Todo muy parecido a una novela de Saramago. Gente con barbijo, alarmas internacionales advirtiendo que el virus es mortal. “Mírame y no me toques, pero mírame”, se escucha cantar a Serrat por los altoparlantes de un aeropuerto vigilado hasta el extremo. Toda una ironía. Pandemia, endemia, epidemia, peste, virus, calamidad, influenza, dengue. Nos hemos tenido que familiarizar con estos conceptos para hablar con fundamento, con esa precisión que nos hace distinguir entre una bacteria y un virus, o una epidemia y una endemia y sus distintos grados. Y no, no es una novela de ficción. Tampoco se trata de la pesadilla de una mala noche. Las noticias son reales. Ayer nomás se supo del primer caso registrado en Argentina. Estados Unidos ya tuvo sus primeras víctimas fatales, en Perú hay una argentina enferma y toda una telenovela, y en España se dio el primer caso autóctono. Por la veloz difusión de la gripe porcina, la Organización Mundial de la Salud elevó el alerta mundial a fase cinco, apenas una menos que la máxima. La amenaza se tornó tan grande que los argentinos hasta nos olvidamos del dengue.
Mírame, pero no más que eso. No me toques, ni siquiera es conveniente aproximarnos. No te acerques. Y si lo haces es mejor con barbijo. Nada de caricias y besos.
Sí, por un tiempo, habrá que acostumbrarse a una especia de estado de alerta, de espanto, de miedo; vivir alarmado, asustado, inquieto y siempre listo, presto e higiénico, aséptico, preservado, para garantizar, para prevenir. Cada criatura aislada en su propio cuerpo. Cada uno cuidando ese mismo cuerpo de las cosas peligrosas que pueden salir del otro, de ese que está frente a mí.
¿Casualidad, fatalidad del destino?, esta cuestión de las pestes y endemias, digo. ¿Pura coincidencia? ¿Simple azar, o capricho de la naturaleza?, ¿Fatalidad, destino inexorable de los pobres?
Digamos en primer lugar que la culpa no la tiene el chancho. Tampoco el mosquito. Esto es también la globalización aunque por otros caminos. Estamos todos comunicados, interconectados en la gran aldea global. Pero que algo quede claro: en esta aldea hay dueños y simples aldeanos. El problema es que los virus y bacterias todavía no aprendieron las clases de discriminación que dicta el capitalismo y por eso el estado de alerta es para todos, claro está que con la suficiente dosis de racismo que ponga en situación de exigir barbijos a las mucamas de barrio norte y estricto control a vecinos extranjeros sobre todo si son pobres.
¿Será casual que la geografía de los países periféricos coincida y casi sea un calco de la geografía de la exclusión y la miseria? Si tuviéramos que dibujar ambos mapas tendrían casi idénticos contornos. En América Latina han sido pobres todos los que murieron de cólera, lo mismo que pobres eran los que morían de lepra en la Edad Media. Y no tan media que también la geografía de la lepra y la de la miseria van juntas en países como el nuestro en pleno siglo XX. Tardamos tiempo en vincular las más variadas pestes con las aguas y los alimentos contaminados por los deshechos industriales y los venenos químicos. ¿Tal vez sea como se pregunta Galeano, que “Dios cree, como los sacerdotes del mercado, que la pobreza es el castigo que la ineficiencia merece? Toda esa gente que había cometido el delito de ser pobre, ¿fue sacrificada por el cólera o por un sistema que pudre lo que toca y que en plena euforia de la libertad del mercado desmantela los controles estatales y desampara la salud pública?”
La historia no es nueva: desde que los colonizadores tomaron contacto con los pueblos originales, el contagio masivo de pestes foráneas de la civilización europea diezmó a comunidades enteras. Ninguna de ellas, sin embargo, mató a tantos indios como el trabajo esclavo y la violencia. Hoy esta lógica sigue intacta. Nos horrorizamos de que la fiebre de los chanchos mató a no sé cuántos pero seguimos haciéndonos los sordos y los boludos al clamor de millones de hombres, mujeres y niños que mueren de hambre. ¿Saben cuántos por día?
Desempleo y hambre son los denominadores comunes en las preocupaciones más urgentes de las mayorías populares de Sudamérica y sobre ese trasfondo van y vienen las turbulencias económico-financieras y ahora también las pestes.
Me dirán que las pestes amenazan a todos, pobres y poderosos. Es cierto. Pero esa es una verdad tan innegable como que la crisis financiera internacional nos afecta a todos pero la provocaron los dueños del sistema.
Algún día la peste pasará. Ésta, la de los chanchos o la de los mosquitos. Pero seguramente vendrá otra. La contingencia, eso que no es necesario, que puede o no puede estar, es algo de lo que siempre podremos escapar, más aún hasta podemos llegar a negar su existencia como quien niega la existencia de un espectro. Pero extrañamente, este sistema que vende íconos de gente segura y serena está asentada sobre la base de la explotación de los hombres por los hombres y del planeta mismo que hace rato empezó a dar muestras de cansancio y agotamiento. Esa es la peste más pestilente y la madre de gran parte de nuestras endemias históricas. No será fácil demostrar, al menos científicamente, que estas calamidades tienen relación directa con la depredación que ha hecho el capitalismo de toda la naturaleza y el atropello al sistema ecológico. Pero la historia está llena de ejemplos que nos gritan en la cara que el capitalismo ha devastado la naturaleza, ha saqueado ha espoleado y eso tiene un precio. Tartagal, sin ir más lejos, ese dolor tan nuestro y tan reciente, muestra a un pueblo con riqueza natural y pobreza estructural. ¿Casualidad? No, el sistema funciona así. Tartagal es un claro ejemplo de esa relación causal entre tala de árboles, explotación del petróleo y alud. Tartagal es la tierra que grita basta, no más, ya fue demasiado.
“Hay un estallido generalizado de símbolos”, dice Sandra Russo. “Se derrumba un sistema político y económico que tenía al individuo como eje, y ataca al mundo en forma de pandemia un virus mutante que supo de vuelos y estiércol y que presenta la forma de una simple gripe”.
Qué cosa, justo ahora cuando un modelo político y económico basado en el más brutal individualismo parece quebrarse dejando al descubierto sus vísceras, el sistema de salud internacional queda en estado de alerta por la peste que nos vuelve a todos un poco más paranoicos, sospechando del estornudo del vecino y del riesgo de la microgota de fluge. Disculpen la insistencia de la pregunta para nada retórica: ¿Casualidad?
Qué lástima, dicen los dueños del mundo, justo cuando estábamos reciclando el sistema económico internacional, abrochando cuentas para que siga en pie vinieron estas pestes ha descontrolarlo todo. Mientras tanto Serrat canta “Mírame y no me toques”. Y a unos cuantos esta condena a la soledad, y esta proscripción de la solidaridad les viene como anillo al dedo.
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