En estos últimos días se ha hablado mucho de las candidaturas testimoniales. El mote adoptado nos viene haciendo un ruido extraño en la conjugación de imágenes ya que lo que menos hemos visto en esta campaña es justamente eso, el testimonio, el dicho respaldado con hechos, la palabra, esa que se empeña. Más que cualquier otra, ésta es una campaña de nombres más que de testimonios. Sí, solo nombres. Por eso nos gustaría rebautizar las candidaturas como lo que son: candidaturas nominativas u onomásticas. Según enseña el diccionario, onomástico es lo perteneciente o relativo a los nombres, y especialmente a los nombres propios. Eso es todo lo que hay en estas elecciones, una larga lista de nombres propios. Esto es lo que vale en esta democracia devaluada, los quiénes y los cuáles y no los qué, ni los cómos.
Pero tal vez sea necesario dar un paso más para ver que no es para nada casual que tales nombres sean solo eso, y que detrás de tantos apellidos no haya nada más que un apellido, candidatos de vidriera, de marketing, en un país concebido como un inmenso mercado.
Solo una muestra de esto que queremos decir: El domingo pasado, sin ir más lejos, enciendo la tele, T.N, “Argentina para armar”. Y ahí nomás, de entrada el anuncio del tema del programa como una bofetada:”La estrategia de los publicitarios para ganar estas elecciones”. En la mesa no faltan sociólogos, algún filósofo, abogados, y varios especialistas en campañas. Debo confesar que ya cambiaba de canal, con la certeza de que esto era más de lo mismo, pero me despertó cierta curiosidad observar entre los panelistas al chivilcoyano Gustavo Ferrari. Pagué caro mi cholulaje. Los entrevistados sonríen como verdaderos señores, prolijos, exactos, ningún exabrupto, se llaman por el nombre, con familiaridad, con una vomitiva familiaridad, y permanentemente sonríen y vuelven a sonreír como en una propaganda de dentífricos. Lo que vino enseguida fue una muestra impudorosa de cómo se fabrica un político. Caballerosamente canallesco. El candidato como producto que se instala socialmente con idéntica lógica de la ley de oferta y demanda. El marketing reemplazando a las ideas, los peluqueros a los pensadores. Entonces Ernesto Savaglio, Asesor publicitario del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no tiene ningún empacho en decir que hay que partir de que en esta sociedad “el candidato está acusado de”. Y desde allí habrá que arreglárselas para mostrar exactamente lo contrario, o sea presentar al fulano de tal manera que sea percibido como inocente. Cebado el hombre, minutos después dirá sin vergüenza alguna que lo primero en cualquier campaña es detectar un problema. Luego buscar una posible solución y llegar al final para poner la cara del candidato diciendo: Yo soy la solución. La cita es tal cual y es tan solo un botón de muestra del actual nivel del debate, o mejor dicho de la ausencia del mismo por falta de ideas, de principios, de palabras que digan. Sorprende el desparpajo con que dicen lo que dicen. Sin embargo lo bueno de esta situación es la claridad y hasta cierta transparencia discursiva: los tipos nos están vendiendo un producto, subastando un candidato. La lógica del marketing y el consumo aplicada a la política: que si el celular tiene tapita, o si saca fotos o trae mp3. Que si el candidato es mas o menos autoritario, conciliador o pinta bien en las encuestas… Y en todo este aquelarre, el chivilcoyano panelista estuvo a la altura de la bobería mediática imperante. (Difícil sería esperar algo diferente de un militante conservador ligado a la más rancia derecha católica ahora devenida democrática. Ciertamente hay que reconocerle un alto grado de coherencia al ser candidato y jefe de campaña de De Narvaez)
Ni hace falta decir que finalmente abandoné el programa cuando el titular proponía casi como un verso con rima y todo: “Candidatos a medida para tiempos de apatía”. Demasiado para un domingo a la noche. ¡Candidatos a medida! ¿A medida de qué y de quién? ¿Candidatos para impulsar qué? Para impulsar nada. Para acceder a un poder que anhelan y por el que suspiran. Entonces dije basta. Yo no compro ni vendo. ¡Si pudiéramos decir un basta colectivo y organizado! Ya lo sé, otro dirá deme dos. Me gusta, lo llevo puesto, o mejor envuélvamelo para regalo. Parece hecho a mi medida. Me quedo con aquel, dejo éste. Y que Dios se lo pague…
Hay quienes podrán discrepar y asegurar que lo que aquí está en juego es el modelo. La palabra modelo se pasea como una vedette en esta campaña. Continuar el modelo, dicen unos, cambiarlo indican otros. Nadie sabe bien lo que dice cuando de slogan y frases hechas se trata. Y las palabras como las monedas se gastan, sobre todo cuando no muerden con la realidad. La mayoría tampoco tiene muy en claro cuál es el modelo pero parece ser que éste nuevo clise viene a suplantar la necesidad de hablar de cuestiones de fondo, de un proyecto de país, de cómo construir un destino para todos, de cómo por ejemplo, hacer para que los cuatro millones de desocupados trabajen pero no en negro ni con el salario que imponen los empresarios, sino con el que traiga la ya perdida dignidad.
De entre todas las definiciones de democracia, hay una que resulta especialmente inquietante para tiempos electorales. Pertenece a Adam Przeworski, politólogo polaco-norteamericano que definió la democracia como la “incertidumbre institucionalizada”. Para este autor las elecciones funcionarían como “mini-revoluciones” (la expresión es de Isidoro Cheresky) programadas e institucionalmente controladas que abren la puerta a una etapa de cambios. A días de los comicios de junio nada más lejos que imaginar un escenario incierto y menos aún con puertas abiertas a cambios sustanciales o revolucionarios. ¿Desilusión? ¿Escepticismo? ¿Desesperanza? Sí, pero solo en cierta medida ya que siempre será bueno recordar aquí una idea sustancial en Gramsci que puede abrir puertas verdaderas y hasta derrumbar muros si la dejamos habitar en nosotros: unir el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad.
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