retirar el último vagón de cada tren, ¿no sería una forma de salvar vidas?
-El 20 por ciento de las personas muere a causa del tabaco. Consiguientemente, el 80 por ciento de las personas muere por no fumar. De lo que se sigue que no fumar es peor que fumar.
-La estadística, nos dice Alphonse Allaisha, ha demostrado que la mortalidad de los militares aumenta perceptiblemente durante tiempos de guerra.
-¿Y qué tal si agregáramos que el 97.3% de las estadísticas han sido claramente inventadas?
La cuestión es que los amigos del INDEC ya están con sus números en nuestra ciudad. Mientras tanto, la realidad pasa delante de nuestros ojos repleta de preguntas, susurrando dolores, pasiones, odios y amores, pero claro, de eso el censo, nunca hablará
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