(137) Sábado 19 de Septiembre de 2009
En una de sus primeras entrevistas como presidente de España, Rodríguez Zapatero declaró: "yo creí que gobernar era hablar de ideas, pero me dicen que lo que tengo que dar son titulares".
Dar titulares, aparecer en los grandes medios de comunicación de masas, eso parece ser lo que vale, lo que cuenta. Figuro en los medios, luego existo. La realidad no es más que esa suma de noticias (o peor, de titulares) que muestran los medios y que nos hacen vivir en un continuo sobresalto, llenos de adrenalina, en estado de alerta ante hechos excepcionales que nos amenazan, despreciando lo cotidiano, lo que transcurre sencillamente a nuestro alrededor.
Hace unos años una historieta presentaba a un reportero que llegaba agitado trayendo una noticia a su jefe de redacción. “En Lomas de Zamora inauguraron una escuela”, le decía. Entonces el jefe preguntaba: “¿Cuántos muertos?” Esa era la noticia extraordinaria, la que nos sacaba de la rutina, la que valía la pena: Cuántos muertos se podían contar. El fundar una escuela, en cambio no significaba demasiado, no era de ningún modo una realidad excitante.
Dar titulares o hablar de ideas, esa parece ser la cuestión.
Botón de muestra de la coyuntura política: todos los titulares de los grandes medios de comunicación por estos días nos advierten de la totalitaria y demoníaca Ley K. pero pocos se atreven a discutir seriamente y en profundidad una legislación que no es propiedad de ningún gobierno y tiene el trabajo y la firma de autores anónimos y colectivos que vienen luchando por un cambio en el escenario mediático desde hace mucho tiempo. Pero claro, los titulares valen más.
Cuando se cae en la trampa de aceptar que comprender la realidad es engullirse lo que masticaron los medios, la receta para quienes controlan y manipulan dicha realidad se torna fácil: naturalizar aquello que no se quiere cambiar y convertir en relevante y objeto de atención todo aquello que conviene poner sobre el tapete. Ni más ni menos que el axioma de Goebbels: una mentira cien veces repetida termina convirtiéndose en verdad. Así, por ejemplo, es natural y no afecta demasiado que en el mundo mueran cientos de pibes de hambre por día, y es noticia, y nos pone los pelos de punta, ese asalto a una joyería de Palermo.
Hablar de ideas es otra cosa. Supone el esfuerzo de pensar, de interpretar la realidad. También exige cierta madurez e inteligencia como para rechazar que todavía algunos pretendan darnos de comer en la boca una realidad cocinada en la trituradora mediática. Ser inteligente significa exactamente eso, intus legere, leer por dentro. La realidad no es una niña dócil que viene y dice aquí estoy, mírenme, esta soy yo. Pensar la realidad exige desciframientos, requiere esquemas de interpretación y un esfuerzo siempre continuado por encontrar aquellas palabras que mejor expresen lo que algo es. Wittgenstein decía que la filosofía es el conjunto de los chichones que nos hacemos al golpearnos contra los límites del lenguaje.
La cultura neoliberal justamente viene a salvarnos de esos benditos chichones, pero no lo hace gratuitamente. Su invariable voracidad no le permite regalar nada, y por eso viene a persuadirnos de que pretender ver la realidad nos vuelve autoritarios. Se instala la sospecha ante cualquier pretensión de verdad. No hay criterio de coherencia válido. Solo existen partes, fragmentos aislados, con actores azarosos que entran y salen según libretos que nunca se vinculan. La realidad como azar, como algo que nos viene dado y es inmodificable. “Qué le vas a hacer, estos viven pobres y aquellos podridos en guita. Caprichos del destino, cosas que tiene la vida. Selección de la naturaleza”. Algunos nacen con suerte y otros en Argentina, este país generoso y miope que no termina de ver y que antes de ayer, obnubilado por estas recetas, votó a Macri, y hace unas horas nomás a De Narvaez, Solá y lo que venga. Desconexión de sucesos: no podemos ver que Macri es el tipo que se enriqueció con las políticas de los 90; que Solá trabajó para Menem, Dualdhe, Kirchner y todos los que él ahora critica. “Haz cambiado con el tiempo”, le dicen a un dirigente. Y éste contesta, “No, yo nunca cambié, siempre quise ser el alcalde del pueblo”. ¿Y el pueblo? El pueblo hoy por hoy se olvida, dormita en una especie de amnesia, mientras se alimenta de los titulares del diario o la tele y piensa la realidad como flash, aislando todo acontecimiento.
Nuestra derrota cultural consiste en gran medida en tragar sin digerir sucesos, en desligar lo que nació unido, en no visualizar la direccionalidad de los hechos.
Que viva la separación, la fragmentación, lo efímero, lo fugaz, eso que nos convierte en hombres modernos y pragmáticos. Carta de defunción a toda ideología que intente dar cuenta del mundo. Los grandes metarrelatos, los saberes totalizadores y los discursos legitimadores tienen sabor a rancio; desde la caída del muro tienen fecha de vencimiento. Gloria y apoteosis de lo light, fin de la "Era de la Representación". Toda pretensión de representar lo real será criticada, o ni siquiera tenida en cuenta.
El profesor de Sociología Joseba Arregi decía: "No es la peor definición del posmodernismo la que dice que priva a los habitantes de ese su mundo de un mapa cognitivo suficiente para orientarse en él. Es como si el mundo posmoderno llevara a sus habitantes a una ciudad nueva, enorme, en la que no habían estado nunca, y los soltara por sus calles sin un plano. A lo que habría que añadir que esa ciudad se caracteriza por su falta total de planeamiento, por no contar con una estructura perceptible, lo cual aumenta y da profundidad a la desorientación de las personas en el mundo actual".
"Yo creí que gobernar era hablar de ideas, decía Zapatero desilusionado, pero me dicen que lo que tengo que dar son titulares". Y así estamos, inundados de titulares, en un mundo escaso de ideas, que ha extraviado o escondido su mapa y no puede descifrar una realidad que se le escurre como el agua de las manos, dejándonos- y miren qué paradoja- tan hartos como vacíos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario